¿Digniqué?
Bajo una espesa capa de invisibilidad mediática, la Murcia de dinamita se ha conjurado con tenacidad, pero también con humildad y solidaridad
Todos los escritores, periodistas y editores, y casi estoy por añadir a todo tuitero o, en general, a cualquiera con acceso a un teclado, deberían ... aplicarse esos consejos que se daba Cortázar –por boca de sus muchos alter egos– sobre el uso de las grandes palabras, los grandes vocablos en mayúscula. Desconfiar de ellos, esto es. Solía escribirlos con h: Hamor, Hesperanza, Hautenticidad. Para tomarles el pelo, para bajarlos del pedestal, para obligarlos a pisar tierra y entender sus implicaciones. Existe en castellano, por herencia directa del latín, un sufijo que sirve para convertir adjetivos en sustantivos abstractos: -dad. Convertir en abstracción una cualidad, nada menos. Cada vez que oigo uno visualizo a don Julio levantando una ceja.
Cosas de –precisamente– la postmodernidad, que es esa etapa que nunca sabe uno si hemos acabado de dejar atrás: los grandes relatos, los paradigmas totalizadores (el cristianismo, por ejemplo, o el comunismo, o cualquier -ismo en realidad a excepción del que empieza por 'capital') se erosionaban en favor de los relatos individuales, prometiendo bien de libertad para que cada uno se fabricase, o se comprase, su sentido. La Historia había terminado y la civilización era un paraíso lleno de perdices para que cada cual se comiese la suya en su final feliz particular. La caída de las Torres Gemelas, la nueva era de invasiones y el 'crack' financiero del '08 nos quitaron la tontería a guantás.
El retorno de los grandes problemas colectivos (la belicosidad imperial, el dogma de la austeridad, la debilidad de los Estados del Bienestar) nos devolvió las palabras acabadas en -dad, lavadas y listas para usar. Nuestra institucionalidad entró en una larga crisis de legitimidad, agravada por la larga lista de casos de corrupción y una cierta sensación de impunidad. Recortes, rescates, archivos, reformas legales, indultos y hasta un cambio constitucional se produjeron con cierta unanimidad bipartidista, no exenta de opacidad y hasta de estivalidad.
¿Y en Murcia, que este miércoles celebra su Día de la Comunidad? Pues si quieres arroz, Catalina: la fragilidad de nuestro proyecto de Región (turismo, ladrillo y guiris en la Tercera Edad) multiplicó al venirse abajo nuestros males endémicos. La desigualdad y la precariedad se dispararon, en nuestra tesorería se abrieron tremendos agujeros de dudosa legalidad (aeropuerto, desaladoras, convenios urbanísticos, autopistas), nuestros mandantes pecaron de corruptibilidad y una calamidad tras otra amenazó nuestra biodiversidad. Ahí empezó a dibujarse nuestra excepcionalidad: a diferencia de las vecinas Comunidad Valenciana y Andalucía, que cambiaron de gobierno ante tanta incapacidad, en Murcia se fosilizó el mismo partido que la gobierna desde hace nada menos que 26 años, toda una eternidad.
Para mayor asquerosidad, la extrema derecha prendió con fuerza en nuestra Región y nuestra ciudad. Con la complicidad del Partido Popular, siempre con ansiedad de apoyarse en ellos para garantizar su sostenibilidad, los de verde empezaron a ganar elecciones a pesar de su propia necedad. Esa temeridad ha convertido Murcia en una singularidad, sobre todo al presentarse aquí una moción de censura que abría una oportunidad de cambio, por desgracia con demasiada ingenuidad. El PP, al verse abocado a la subalternidad, se tomó el asunto con poca deportividad, y abrió las puertas del Gobierno a tránsfugas, friquis y elementos de nula credibilidad, irregularidad esta que acaba de ser certificada por una comisión de expertos del Congreso.
Si bien Murcia se ha convertido, a nivel nacional, en motivo de asombro e hilaridad, el nuevo Gobierno sigue a lo suyo: atacar la diversidad, reformar la fiscalidad a beneficio de quienes más tienen y reformar las leyes con total arbitrariedad, sin que las últimas encuestas demuestren que nuestra sociedad vaya a castigar electoralmente esta excentricidad. Antes al contrario, el partido mandante ve crecer su popularidad.
¿Es esa por tanto toda la actualidad? ¿Sin novedad en el frente para la murciandad? ¿No vemos la necesidad de cambiar de rumbo? ¿Pasividad y permisividad? No tan deprisa. Bajo una espesa capa de invisibilidad mediática, la Murcia de dinamita se ha conjurado con tenacidad, pero también con humildad y solidaridad. Tienen un plan de choque y nada que perder, y la responsabilidad de plantar cara a tanta ruindad. El 9-J entran en la ciudad de Murcia con toda la variedad de colectivos cuya prioridad consiste en construir la posibilidad de otra Región para su gente. La palabra que los nombra no es mala: las Marchas de la Dignidad.
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