Este verano, mientras atendía una mesa en el bar, una niña de nueve años me preguntó felizmente si podía imaginar un bar custodiado únicamente por ... niños.
Publicidad
Como si de un conjuro se tratara, aquella lúcida ensoñación me devolvió el recuerdo. Creo que el recuerdo puede ser leído como una mentira que se adapta sistemáticamente al transcurrir de los años, pero que dota de un simbolismo mágico al gesto de mirar atrás. Lo mejor de los conjuros infantiles es que te permiten reposar en un espacio histórico arbitrario e incontrolable.
Viajé a un agosto en La Manga, donde una vez creímos encontrar sirenas en el Mar Menor. «Jóvenes exploradores encuentran seres mitológicos en la orilla del Mar Menor» –pero nunca nadie les creyó–. Ese podría ser el subtítulo de una infancia de imágenes compartidas; infancias derretidas en onzas de chocolate con leche, bocas de futuros cuentacuentos, rodillas sucias de vida, tan afiladas que se burlan del cemento.
Entonces pensé que en Gaza también existe una playa donde, seguro, un niño buceando encontró sirenas. Donde encontró su reflejo de marfil cristalizado en el Mediterráneo. Donde cavó agujeros en la arena o jugó a ser un valiente buzo, quizá el único del mundo capaz de aguantar la respiración durante años y construir una casa en el fondo. Tal vez tampoco le creyeron. Quizá sea el desvelamiento de un sueño infantil el que determine la historia universal.
Publicidad
Vuelvo a un viernes en el Barrio del Carmen. Entro en un bar custodiado por niños; no hay ningún rostro grisáceo, está repleto de sirenas, buzos inmortales, escondites y genios castigados sin recreo. No se habla del porvenir, pero todos saludan al pasar.
Al bajar al parque, las palomas del barrio escuchan perplejas nuestra historia: la de un mundo abatido que perdió el lugar de la conmemoración. El lugar donde regresar cada viernes. Ahora habitamos el nuevo rito de paso del verano: una esquina del Mediterráneo hasta el culo de aftersun y empaquetada en bolsas nevera, la otra, hueca, huérfana de mito infantil.
Publicidad
Queridos niños: haced vuestros conjuros, inventad otro fondo marino, repetid un silbido secreto en cada callejón. Habéis sacralizado aquello de naturaleza ingobernable: el sueño infantil.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión