¿Bajar impuestos? No, gracias

Es más, habrá que plantearse un debate ordenado para equilibrar las cuentas públicas, reforzando el sistema impositivo o reduciendo los servicios públicos

Miércoles, 25 de mayo 2022, 01:28

José y Lourdes son una pareja de clase media que llega a fin de mes con menos desahogo que hace unos meses. Sus trabajos no ... se han visto muy afectados por la subida de la luz y la gasolina, pero, como sus ingresos no han aumentado, han tenido que ajustar su cesta de la compra y renunciar a algún gasto extra para afrontar la inflación. Como a casi todos, les cuesta asumir la situación y buscan soluciones. No es difícil encontrarlas, basta con oír las tertulias de la radio y la tele o las declaraciones de políticos, siempre ávidos de ofrecer soluciones populares y promover el bien común.

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¿La pócima más rápida? Bajar impuestos. Con más dinero en los bolsillos, dicen, compensaremos la subida de precios, el consumo aumentará, las empresas tendrán más dinero para invertir y se creará más empleo. Además, como la inflación ha disparado los ingresos públicos, hay margen de sobra. Bajar impuestos resolverá nuestros males. ¿A qué esperar? Todo son ventajas, ¿no?

Bueno, no del todo. Bajar impuestos suele ser una buena receta para alegrar la economía, pero no siempre, hay contraindicaciones. Y, precisamente ahora, hay dos razones que lo desaconsejan. La primera es que la causa de la debilidad económica no es un descenso de ingresos o un aumento del paro que nos impida gastar, sino la subida del precio de la energía. La segunda, que la situación fiscal es delicada y no hay mucho margen de actuación.

La subida de los costes de producción, provocada por los precios de la energía, significa que las empresas solo están dispuestas a producir más subiendo precios. Ya sucedió en las crisis del petróleo de los 70. En estas condiciones, lo más probable es que bajar impuestos no estimule el crecimiento, sino la inflación. Además, reducir la imposición restaría incentivos a mejorar la eficiencia energética y a desarrollar la inversión en energías alternativas, lo que a la larga tampoco es una buena idea.

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La situación de las finanzas públicas tampoco ayuda. Como casi siempre, no hemos aprovechado los años de bonanza para cuadrar cuentas, así que cuando ha llegado la crisis nos ha pillado con el pie cambiado. Tenemos un déficit de los más altos de Europa y no podemos permitirnos bajar los impuestos y aumentar aún más el déficit y la deuda. Tampoco ser rumbosos con el gasto. Eso acabaría por afectar negativamente a la economía: un desequilibrio grande crea desconfianza, eleva las primas de riesgo y acaba por pesar sobre la inversión y el empleo. Más aún cuando los gastos en pensiones o sanidad, entre otros, tienen una inercia creciente y el Banco Central Europeo empieza a plantearse subir los tipos de interés.

Hay quien defiende que bajar los tipos impositivos, al estimular la actividad, mejoraría los ingresos públicos. No lo crean. Eso solo pasa cuando los impuestos están mal diseñados y son extraordinariamente altos. Estamos lejos de ese punto. Eso mismo han pensado siempre nuestros políticos cuando han estado en el Gobierno con independencia de su color: cada vez que ha sido urgente cuadrar las cuentas han subido los impuestos, no los han bajado.

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Todo eso no significa que no pueda hacerse nada desde el lado fiscal. Significa que hay que ser muy selectivo y cuidadoso con el modo en que se emplean esos recursos escasos y centrar las políticas de apoyo en los sectores más vulnerables de familias, autónomos y pymes, y renunciar a políticas de apoyo indiscriminadas. Rebajar el IVA, incluso de bienes de primera necesidad, no es la manera más eficiente de apoyar a los más afectados por la situación.

Así que no, no creo que sea buena idea bajar impuestos. Es más, en algún momento habrá que plantearse un debate ordenado para equilibrar las cuentas públicas, reforzando el sistema impositivo o reduciendo los servicios públicos. Ambas opciones son legítimas, son los ciudadanos los que tendrán que elegir, según prefieran. Lo que no tiene fuste es decir que esto se arregla reduciendo la grasa de las administraciones públicas o aflorando economía sumergida, aunque haya que hacerlo. O subiendo los impuestos solo a los ricos. Simplemente no suma.

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Todo será más fácil si, por el camino, hacemos reformas de esas que promueven la prosperidad, aunque necesiten, qué le vamos a hacer, de un amplio apoyo parlamentario. Cosas como tomarse en serio la investigación, impulsar la calidad de las instituciones, mejorar la educación –dicen que la formación profesional ha dado un salto adelante– y estimular la igualdad de oportunidades. Cuando la tarta es más grande, las cosas son más sencillas.

Dirán que eso no arregla la situación de José y Lourdes, ni la de tantos otros ciudadanos de clase media, al menos a corto plazo. Y es verdad, pero es que tenemos que dedicar una parte mayor de la renta nacional a pagar la energía que compramos a otros países y eso significa que nuestro país es más pobre. Arreglarlo toma su tiempo.

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