Ahora que llega el verano se da quien tiene la cabeza volcada hacia el escape. Hacia la salida acelerada de la rutina, el estrés, el ... aburrimiento, los problemas... ¿el trabajo?
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¿Cuántas horas pasamos trabajando? Lo normal podrían ser 35 o 40 horas a la semana. Los autónomos estamos más cerca de las 50 &ndashalgunos incluso más&ndash y creo que nos da una perspectiva diferente al resto de 'Homo laboris' sobre esto de ganarse la vida.
El trabajo no es una parte de tu rutina, es una elección vital, una decisión que tomamos a conciencia (o no) y con la que convivimos de forma muy intensa. El trabajo lo elegimos y tenemos la capacidad de revisar y redefinir esa decisión cada día.
Cuando entiendes tu trabajo como parte de tu vida lo llenas de detalles agradables como una croqueta sexy. O lo que es lo mismo, una croqueta de puerro con mermelada de fresa como las que servía Rafa Pérez en Los Manjares del Tío Simón.
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Rafa ha fallecido a los 37 años y nos ha dejado ese amargo sabor de lo efímero de la vida y la importancia de disfrutarla en todo momento, incluso en el trabajo. No conocía muy de cerca a Rafa, pero recuerdo que montó su bar el mismo año que abrimos el estudio y fue nuestro primer sitio para el café del almuerzo. Tenía unas ilustraciones magníficas hechas a tiza en las paredes y eso ya te dice mucho de la capacidad de alguien para valorar lo aparentemente «accesorio». Y, por supuesto, alguien amargado con su negocio no podría tener una croqueta sexy en su carta y esto nos recalca la importancia de disfrutar de nuestro trabajo, de crear nuestras propias 'croquetas'.
Este último año planea la cuestión filosófica de revisar qué venimos haciendo en el estudio y sobre todo por qué. Nos sentamos y vemos con cierta perspectiva este y aquel proyecto y nos preguntamos: «¿Es lo que buscaba para mi vida? ¿Me aporta algo?». Es más: «¿Estoy aportando algo con esto?». Tenemos muy claro que no somos bomberos ni médicos, pero también que el diseño gráfico mejora la vida de las personas como lo hace el cine, el periodismo o la arquitectura.
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Los diseñadores y las diseñadoras mejoramos la usabilidad y explicamos cosas complejas de forma sencilla y normalmente lo hacemos con relatos. Un relato conecta una marca con la sociedad, un objeto con un usuario y nos imbuye en un consumo simbólico. No comemos solo yogurt, disfrutamos pensado en su vínculo con un prado lleno de vacas, lo sano que es, lo bien que nos va a sentar, o las costas griegas donde una señora mayor inspiró su receta ancestral. Cuando termino con el yogurt se lo doy a repelar a mi perra, pero a ella le resbala bastante si el envase lleva motivos griegos o prados. Obviamente mi perra y yo somos muy distintos como especie. Y he aquí la magia del diseño, la publicidad y todas esas artes aplicadas que construyen, sobre lo meramente utilitario, un discurso capaz de llevarnos más allá de la experiencia sensorial de ingerir nutrientes.
En mi caso, disfrutar del trabajo es saber que es útil socialmente. Ayudar a conectar mejor a las personas con las administraciones, hacer entender la importancia de una causa social o dar un poco de humanismo a la burocracia de servicio público, esas son mis 'croquetas sexis'.
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Así que si mañana no estoy, espero que alguien pueda decir: «Trabajó mucho, pero disfrutó de su trabajo y ahí están sus croquetas para demostrarlo».
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