Elogio del balcón
ARTÍCULOS DE OCASIÓN ·
Pendiente de un hilo, el mundo será a partir de ahora la antecámara de una vida distinta, con menos disfrute de cuanto antes teníamosIndebidamente alguien definió como guerra a esta pandemia creada por el coronavirus chino. Aquí no hay bombardeos, ni crueldades inhumanas inferidas por sanguinarios combatientes, ni ciudades destruidas. Esto es mucho más sutil y tiene otras características. Es la primera pandemia mundial sufrida simultáneamente por toda la raza humana, acompañada de una grandísima recesión económica. Esta Covid-19 no es otra cosa que esa dama apresurada llamada muerte que ha llegado con toda urgencia y sin distinciones para arrebatarles la vida a los viejos. Ese dedo justiciero, solo por serlo, los señala denegándoles el bálsamo de la buena muerte. Probablemente también morirán solos, sin que sus seres queridos puedan tomar la mano del adiós. Todo porque la poderosa ciencia que decodificó la sintetización del genoma humano ha sido incapaz de prever el remedio adecuado hasta ahora.
Pendiente de un hilo, el mundo será a partir de ahora la antecámara de una vida distinta, con menos disfrute de cuanto antes teníamos. Lo presentimos en nuestro fuero interno. Menos mal que el espíritu del ser humano sabe siempre sobreponerse a la adversidad y activa mecanismos salvadores. En estos tiempos de confinamiento y soledad en los que se nos prohíbe hasta besar y abrazar a hijos y nietos, hemos activado el recurso de comunicarnos unos con otros desde el balcón. El balcón es nuestra nave salvadora. Debemos aceptar que nuestro incierto futuro colectivo no es cosa nuestra, no depende de nosotros, sino que está en manos de los Maduros y Bolsonaros, en sus distintas versiones, y así nos va. El balcón o la ventana han venido en nuestra ayuda para mitigar nuestros miedos ante esta catástrofe, concediéndonos solo unos minutos de libertad para que desde ese escaparate, y fuera del control del poder, podamos aplaudir o golpear las cacerolas como remedio para vencer el miedo.
En este tiempo de confinamiento cuando campanean las ocho en punto, salimos aplaudiendo frenéticamente al balcón convertido en altar cívico, mientras nuestro yo se transforma en un nosotros. Aunque no precisemos bien los rasgos de los rostros cercanos o lejanos de los del otro balcón o ventana, ese escenario será el lugar donde cristalice un sentimiento humano común. También nos daremos cuenta de que después de tantos años de vecindad, no nos conocíamos, hasta que comenzaron estas citas vecinales para aplaudir a la ocho en punto de la tarde. No hay nada de exhibicionismo en esta cita del aplauso de balcón a balcón; solo es la exteriorización del desentrañamiento del miedo mutuo y la gratitud hacia quienes velan por nuestra salud; por eso aplaudimos juntos como navegantes del mismo barco durante ese ritual vespertino del balcón. Con este gesto estamos ratificando que nuestros miedos y angustias son los mismos que sufren los del otro balcón.
En este breve ensayo sobre el balcón, también debemos destacar la importancia que tiene la ventana para aplaudir. La ventana es la otra alternativa de los descomunales edificios de hoy, donde su pequeño tamaño desvela las exiguas dimensiones de los espacios habitables que hay detrás de esas ventanas. Sin embargo, la ventana también tuvo su tiempo de esplendor. Fue Le Corbusier, el padre de la arquitectura moderna, el que inventó la 'fenètre longue' allá por los años veinte, coincidiendo con la 'belle époque', que eran ventanas anchas y tan grandes como el mismo horizonte.
En Granada prefieren las ventanas enrejadas en la planta baja para que esa reja marque el misterio y sea la frontera durante los ardientes requerimientos de amores. La reja se convierte en un baluarte que defiende la castidad de la doncella y frena las tentaciones de la carne. Dice el tanguillo granadino: «Niña asómate a la reja,/que te tengo que decir/un recadito a la oreja». Hay también ventanas solemnísimas como la que tiene el Papa en el Vaticano para rezar el ángelus e impartir sus bendiciones 'urbi et orbi' dominicales.
Las enormes y riquísimas balconadas de los más suntuosos palacios del mundo tienen otra función bien distinta al uso de nuestros humildes balcones familiares de hoy que solo sirven para mirar y aplaudir. Las grandes balconadas no son para aplaudir, sino para que te aplaudan. Así lo entendió Franco, que desde la gran balconada del Palacio Real en la Plaza de Oriente, pronunció encendidas arengas en ocasiones excepcionales. Aunque nada en el mundo superará a la gran balconada del Palacio de Buckingham en Londres, durante la celebración de las solemnidades protagonizadas por la familia real británica en pleno.
El 23 de octubre de 1977, desde la balconada del Palau de la Generalitat que da a la plaza de San Jaime, mi gran amigo el president Tarradellas pronunció esta frase histórica: «'Ciutadans de Catalunya: Já soc aquí'». ¡Cuánto le echamos de menos! A horas muy avanzadas de la noche, en los primeros días de septiembre de 1983, yo vi al buen obispo Azagra en calzoncillos cuando estaba escribiendo en su dormitorio con el balcón abierto. El balcón abierto y una grúa hidráulica potentísima de los bomberos facilitaron la sorpresa. Pero esa es otra historia.
Tengo también otros balcones donde ocurrieron hechos memorables almacenados en mi memoria. El balcón que se derrumbó arrastrando a varias meretrices de una mancebía en la Cuesta de la Magdalena. Cuando informaron al otro obispo llamado Ramón Sanahuja y Mercé de los hechos, sus asesores lo hicieron con circunloquios discursivos describiéndolas como mujeres licenciosas de vida airada. El obispo abrevió diciendo: «Pobres putas, pobres putas». Los privilegiados balcones del piso de la Plaza de Belluga del murcianazo doctor Joaquín Ortuño Mirete, nefrólogo de fama internacional, donde cada Viernes Santo reúne a sus amigos para que veamos a los Salzillos pasar. Pero de todos los balcones, el balcón soñado durante mi romántica adolescencia de Romeo, siempre fue el balcón de Julieta esperándome en su palacio de Verona, aquel que reiteradamente quise escalar en las noches de luna clara. ¡Qué daría por escalarlo hoy, con mis bríos de ayer!