La isla

Accidente, alegría, pena

Jueves, 15 de febrero 2024, 00:14

Unos días en Granada. Tardo cinco horas en llegar al hotel por el aluvión de tractores que amurallan la autovía. Me obligan a desviarme en ... Baza y a aparcar nada más entrar en Granada, sin poder acceder al centro. Entiendo su enfado. Les pagan una birria y salen al mercado luchando con productos de fuera que tienen menos trabas y son más baratos. No pueden competir. Así que sí, entiendo su enfado, pero no veas el mío. Y es que resulta difícil mostrarse comprensivo cuando llegas al hotel muchas horas después de lo esperado y te desmantelan unas vacaciones. Como es normal, llego al hotel deseando no volver a ver un cacharro verde de tamaño paquidérmico llamado tractor en toda mi vida. Granada me recibe con veinte grados a las seis de la tarde, así que la primera impresión, mientras se disipa la hiel del viaje, es que han pasado seis horas y parece que no he salido de Murcia: el tiempo es el mismo. Solo hay que mirar al fondo: las montañas que almenan el horizonte, siempre enharinadas de nieve en febrero, están peladas.

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Por fortuna, sé cómo hacer que la sangre me vuelva al cuerpo. Trazo mi ruta, que pasa por Casa Enrique, una taberna con solera y maderas ennoblecidas por el tiempo donde mejor tiran la caña de Granada. Y luego vendrá La Tana, un edén del vino.

Pero salgo del hotel y me encuentro con un accidente. Una chica en moto llega a un paso de cebra y, no sé cómo, se va al suelo. No se mueve. Momentos de tensión. Una multitud se agolpa en torno. No sacan los móviles, pero ajirafan el cuello curiosos por mirar la escena. Llega la policía. La chica no se levanta. Se la lleva la ambulancia. Ignoro qué habrá sido de ella.

Ya en la taberna. En la mesa de al lado, dos ancianos. Él normal, ella briosa y acicalada. Empiezan hablando y riendo, riendo y bebiendo. Qué alegría. Da gusto verlos. Cómo se lo pasan pese a su edad, piensa uno. Ojalá uno llegara igual. Pero luego la alegría parece desvanecerse. Habla ella y él no dice ni pío. Ella le dice que se siente sola y que estar con él es como estar con un fantasma. Ya sé lo que pasará esta noche, le dice: iremos a casa y me acostaré triste. Creo que ella lo acusa de estar borracho. Me da pena esta mujer y cambio de parecer: ojalá llegue a su edad, pero no como ellos, sino como ella. Pido otro vino. Chinchín por esta anciana y sus ganas de marcha, sabiendo que no es la edad lo que más le pesa, sino la soledad de estar acompañada y sentirse sola, quizá la peor de todas.

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