El dolor secreto
La violencia, aunque suene a esos mantras que se repiten en las redes, es un recurso de débiles porque a ella se recurre cuando no se ha podido conseguir algo con palabras
He visto el odio en los ojos de la gente demasiado tiempo y estoy cansado. He leído a unos pedir la muerte a otros demasiadas veces y he llegado a pensar que realmente quieren eso, que el otro muera. El otro, ese problema irresoluble, ¿por qué demonios no será como nosotros, por qué no comulgará con nuestras ideas y nuestros dioses o con la ausencia de ellos? Hoy España pide violencia a gritos, pide que se castigue al otro por su diferencia, sea la que sea y resida donde resida ese matiz que nos enriquece pero que, en nuestra miseria intelectual, odiamos con todo nuestro ser.
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He visto a la gente en Barcelona estetizar un combate con pintura. La imagen es irresistible: policías de colores. Es tan bonito que hace olvidar que no es sino un síntoma de una guerra abierta que no se cerrará de ninguna manera. La herida es ya purulenta, demasiada gente la ha infectado con su bilis. Debemos ir asumiendo que cuando se pudo hacer algo no se hizo. Desde Madrid no se actuó con inteligencia y desde Barcelona con demasiada. La estúpida violencia de 1-O fue utilizada sensacionalmente bien y se convirtió en una herencia que el Gobierno dejaba al nacionalismo. Hoy el nacionalismo acosa a los parlamentarios catalanes y demanda una violencia que, como todas, nace de la frustración pero en el resto del país se pide también violencia contra ellos por insurrectos. Secretamente todos parecemos querer que al otro se le dé una buena paliza o se le meta en la cárcel.
En este clima parece imposible que alguien tenga la sensatez de dirigir este proceso hacia ningún sitio. Torra es el personaje perfecto desde la estrategia independentista porque es muy básico, ergo: cumplirá las órdenes hasta la muerte. No es un estratega ni mucho menos, apenas tiene dotes intelectuales, carece de inteligencia. Es el mono que aprende a pintar e imita la realidad: el hombre perfecto para estar donde está. No le temblará el pulso, es un fanático con una misión, le dan igual los muertos, los contabilizará como mártires, le dan igual los catalanes que no quieren la independencia, los contabilizará como traidores. A veces nos faltan clases de historia para entender que el fascismo nace del nacionalismo. La jugada es tan brillante que a este personaje triste y repulsivo que llega a animar a la violencia de los CDR se le ha dado la llave del gobierno y la exhibe escandalizando incluso a sus socios. Los controles de la nave están en manos del mono y el mono no fallará porque no se espera que haga nada razonable. Siendo todo esto así, no olvidemos que el nacionalismo español avivó las primeras llamas desde la calle gritándole a los guardias civiles «a por ellos, oé» desde algunos sectores del Ejército resucitando consignas que helaban la sangre y desde el Gobierno central con estrategias desastrosas. Hasta el Rey falló en el discurso del 3 de octubre de 2017. No se pudo hacer peor. El nacionalismo español le dio al nacionalismo catalán todo lo que podía desear, toda la munición necesaria para marcarse un 'prietas las filas' desde los mártires golpeados a la estampa del tataranieto de Felipe V llamándolos al orden. Estos días, convenientemente celebrados por la propaganda 'indepe', ese discurso ha sonado en una alcantarilla de Olot. Como se dice en los bares: 'se lo pusimos a huevo'.
¿Cómo solucionamos esto? Con violencia no. Los juristas apelan al Código Civil y así deben ser las cosas, pero con cárcel estoy seguro de que tampoco. ¿Con diálogo? No, Torra es un cortafuegos previsto para que nadie pueda dialogar con él. ¿Solución? No hay.
No dudo de las buenas intenciones de Pedro Sánchez pero no va a poder hacer nada. Rajoy, seguramente también de buena fe, pudo pero no lo hizo y quien venga encontrará una situación peor. Las instituciones que pudieron mediar de alguna manera fallaron. La Iglesia se polarizó, los intelectuales se borraron. Qué pocas cosas sensatas les leí en los días de fuego, qué pocas tomas de posición. Aparte de unos pocos, como Emilio Lledó, la intelectualidad española se puso de lado en esta historia, como esquivando las balas. Del Ejército ya hablé, de la corona igual y de la universidad casi mejor ni hablar. Todo esto tiene que ver con el desprestigio sistemático de las instituciones españolas. Tal vez no queramos verlo, pero en una década hemos derribado casi todo lo que institucionalmente era firme. En un mundo en el que todo es líquido. En una España con las instituciones fuertes esta deriva no se había producido pero la debilidad es grande y el síntoma es la violencia que demandamos. La violencia, aunque suene a esos mantras que se repiten en las redes, es un recurso de débiles porque a ella se recurre cuando no se ha podido conseguir algo con palabras.
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Este artículo expresa un dolor secreto que compartimos muchos porque no tenemos fe en que la situación sea reversible. Pocos lo verbalizan porque necesitamos fingirnos optimistas de cara al futuro. Solo hay algo positivo en esto y es que, una vez asumida la gravedad de la situación, seamos capaces de sentarnos a pensar qué hacemos con este país o con estos países en un futuro ya inminente. ¿Seremos capaces de usar la cabeza en algo que no sea embestir? Ese es el reto.
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