Cese e interrupción

ALGO QUE DECIR ·

Cualquiera diría que vivimos como reyes, pero nosotros acabaremos separándonos de verdad, nos divorciaremos como tantos matrimonios

Miércoles, 2 de marzo 2022, 01:47

La palabra vale para decir y para ocultar, para mostrarnos a las claras delante de los otros, para desnudarnos por dentro y para escondernos como ... delincuentes con la certidumbre de que no siempre es correcto decir la verdad, como si nada, porque en el fondo solo somos eso, palabras y poco más.

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Entonces se anunciaba con tibieza y timidez aquel original cese temporal de la convivencia entre doña Elena y don Jaime de Marichalar que algunos años más tarde culminaría en una separación en toda regla tras doce años de matrimonio.

Hace unas semanas nos enteramos por la prensa de la interrupción de la relación matrimonial de Iñaki Undargarín y de la infanta Cristina, y a mí me da la impresión, no sé por qué, de que ambas creaciones lingüísticas proceden de la misma pluma.

Los eufemismos llegan de una idéntica hipocresía, aunque la hipocresía no siempre ha de ser perjudicial, ni siquiera indigna, pues también necesitamos de la limpieza y del aseo en las palabras, del buen tono y del decoro, de la templanza y de la sobriedad.

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Aquel cese y esta interrupción humanizan también a los que presumen de sangre azul y son lo que son por la gracia de Dios y no nos dan un mal ejemplo, sino todo lo contrario. Lástima que venga tarde, después de que hayamos luchado, sobre todo la izquierda, durante décadas por el divorcio.

No esperábamos menos tampoco de una institución tan rancia como la Monarquía, donde las cosas no suceden igual que suceden en el mundo ni tienen los mismos nombres ni son las mismas cosas nunca y por eso no se llaman igual.

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Los reyes no se separan ni se divorcian así de sopetón, sino que interrumpen o cesan por un tiempo en sus relaciones, pues habitan las esferas superiores y son de otra especie animal, de otros mundos, de otra naturaleza y, de paso, nos enseñan a usar el lenguaje con maña y destreza, aunque no sin doblez ni disimulo.

Pero nosotros, simples mortales, seguimos tirándonos los trastos a la cabeza, aguantando a veces una convivencia insoportable porque nos casamos para siempre en la iglesia de nuestro pueblo, rodeados de nuestra familia y de nuestros amigos, y nos da reparo echarnos para atrás, desdecirnos, romper los papeles o el santo sacramento y empezar de nuevo, pronunciar las palabras mágicas 'sí quiero' tantas veces como haga falta.

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Me interesa más la fórmula lingüística en este caso que el ejemplo ético, desde luego. Me imagino a unos cuantos asesores concentrados en dar con las palabras exactas que digan sin decir, que dejen claro sin hacer daño y, por supuesto, que no se parezcan a las palabras del pueblo, a nuestras palabras groseras y demasiado directas porque ellos no pueden compartir nuestra lengua bastarda, y no estoy seguro de que compartan también nuestros sentimientos.

No sé si nosotros, todos nosotros, estamos en condiciones de cesar temporalmente en nuestra convivencia o de interrumpir nuestra relación matrimonial. Tenemos dos o tres hijos, una hipoteca incesante a veinte años, las letras pertinaces y puntuales del último coche que compramos, los viajes anuales a Inglaterra para aprender idiomas de nuestros vástagos y el proyecto de alquilar un apartamento este verano en Campoamor, aunque tampoco hemos renunciado a un pequeño viaje a Roma en Semana Santa.

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Cualquiera diría que vivimos como reyes, pero nosotros acabaremos separándonos de verdad, nos divorciaremos como tantos matrimonios, y, después, los hijos vendrán a casa por turnos cada dos fines de semana y un mes en el verano.

Y no tendremos más remedio que renunciar a las vacaciones en Palma de Mallorca.

En fin, una lástima, con lo bien que nos estaba saliendo todo.

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