Combate con víctimas en el gimnasio
Me cuesta ir al gimnasio. Amo el ejercicio pero me aburro, así que probé algo que me permitiera seguir pagando el Forus pero yendo: leer en la máquina
Sudaba a mares cuando todo se acabó. El corazón parecía querer huir a través de los pulmones. Los latidos eran como martillazos en una vaca ... muerta y dije en voz alta, casi gritando, que era el mejor libro del siglo XXI. La respuesta fue inmediata: retira eso. La voz venía de la elíptica de al lado.
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Me cuesta ir al gimnasio. Amo el ejercicio pero me aburro, así que probé algo que me permitiera seguir pagando el Forus pero yendo: leer en la máquina elíptica, ese chisme en el que caminas con distinto grado de resistencia. Es estupendo pero o tienes un monitor supercachas gritándote y pinchando música de discoteca o no sudas. Así empecé 'El extranjero' y acabé 'Opus Nigrum' de la Yourcenar para seguir luego con Flaubert. Francia me llamaba entre los gritos de los musculitos con las pesas y las sentadillas de las MILFS. La felicidad adoptaba nueva cara permitiéndome leer en horas que tenía perdidas para el placer definitivo. Leía y andaba, sudaba y disfrutaba. Pasaron muchas horas así y dejé de ser un gordo estresado para ser un interesante galán otoñal y un sobaquillo ilustrado porque salía del gimnasio con mi libro bajo el brazo y cara saludable, casi luminosa.
Aquella mañana había terminado de leer 'Aniquilación', el nuevo de Houellebecq, y me había gustado tanto que exclamé irreflexivamente que era el mejor libro de los últimos 22 años. Entonces comenzó una batalla de una violencia a la altura de los libros de Servando Rocha en La Felguera. En la elíptica de al lado estaba Alejandro Zaia, colega de gimnasio, que me espetó con dureza: «'La fiesta del chivo', pibe. Es la novela del siglo y Vargas Llosa el hombre que interpreta su tiempo. Y además liberal». Iba a responder, claro, no podía quedarme indiferente ante una afrenta tan directa, máxime en el competitivo entorno del gimnasio pero desde la izquierda, en una bicicleta computerizada que rodaba a una velocidad endiablada. Inma Liñana le respondió por encima de mí: «Eso es porque no has leído 'El año del pensamiento' de Jean Didion». Detrás asentía María del Madrid, que parecía estar entregando el alma al señor en su bici. Los cuatro parecíamos querer adelantar al otro con nuestros libros pero era imposible, además hubiésemos topado con la hilera de tres corredores de enfrente, que nos miraban circunspectos, como ofendidos.
Pasó entonces, entre una hilera y otra, María Gelpí que venía de Body Combat y mirándonos, nos soltó: «Bueno, habría que incluir 'Persépolis' de Marjane Satrapi, un cómic para definir un tiempo a la altura de cualquier gran novela». El debate era a cara de perro y se iba encendiendo, máxime cuando apareció desde la sección de pesas de tonelaje Francesc Torres y dijo: «El chaval tiene razón, 'Aniquilación' es una gran obra pero os estáis perdiendo 'Posguerra' de Tony Judt». Josu García, que estaba trabajando sus musculosas piernas con uno de esos monstruos amarillos que parecen el robot de Ripley en 'Aliens II', gritó: «Eso, la historiografía del siglo XX, la guerra como metarelato, bien Francesc». Los tres desconocidos de enfrente se iban encolerizando imperceptiblemente. Llevaban gafas y sudaban y sudaban pero el rojo de sus caras expresaba irritación.
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Pensé que había sido el descarado paseo frente a ellos de Igor Pascual, que al cruzar escupió sobre el fútbol moderno con la elegancia de Panenka tirando un penalti o tal vez la cara de desdén de Alexei que, parado en el andador, rehusaba sudar por nada. Le pregunté en base a la hostilidad que había levantado en los tres corredores enfadados: «¿Qué, a ti todo te parece una mierda, como a Astrud?». Y me respondió que a Astrud también le parecía una mierda.
En nuestra fila había un corredor de fondo, Pedro Medina, que conocía un secreto, y es que el libro del siglo es '2666' de Roberto Bolaño, pero él sabía que esta discusión era absurda y que con su motor diésel acabaría llegando al final mientras otros muchos no. En silencio y levantando mancuernas, Juanfran Rueda pensaba en que nadie pensaba en Bataille. Desde el fondo, con la toalla al cuello, espalda apoyada en el espejo de ballet como si fumasen cigarrillos a la puerta del CBGB, Carolina y José Manuel Jiménez Romera miraban de soslayo diciendo «mucho 'mainstream'».
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En los televisores Donald Trump matizaba que no había violado a un camarera. Explicaba en el juicio que lo que había hecho era santificarla. Al hilo de eso, nadando en la piscina (hasta allí llegaba la pelea) Jose Maldonado aprovechaba para meter en la terna a Franz Roh y 'La conjura de América' como una predicción de lo que ocurriría cuando un fascista tomase el poder utilizando el propio sistema, a lo que Fernando y Sol asintieron con reservas. Les parecía un poco suavote Roh pero estaba bien.
Mientras, entre unos y otros, pasaba Manuel Moyano camino de Sierra Morena cuando se unió al debate Ginés Sánchez que propuso la forma de salir de este atolladero en el que unos ya agarraban de la pechera a otros. Llamó por teléfono a Paco Paños, que estaba en Libros traperos, que consensuó una lista que más o menos contentó ¿a todos?
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No. En la fila de enfrente Javier Cercas, Arturo Pérez-Reverte y Juan Manuel de Prada, los tres corredores enfadados, se dieron de baja irritados refunfuñando no sé qué del puto Houellebecq, del puto Roh y del puto Bolaño.
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