Blanca en la isla

Solo el amor nos salvará. Solo la cercanía a los nuestros permitirá que seamos lo que siempre hemos sido

Viernes, 26 de agosto 2022, 23:56

En el recuerdo Tito se baña en la orilla y Joaquín pasea playa arriba. Blanca lee en su tumbona gruesas novelas y ensayos de Picasso ... en inglés. Hugo hace castillos y Martina gatea. He caído atrapado en la nostalgia y el cielo en las imágenes siempre es de un azul irreal, los amarillos de los bikinis muy vibrantes y la arena de la playa más oscura. Conduzco hacia Murcia de madrugada mientras las emisoras se suceden automáticamente pero no escucho nada. Habito lejos del coche y del amanecer rojizo que se alza prometiendo seguir su esplendoroso guion circular, en el que la vida transita su curso naciendo en oriente, madurando en la cúspide y muriendo en occidente. Es la forma en que entendían los egipcios un mundo entre dos puntos cardinales contradiciendo a una realidad que viajaba de sur a norte, siguiendo el curso del Nilo que propiciaba su existencia. La idea del flujo de la vida cristaliza inexorable en la cita de Heráclito que ahora puebla las redes sociales en forma de memes: «Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos». Todo va muy deprisa en el río y en el hombre, tanto que no da a este tiempo a celebrar el haber sorteado el obstáculo fluvial ni a disfrutar de la aventura, solo le da para colgar su selfi con el agua hasta el cuello en Instagram, el río de fotos que no es sino el paso del tiempo congelado en vanidad y melancolía, esas dos hermanas que te visitan de la mano a veces pero en ocasiones una busca a la otra.

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Nunca termino de hacerme mayor. He pasado semanas pensando en eso y no he sacado una conclusión. Sería relativamente sencillo cambiar y ser lo que de mí se espera. En un cuento de Roberto Arlt el protagonista se pone la corbata para que no lo confundan con un delincuente en una metáfora de lo que la gente espera de nosotros. Nada dice el cuento de lo que nosotros debemos esperar de los demás. Vivir en comunidad tiene un 'debe' y un 'haber' que arroja saldos negativos en uno u otro sentido. En la infancia se nos hace saber qué debemos y esta situación se prolonga demasiado tiempo, hasta que un día te haces proveedor. Eres el responsable de que haya y el río se acelera y tú lo tienes que cruzar todo el tiempo.

Hace días murió Delfín Rodríguez, un amigo y un maestro, gente necesaria y buena. Llamé a Pedro Medina en Turín y recordamos un tiempo pasado en el que éramos alumnos. Sin solución de continuidad, sin habernos dado cuenta del paso del tiempo acelerado, ahora enseñamos. Nos acercamos a una primera línea que antes veíamos de lejos, que parecía que nunca iba a llegar, pero ha llegado y hoy le he dicho a mi hijo que cuando yo era joven las cosas eran más reales, más divertidas. Ni eran más reales, ni eran más divertidas, pero yo me he convertido en mi madre. Soy la vieja guardia con el sol en el cénit. Soy más viejo pero no más mayor.

Hablamos durante horas y los minutos juntos nos iban oscureciendo canas

Nos hemos reencontrado con Blanca y Tito en Marbella. Joaquín murió y ellos se fueron. La playa de la isla cambió cuando marcharon. El paisaje perdió varios tonos de color y de brillo y ya nadie leyó las novelas americanas ni le dejó elegir frutos secos a Martina. Blanca apareció radiante con una blusa en la que la medusa parecía un enorme corazón que ocupase todo el pecho. La familia es algo que te viene encima, como un piano que le cae en la cabeza al coyote. La tribu es electiva y los vínculos solo los fija el amor, nunca algo tan físico como la sangre. La sangre hace a la gente reinar o vivir miserablemente sin que los glóbulos rojos o blancos tengan raciocinio. Nosotros sí y elegimos con quién queremos formar un conjunto con el que defendernos de la noche y sus fantasmas, conjuntos en los que alguien siempre mantiene el fuego encendido, aunque sea a distancia. El tiempo no había pasado cuando nos sentamos los tres en una cafetería y los años de silencio mitigados por WhatsApp se contrajeron hasta ya no ser nada. La alegría del reencuentro devolvió tonos de color y me di cuenta de que los amarillos de la blusa de Blanca eran los de la playa hacía diez años. Volvieron las charlas en su casa, con ella y con Joaquín. Le he dicho más de una vez que debería escribir su vida, una de esas que merecen ser contadas pero no me ha hecho caso. Hablamos durante horas y los minutos juntos nos iban oscureciendo canas. De alguna manera en la tribu se recuperan los modos de relación de las pandillas infantiles porque no dejamos de ser niños disfrazados de adultos. Niños que han sufrido el desgaste de una vida que actúa a la manera del papel de lija, quitándonos las superficies rugosamente atractivas de la infancia y dejándonos planos, pero seguimos andando por las baldosas negras sorteando las blancas y pasando el dedo por las rejas de las ventanas.

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Solo el amor nos salvará. Solo la cercanía a los nuestros permitirá que seamos lo que siempre hemos sido, niños que hacen lo que pueden ante el mar enfurecido de una vida inexplicable y recia.

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