El dolor que hace gritar
PERMÍTAME QUE INSISTA ·
Convivimos con tres crisis yuxtapuestas, a saber, la que genera el Gobierno central solito, la pandemia y una guerra que se prolongaLa contundencia con la que en ocasiones se manifiesta el que sufre no solo merece respeto, sino que puede suponer un revulsivo para todos nosotros. ... No, no están los agricultores, ganaderos y transportistas por gusto en las carreteras, sino porque están pasando cosas, muchas, que les afectan a ellos y a nosotros y esencialmente que nos despiertan.
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Desde que normalizamos el 'buen vivir' paulatinamente y sin solución de continuidad nos instalamos en el entorno de la permanente felicidad. Sobreviviendo entre conceptos y justificaciones más cercanas a películas de Disney que a la realidad. Yo he venido al mundo a ser feliz, repetimos como un mantra. Pero a veces olvidamos que ello va a depender de infinitos factores y muchos de ellos de nuestra propia responsabilidad y compromiso.
Las nuevas generaciones que hemos criado ya nacieron en un estado de bienestar que tanto costó conseguir a nuestros padres y abuelos y que hasta febrero de 2020 iba por el camino de atontarnos a todos. Ni que decir tiene que la protección social de la que nos hemos dotado es esencial y justa, pero contemplarla como inamovible, inalterable y gratuita solo nos conducirá a acabar con ella. Nos hemos aprendido perfectamente todos nuestros derechos, pero patinamos en eso de asumir deberes. Claro que determinadas políticas tampoco contribuyen a hacernos madurar y pareciera más bien que nos empujan a recorrer permanentemente la senda de la infantilidad. El Gobierno dice a nuestros hijos que no hace falta que estudien para aprobar, ni sacrificarse (palabra tabú) ni ahorrar (conseguirán alguna paguita) o esforzarse, para poder salir a un mundo que, queramos o no, cada vez es más global y competitivo.
Los ciudadanos han decidido gritar basta ya e instar al Gobierno a asumir sus responsabilidades
Somos la generación que niega la muerte y el dolor. La generación que pasó de considerar el sexo tabú a volver inefable el final de la vida.
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Nos volvemos locos nosotros solitos por no asumir que la realidad es compleja y en muchas ocasiones dura y negativa y que la supervivencia pasa por adaptarnos (sin resignación, pero con sentido común) a la infinidad de circunstancias sociales o particulares que nos van a ocurrir durante nuestra vida y que pocas veces parecerán extraídas de un cuento de princesas o príncipes. Y esta herencia le vamos a dejar a nuestros hijos, la del buen rollito de las redes sociales, la de querer parecerse a algo que no existe.
Al SARS-CoV-2, que convive ya dos años con nosotros (y lo que le queda), habrá que reconocerle, aun dolorosamente, que nos ha enfrentado con nuestra vulnerabilidad. Que siempre ha estado ahí, pero que no recordábamos porque nadie menciona que los seres humanos somos débiles en el mundo ideal de Instagram. Con la guerra de Putin pasa algo parecido, creíamos que nuestra democracia (la de los países occidentales) y nuestro orden internacional eran inmutables y estaban garantizados. Que no volveríamos a ver un Stalin o un Hitler... y lo teníamos muy cerca.
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De nada de esto se sale mejor y mucho menos más fuertes: eso queda para la propaganda de Moncloa. Y si no, que nos lo digan a los españolitos de a pie que convivimos en estos momentos con tres crisis yuxtapuestas, a saber, la que de por sí genera el Gobierno central solito, la pandemia presente y una guerra que se prolonga.
Comprobamos cómo empiezan a faltar determinados alimentos y cómo agricultores, ganaderos, autónomos y transportistas ya no resisten más. Y esto tiene un aspecto a resaltar siempre desde una perspectiva pacífica y legal: los ciudadanos han decidido gritar basta ya, salir del adormecimiento e instar al Gobierno a asumir sus responsabilidades y a tomar medidas urgentes. Esto sí nos saca del infantilismo cronificado, esto sí es un ejemplo para nuestros hijos. Solo están pidiendo poder trabajar y hacerlo en el mundo real, en el que pagamos la luz, necesitamos alimentos o que se trasporten mercancías de un sitio a otro. Solo exigen una serie de derechos aquellos que tenían más claro que debían cumplir con su deber en los duros y primeros meses de pandemia y garantizar nuestros suministros básicos. Estos señores y señoras sí saben lo que es ganar su pan y conseguir el de los demás. Su dolor y también su grito son pedagógicos y nos enseñan. Tomemos nota.
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