El capuchón

La mayor parte de los extravíos son ropas: camisetas y gorras, primero, sin que se queden atrás los paraguas, libros y llaveros. Mi especialidad son los paraguas

No me digan que nunca se les ha perdido algo. Quien más y quien menos ha echado en falta un lápiz, una nota en la ... que había apuntado que se necesitaba café o papel de cocina, un calcetín o cualquier otra prenda de vestir. La propia billetera es muy dada a esconderse en lugares desconocidos, aunque las más veces es que la hemos dejado en donde no solemos hacerlo. Ese es el principal motivo de los olvidos: dejar cosas en sitios nada habituales. Cuando algo de esto pasaba en mi casa, quiero decir, en la casa de mis padres, mi madre rezaba una oración a San Antonio, que, además de ser un santo casamentero, no sé cómo obraba el milagro de que aparecieran objetos perdidos. Por supuesto que no lo recuerdo bien, ¡hace tantos años!, pero sí había cosas que surgían sin saber por qué. Lo de San Antonio de Padua como patrón de efectos perdidos viene, al parecer, de que un novicio de su monasterio robó un documento muy querido en la orden. San Antonio rezó pidiendo que ese pliego apareciera, y lo que pasó es que el frailuco ladronzuelo recapacitó y lo puso donde lo había cogido. O sea, que no hubo milagro, aunque lo pareciera.

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Cuento toda esta historieta porque el otro día me pasó justamente lo contrario. De pronto vi en el suelo de mi habitación el capuchón azul de un bolígrafo de esos de toda la vida. La cosa me pareció de lo más natural del mundo. Alguno que se me habría caído sin darme cuenta, pensé. Fui al bote donde guardo artefactos de escritura convencido de encontrar uno descabezado, pero nada. Todos iban correctamente tapados. Pregunté si alguien había perdido la caperuza de un boli, y nadie lo había perdido. Cómo es posible, me dije, que estuviera el puñetero capuchón por ahí sin que nadie lo identificara. Misterios de la vida.

Parece ser que esos objetos no son de las cosas que más se pierden. La mayor parte de los extravíos son ropas: camisetas y gorras, en primer lugar, sin que se queden atrás los paraguas, libros y llaveros. Mi especialidad son los paraguas; yo lo atribuyo a que, como vivo en donde llueve poco (menos este año, pardiez), lo saco cuando salgo a la calle, y, como no me hace falta, me lo dejo en cualquier cafetería, teatro o similar.

De pronto vi en el suelo de mi habitación el capuchón azul de un bolígrafo de esos de toda la vida

Hay películas en las que la pérdida de un objeto supone un conflicto clave, como el anillo del poder de 'El señor de los anillos', o los zapatos de Dorothy en 'El mago de Oz'. Pero peor es cuando en vez de un objeto se pierde un niño, por ejemplo. El famoso Chencho de 'La gran familia' se extravía en un mercadillo navideño en la plaza Mayor de Madrid, como nos muestran las televisiones hasta la saciedad todos los santos días de Nochebuena. Las lágrimas del abuelo (José Isbert) han sido seguidas y aumentadas por miles y miles de otros abuelos y abuelas, tíos y tías, hermanos, hermanas y padres de España entera. Otras veces lo que se pierden son princesas (Audrey Hepburn en 'Vacaciones en Roma') o señoras mayores (la inglesa en 'Alarma en el expreso'). El caso es que la desaparición de algo o de alguien siempre es motivo dramático. Menos cuando es el capuchón de un boli.

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Escribo esto y me viene a la memoria el cantante cubano Silvio Rodríguez. A principios de los años ochenta escribió una canción llamada 'El unicornio azul'. Los amantes de la trova cubana saben que se inspiró en el percance (esta vez, trágico) de su amigo, el poeta salvadoreño Roque Dalton. Él es a quien alude cuando canta «mi unicornio azul ayer se me perdió». Lo curioso del caso es que fue un hijo de Dalton el que, tiempo después, le contó a Silvio Rodríguez que él y sus compañeros guerrilleros habían visto en los bosques un caballo azul con un cuerno en la cabeza. Por eso la canción empieza con el verso antes citado, y dice que quien pueda dar cualquier información le pagará «con cien mil, con un millón». En esta ocasión, como estamos viendo, no se trata de una pérdida cualquiera sino la de un amigo. La verdad es que esta bonita historia tiene poco que ver con mi capuchón, también azul, pero percibo en aquel unicornio algunos toques mágicos que me hubiera gustado ver en mi vulgar cubierta de boli.

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