Deberíamos tener siempre presente aquella 'fábula del colibrí' que menciona el profesor Víctor Meseguer cuando, con pasión y entusiasmo, intenta explicar qué es la RSC ( ... la responsabilidad social corporativa). Cuenta esa leyenda que un pajarito no dudó en llenar su pequeño pico de agua, una y mil veces, para intentar sofocar un espectacular incendio en la selva. El resto de animales, sorprendidos de tan estéril empresa, lo contemplaban burlones. El colibrí, inasequible al desaliento y ajeno a las miradas, contestó con aplomo que él solo estaba «haciendo su parte», aportando su granito de arena, participando en la solución que los demás animales no querían emprender. Gran lección.
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Ahora que se ha reunido recientemente el G7 hemos visto las calles de Cornualles llenas de jóvenes exigiendo a los grandes mandatarios del planeta una lucha más contundente, comprometida y consensuada en materia medioambiental. Pese a lo esperpéntico de muchas de estas manifestaciones, no cabe duda de que hay algo romántico en ellas y que supone, con matices y dentro de lo razonable, un movimiento de la sociedad civil tan encomiable como otros. Un 'hacer su parte'.
Pero no, en nuestra querida España parece como si debiéramos felicitar las batucadas –contra las que no tengo nada salvo su ruido infernal– y cuestionar las concentraciones en la Plaza de Colón.
Tanto derecho tienen unos como otros. Podemos decidir cada cuatro años quién queremos que nos gobierne, pero también tenemos la oportunidad de manifestarnos pacíficamente cuantas veces queramos y donde queramos si nos mueve la convicción de que, como es el caso, nuestro estado de derecho está en juego.
La pasada semana España salió a la calle y lo hizo en contra de los indultos, pero también a favor de la vida: de la vida de las mujeres y los niños. Hemos contemplado en decenas de justas manifestaciones el dolor y la rabia de la sociedad española ante una semana 'horribilis', atroz, en la que la criminal violencia de género nos ha enseñado su más trágica realidad.
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Sabemos que podemos hacer poco... pero 'muchos pocos son un mucho' y el espíritu del colibrí puede presidir nuestras actuaciones personales.
Hay quien ha utilizado ambas situaciones de un modo espurio, pero podíamos considerarlos irrelevantes y no causa para que dejemos de mostrar nuestro rechazo contundente ante la violencia y el crimen o ante el pisoteo de la Ley. Toda reivindicación, salvando las distancias evidentes, tienen algo en común.
En 2018 nos deslumbró una campaña publicitaria que nos instaba a actuar comprometidamente en la limpieza de mares y montes. El creativo consiguió convencernos de que todos podemos contribuir ante los desafíos globales por pequeños que nos parezcan nuestros gestos y por pequeños que nos parezcamos nosotros mismos. La campaña tenía un eslogan extraordinario: 'No es mi basura pero sí es mi problema', y nuestra sociedad está aprendiendo a poner su parte cada día y no exclusivamente frente a una urna.
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Algunos partidos políticos han decidido tomar la calle y ya no es difícil encontrar en los centros de las ciudades, en los barrios, pueblos y pedanías, mesas solicitando firmas o políticos de los que antes solo veíamos en los carteles y en la televisión, explicándonos qué hacen ahí y para qué demandan nuestro apoyo, y esto es extraordinariamente positivo. Lo único positivo frente a los 'casus belli' que nos ocupan.
Que la Región pueda ser castigada sin agua. Que el Gobierno tenga pactado indultar a los políticos delincuentes desde antes de que conviviésemos con el SARS CoV-2 o que España tenga un problema de violencia machista insoportable y endémico son circunstancias contra las que merece la pena luchar, siempre. Y no confundamos: no estamos igualando problemas, sino reivindicando nuestro derecho, el de todos, a manifestarnos contra aquello que consideremos injusto, sea en la Plaza de Colón o en la Circular.
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Tenemos muchos problemas causados por una basura que mayoritaria y afortunadamente no es nuestra, pero que está ahí.No conozco personalmente a los que han provocado el incendio, pero podemos ser colibrí y contribuir a que no se propague. Hacer nuestra parte: quizás se trate de eso.
Y a los inteligentes asintomáticos, incapaces de empatizar ante ningún problema, obviémoslos, sin perder la esperanza de que la ciencia también obtenga una vacuna para eso.
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