¿Cuántos jinetes había?

ALGO QUE DECIR ·

Da que pensar todo esto, uno acaba entendiendo el miedo supersticioso de otros siglos y la necesidad de una trascendencia que diera sentido a todo

Miércoles, 13 de abril 2022, 03:07

Aunque en la Biblia se habla de cuatro jinetes sobre sendos caballos, el blanco, el bermejo, el negro y el amarillo, que representan, según la ... exégesis, alegorías de la conquista o la gloria, la guerra, el hambre y la muerte, respectivamente, algunas otras tradiciones añaden tres más y suben el cómputo final a siete. Según la escritura sagrada, es Jesús el que abre los primeros cuatro sellos y libera a los jinetes que montan en los caballos.

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A pesar de mi empedernido optimismo de hombre del campo hecho a sí mismo, en estos últimos años me está costando mucho trabajo no ser apocalíptico, se me impone a cada paso la terrible realidad de los aciagos noticieros y no me da tregua. Pasamos del hambre a la guerra, de la calamidad del fuego desatado y del agua sin freno, del morbo de la pandemia a la amenaza de un exterminio absoluto; y uno ya no sabe si aplicar del todo el viejo 'carpe diem', rezar unas jaculatorias, aunque mi fe se esfumara hace años y ya no recuerde ninguna oración, pedir un préstamo suicida y disfrutar de esta vida como si no hubiera un mañana, que es lo que, a mi parecer, no vamos a tener nunca, o esperar impaciente las señales del cielo.

Y reconozco que empiezo a estar preocupado, que ando todo el día pendiente de los boletines de noticias en cualquiera de los medios por los que nos llegan a todas horas, de las novedades que los amigos y los compañeros del trabajo comparten con nosotros día a día con el ánimo cada vez más bajo porque estamos pasando de la alarma a la estupefacción, del desasosiego y de la turbación al sobresalto, y no queremos que la imaginación se nos dispare, pues hemos nacido y nos hemos criado en un mundo cinematográfico y hemos visto centenares de películas sobre catástrofes bélicas y desastres nucleares, y estamos en condiciones de creernos cualquier cataclismo.

No puede ser casualidad tantas desgracias juntas y tan seguidas, y no basta con que nos haya mirado un tuerto porque tendría que haberlo hecho a la vez a miles de millones de habitantes del planeta, y eso es mucho mirar, y más para un tuerto.

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Da que pensar todo esto, tanto que uno acaba entendiendo el miedo supersticioso de otros siglos y la necesidad de una trascendencia que diera sentido a todo, porque vivimos en una era en que nos sentimos tan protegidos como infalibles, tan superiores como intocables, y acaso hayamos perdido la perspectiva de nuestra verdadera dimensión. Sobre todo en estos siglos en los que ya conocemos las medidas interplanetarias y casi siderales, y visto así es posible que tampoco sea para tanto, que si la energía no se destruye, sino que se transforma, a lo mejor es conveniente hacerse a la idea de una futura metamorfosis sin memoria y sin padecimiento.

Lo que está claro es que el ser humano lo viene haciendo muy mal desde el principio, casi desde el primer día, y no parece estar dispuesto a cambiar sus modos de repente. Hemos combatido con saña la vida de la naturaleza y hemos explotado sus bienes hasta la extenuación, hemos combatido unos contra otros con fiereza y hemos intentado exterminarnos contra toda lógica, y ya estamos en ese punto en el que empiezan a hacerse realidad algunas distopías y en el que el miedo comienza a agarrotarnos lentamente, como un cáncer más, como uno de esos caballos bíblicos, cuyo número no conozco del todo con precisión.

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Por eso me pregunto a estas alturas cada día ¿cuántos jinetes quedan?

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