Concluía la guerra extranjera: pero surgía al mismo tiempo la más intestina y porfiada de los españoles entre sí, lucha entre el pasado y el ... porvenir, que dura todavía; que nosotros heredamos de nuestros padres y transmitimos a nuestros hijos y nietos, y que, Dios mediante, transmitirán estos últimos a los suyos en toda su integridad. Pero entonces lo pasado seremos nosotros, y el porvenir... a saber quién será». El porvenir ya está aquí, podríamos añadir a las palabras de Mesonero Romanos, un autor costumbrista que hace casi siglo y medio escribió sus 'Memorias de un setentón'. A sus setenta y siete años fue uno de los primeros intelectuales que habló de las dos Españas, sin decirlo de manera explícita. Pero fijémonos en sus palabras, repasémoslas, que merecen la pena: habla de una impenitente guerra decimonónica de los españoles entre sí. Cincuenta años después del texto antes transcrito se produjo el golpe de Estado de 1936. No iba desencaminado don Ramón.
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Me gustaría seguir la indicación que Franco le hizo a su entonces ministro Fraga Iribarne. Había llegado éste a la cartera de Información y Turismo con apenas 40 años, demostrando desde un primer momento su carácter resolutivo. Tras ser recibido de manera fría y distante por el gobernador civil de Guadalajara en su primera visita a esa provincia, quiso manifestarle al Jefe del Estado su disgusto por el proceder del citado dirigente. No sabía el pobre Fraga que aquél había sido compañero de armas del Generalísimo, por lo que lo había colocado en una tranquila canonjía. Tras varios intentos de hacer patente sus quejas sobre la displicente conducta del mencionado gobernador, sorteadas con pericia por Franco, éste, al tiempo que le daba la mano de despedida, le dijo a su joven ministro: «No se meta en política, Fraga». Eso tendría que hacer yo: no meterme en política.
Es terrible pensar que hoy día es mejor no meterse en política. No meterse en política aunque sea desde la barrera, como hacemos la mayoría de los españoles. Eso no lo pueden decir concejales, consejeros, directores generales o ministros, por no enumerar todos los cargos oficiales existentes. Éstos tienen que defender sus programas de gobierno, ajustar los presupuestos, hacer –como debe ser– que su actividad mejore las condiciones laborales y humanas de sus conciudadanos. Siempre he admirado la resolución que se necesita para estar en una lista de candidatos. De verdad. Se requiere muchas dosis de espíritu combativo para eso. Yo sería incapaz. No niego que, en mi mocedad, ciertos cantos de sirena oí para figurar en alguna candidatura. No los escuché, los cantos me refiero, quizás porque tenía una vocación que superaba la del servicio público.
Por eso me extraña que haya quien se meta en la política para beneficiarse de ella, de manera tan grosera. No sé cómo se les puede pasar por la cabeza, a esos individuos que se sirven de su posición para logros prosaicos y repulsivos, aumentar su patrimonio a cualquier precio y de cualquier manera. Lo peor del caso es que esa condición se da en un lado u otro, en conservadores y progresistas, en rubios y morenos. Da igual. Esto no es cuestión de ideologías: los partidos mayoritarios están tildados de deshonestos de manera casi simétrica. La reciente historia de nuestra no menos reciente democracia, demuestra que son las dos Españas de Mesonero Romanos, de Antonio Machado, de Ortega y Gasset, las que tienen aptitudes para delinquir. Más allá del absurdo y lamentable 'tú más', lo que nos sorprende es cómo puede un político caer en la tentación de robar. Una inclinación que se dice sistémica, término no por más evidente menos lamentable. Las posibilidades de sacar beneficios, por ejemplo, en la adjudicación de obra pública, deben de ser muy tentadoras. Pero, ¿cómo se puede caer tan bajo?, ¿cómo podrán dormir esos políticos?, ¿cómo no piensan en su familia, en sus hijos?
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De esos polvos vienen los lodos de las repugnantes sesiones del Congreso, en donde se escenifica de manera lamentable el tema de las dos Españas. Por curiosidad quise oír la del miércoles pasado, en la que el presidente Sánchez daba explicaciones de su insostenible situación, y advertí que (casi) ninguno de los allí presentes merecía ser padre (o madre) de la patria. Ninguno. La escalada de insultos, interrupciones y rechiflas son propias de aquellos congresos de los Estados Unidos del siglo XIX, que acababan a tiros como en el lejano oeste. A eso vamos a este paso.
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