Nada dice la ciencia sobre cuál es el grado ideal de desigualdad en un país. Es algo que cada sociedad ha de decidir, una cuestión ... de preferencias más que de aritmética. No es fácil saber cuáles son esas preferencias, pero un estudio de dos economistas, Ariely y Norton, ofrecen una aproximación. A partir de una gran encuesta, los autores concluyen que en Estados Unidos la población cree que cierta desigualdad es buena, pero no tanta como la que existe. A una mayoría le parece bien una distribución en la que el 20% más pobre tenga el 10% de la riqueza y el 20% más rico en torno al 30%; cuando en realidad, en Estados Unidos, el 20% más pobre posee el 0,1% de la riqueza y el 20% más rico el 84%.
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No conozco un trabajo semejante para España, pero hay razones para sospechar que también aquí la población prefiere menos desigualdad. La primera razón es que, aunque en nuestro país las diferencias de riqueza y renta no son tan acusadas como en Estados Unidos, sí son mayores a la media europea y a las que el estudio aludido considera deseables. Ariely asegura que ha comprobado que esa pauta es aplicable a otros países desarrollados.
La segunda razón está en los resultados del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas que, sistemáticamente, incluye entre las principales preocupaciones de los españoles cinco muy vinculadas a la desigualdad: el paro, la calidad del empleo, la educación, los problemas de índole social y la vivienda. ¿Hay razones que justifiquen esa preocupación? Yo diría que sí. Centrémonos en dos, el empleo y la educación.
Estamos a la cabeza en precariedad laboral medida por el desmedido peso de los contratos temporales
Una sociedad cohesionada ofrece buenas oportunidades de acceder a un empleo atractivo. Es decir, un trabajo con un horizonte de largo plazo, que tal vez al principio no esté bien remunerado, pero que ofrezca un horizonte razonable de progresión salarial y de promoción, y que si se pierde no sea muy difícil conseguir otro. Pues bien, nuestro mercado de trabajo ha funcionado mal durante décadas y es una fuente evidente de desigualdad. Nos podemos comparar con países más ricos o pobres, con más o menos industria o servicios. Da igual. Tenemos el desempleo más alto de los países avanzados del conjunto de la población activa, de los jóvenes y de los parados de larga duración. Sólo Grecia tiene el dudoso honor de compararse con nosotros en ocasiones. También estamos a la cabeza en precariedad laboral medida por el desmedido peso de los contratos temporales, tanto en el sector privado como en el público, por cierto. Esta inseguridad multiplica la desigualdad.
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Una sociedad cohesionada ofrece también la posibilidad de adquirir una buena educación con independencia del origen socioeconómico. Una educación que permita acceder a los beneficios económicos y no económicos que conlleva una formación de calidad, como un buen trabajo y la oportunidad de progresar en el ascensor social. Pues bien, España obtiene resultados mediocres en el informe PISA sobre educación que elabora anualmente la OCDE. Por debajo de la media. Además, los resultados se ven muy influidos por el estatus socioeconómico de la familia: a los quince años la diferencia de puntuación a favor de los alumnos de familias en posición más favorable frente a los de familias de peor estatus equivale a dos años de educación. Diferencias así son comunes, pero ello no debe servir de consuelo, especialmente cuando partimos de una sociedad de las más desiguales de Europa.
La desigualdad «excesiva» tiene consecuencias económicas, porque supone prescindir de una parte del talento del país; sociales, porque daña el deseo de participar en un proyecto común; y políticas, porque alienta opciones populistas que proponen soluciones milagrosas a problemas complejos y desafía la confianza en las instituciones.
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Desde los años 80 la desigualdad ha aumentado debido a la globalización y al cambio tecnológico. El impacto de estos factores seguirá pesando y es probable, si no lo gestionamos bien, que la transición energética juegue en la misma dirección. ¿Es inevitable entonces que siga aumentando?, ¿qué se aleje más de la que socialmente se considera deseable? No lo creo. El aumento de la desigualdad ha sido mucho más lento en unos países, mínimo en algunos casos como Francia. Eso evidencia que las políticas e instituciones nacionales importan.
Las áreas en las que actuar son en su mayoría las tradicionales, como las políticas redistributivas, las políticas activas de formación y recualificación para empleados y desempleados, la educación o la regulación laboral. Otras pueden ser más novedosas, se pueden explorar vías para que la globalización, la digitalización o la descarbonización se adapten a la necesidad de crear buenos empleos, promover la prosperidad y limitar los daños laterales sobre la distribución. Las ideas generales son casi obvias, llevarlas a la realidad y afinar en los detalles de las reformas para que sean ambiciosas y eficaces es mucho más difícil. Ahora tenemos dos importantes en discusión, la de educación y la laboral. Ojalá acertemos.
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