Como cada primero de noviembre, Día de Todos los Santos, con esos amaneceres de brillo acristalado tan habituales de los ventosos días de otoño, los ... componentes de la Campana de Auroros Virgen del Rosario de Las Torres de Cotillas quedamos a primera hora de la mañana en la puerta del cementerio, en el recodo que hay según se entra a la derecha, justo al lado del puesto de castañas y regaliz. Siempre es así. El camposanto aparece colmado de flores, de mariposas de colores y de gente que se esmera en dar el último toque para que sus panteones aparezcan bien limpios y bien adornadas.
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Quedamos a las diez para ensayar unas salves nuevas que vamos a cantar el día siguiente en la exposición de samaritanas. Tras unos retoques para ajustar los melismas de las salves, ya estamos en disposición de empezar.
«¿Estamos todos? Pues venga que vamos: ¡Ave María, la Aurora!»
Y se confunden con el gentío y a partir de ese momento pasan a formar parte de un todo que se viene repitiendo y que se pierde en la memoria. Y, como siempre, también empiezan a cantar las salves a la Virgen pidiendo que interceda por los difuntos cuyas almas se encuentren en el purgatorio en espera de sus plegarias. Como bien dice la salve:
«Si tu hermano murió y le rezaste, muy bien que cumpliste con tu obligación...».
Día grande lleno de contrastes entre el duelo por la pérdida reciente del familiar querido y la íntima alegría por la suerte de haberlo podido disfrutar. Cantamos primero ante la tumba de algunos antiguos auroros (Pedro 'el Casonero', Marcelino Contreras...) y ya después en las de aquellos a los que sus familiares quieran hacer una dedicatoria. Nos consuela pensar que mientras que se les recuerde estarán con nosotros. Continua la salve:
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«Tú dijiste que la muerte / no es el final del camino, / que aunque morimos no somos / carne de un ciego destino...».
Efectivamente, la verdadera muerte es el olvido. Busco en la RAE y en una de sus acepciones me encuentro lo que significa la palabra 'santo' y lo apunto: «Persona que carece de toda culpa y que está llena de bondad, digno de ser imitada en su amor a Dios y a los demás seres humanos». Y eso te lleva a plantearte la inevitable pregunta: ¿cuántos de los finados a los que hemos cantado hoy estarán entre los que caben en esta definición? Repaso y me salen... varios.
Son los discretos santos, con minúsculas, de nuestras vidas, los que han hecho que estemos orgullosos de haber compartido con ellos este tramo pasajero que es la vida. Estamos de paso y solo nos merecerá la pena si nos despojamos de lo artificioso y somos capaces de dejar en los demás un recuerdo bueno y duradero. Todo lo demás pasa.
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