Si usted, amable lector/a que me escucha, quisiera hacerse una idea cabal y certera de cómo era la vida rural en los pueblos de ... Castilla a mediados del pasado siglo, y el origen de la deriva irremediable que les ha llevado a su actual estado de miseria y abandono, tiene –en mi modesta opinión– dos opciones: empaparse de algún tratado erudito de sociología profunda o, alternativamente, leer 'El Camino' de M. Delibes y complementar su lectura con el visionado de 'Bienvenido mister Marshall', descontando las inevitables claves políticas de rigor. Encuentro un notable paralelismo entre ambas grandes obras, siendo de temática en apariencia muy diferente. Comparten una misma tipología de personajes, de ambientación rural y quehaceres cotidianos. En las dos aparecen curas preconciliares de bonete, sotana y latines, indianos de rancio abolengo o enseñantes que ven cómo se marchitan sus años floridos sin contraer santo matrimonio.
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En 'El Camino', el maestro Delibes nos va desgranando la vida y milagros de un valle ignoto, a través de las peripecias de un niño de once años, Daniel 'el mochuelo', que debe enfrentarse a la dura tesitura vital de irse a la ciudad para progresar mediante los estudios, abandonando cuanto ha conformado su razón de ser: cazar pájaros, robar manzanas del huerto y acompañar a su padre en busca de un imponente milano, bañarse desnudo en las pozas durante los sofocantes veranos mesetarios, o desafiar el paso del tren interprovincial. No quiere irse, pero no tiene más remedio que responder a los inmensos sacrificios de su padre, el quesero, que no ve ningún porvenir para su hijo en el pueblo. Lamenta Daniel no tener capacidad para decidir: «La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra todo poder de decisión». Aunque el lenguaje literario carece de la fuerza visual del cinematográfico, Delibes compone un elenco inolvidable de personajes donde predomina el humor irónico: el Moñigo, el Tiñoso, la Guindilla mayor, Quino el manco, Paco el herrero...
En Villar del Río donde Berlanga sitúa 'Bienvenido Mr. Marshall', el protagonista principal es su singular alcalde de boina y sordera jocosa –el inolvidable Pepe Isbert–, acompañado de Manolo (Morán) un avispadillo representante de artistas menores y de «cómo canta la niña, ¡ea!, ¡ozú!». Los modestos labradores apegados a la tierra se entusiasman con la idea de prosperar y hacerse ricos, gracias a las espléndidas dádivas que los americanos iban a regalarles por arte de birlibirloque. Como nadie da duros a peseta, al final la cruda realidad se impone y los lugareños se ven más empobrecidos al hace frente a los dispendios indebidamente derrochados con sus menguados recursos.
Encuentro un paralelismo entre ambas obras, siendo de temática en apariencia muy diferente
Tanto Delibes en su escritura como Berlanga a través de sus ya clásicas imágenes, nos dejan un poso final de amargura. Tras la apariencia de sutil ironía retratan una España rural, pobre y atrasada, mal comunicada y sin apenas servicios. La saludable ambición por progresar y la falta de horizontes fue la génesis primera que motivó la emigración masiva desde los pueblos a las capitales y posteriormente a los polos industriales de Madrid, Cataluña y Vascongadas; posteriormente extendida con la salida de emigrantes a Europa, auspiciada desde el régimen franquista como fuente inapreciable de divisas. Con los años, ese virus pernicioso se ha extendido inexorablemente a muchas provincias y ciudades castellanas, que contemplan impotentes la progresiva pérdida de población activa y con ella, de recursos y servicios. Un problema que las inservibles y costosas 'Autonomías' no han conseguido remediar, sino agravar.
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