Yo no sé ustedes, pero desde mi innecesaria opinión veo las cosas de la política con pesimismo. Un pesimismo triste y hasta puede que irracional ... que nada tiene que ver con quien gobierne, más bien con como gobierna, y que no tiene nada que ver con quien se opone, más bien con como se opone. Siempre he creído que las fases de crisis, ya sean económicas o sociales o sanitarias, eran el mejor momento para cambiar lo que no ha funcionado y disponer las reformas necesarias para despejar el porvenir, pero en España las crisis solo sirven para retroceder y estancar las esperanzas. Todo va bien cuando casi todo va mal. Y, aun así, tenemos el autodenominado gobierno más progresista del mundo, una sanidad envidiable y un sistema social codiciado por los países más avanzados. ¿O no? Parece que nos movemos entre la propaganda y la fantasía cada vez con mayor pericia y menor vergüenza.
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Llevamos un año de decepción en decepción. Saltaré las sanitarias porque todos las conocemos y padecemos. Una decepción sorprendente ha sido la actuación de la extrema izquierda. Habituado a los grandes discursos marxistas/comunistas de mi época cargados de munición contra el capitalismo para transformar el mundo, resulta curioso que el discurso actual no sea más que una separación filosófica entre pensamiento y obra. Un ejercicio confuso de colectivismo estético y prosperidad económica y social individual. Muy al estilo chino de 'ande yo caliente, ríase la gente'. Transformación personal aprendida de un folleto de autoayuda. Viva la burguesía marxista. ¡Si Marx levantara la cabeza! Todo se ha quedado en disparates de género, amor por los animales, dietas absurdas y una contrarreforma laboral que firmaría la derecha y Miguel Mihura. El apagón intelectual que disfrutan les permite no tener que mirar la factura de la luz.
Otro desbarajuste ético y democrático de la izquierda es la defensa y apoyo a la inmersión lingüística de los nacionalistas. Parece mentira que la izquierda, tan ilustrada y culta, sea tan necia para secundar y respaldar una trampa que encierra, tan solo, la impotencia del nacionalismo por el control social. Puesto que carecen del tan ansiado Pueblo, quitando las zonas rurales poco pobladas, que apoye su estrategia feudal el único paso efectivo es la incomunicación disfrazada de defensa de la lengua. Conseguir que solo se hable la lengua propia aísla el territorio creando una frontera idiomática que impide la relación y somete a la gente a su propia jurisdicción.
Utilizar la escuela pública, la educación y la lengua para alcanzar unos fines políticos cuestionables, antidemocráticos y represores es la mejor manera de expresar el 'derecho a decidir'. Deseducar para dominar y tener una base social dependiente y cautiva. Es curioso que esta política limitativa del desarrollo laboral, profesional o empresarial sea seguida fielmente por los usuarios de la escuela pública y, sin embargo, no lo sea por las élites políticas, funcionariales y económicas que tienen claro que el español y el inglés son lenguas imprescindibles para el progreso, en un mundo globalizado, de los pueblos. Que se aprenda el idioma del territorio es bueno y sano, pero que solo se aprenda esa lengua es una estupidez cuyo único fin es hacer súbditos. Pasar de una sociedad abierta a otra cerrada e incomunicada, donde solo los poderosos se educan en el bilingüismo, es perversamente miserable, autócrata y despótico. Si eso lo permiten los habitantes del territorio, en nombre de la pureza y la distinción, se estarán condenando al aislamiento y a la sumisión, por mucho helado de postre que se les prometa. Y que todo esto lo acepte la izquierda, como mal menor, para retener el poder, abandonando a su suerte a los más desprotegidos es una traición inconcebible.
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Tampoco la derecha anda sobrada de afectos y premiadas decepciones, aunque como está en la oposición su papel se diluye en refriegas pasajeras, contestadas con cierta violencia verbal y acusaciones implacables. No ayuda mucho que, después de dos años de gobierno tibio, apagado y como de octavilla prerrevolucionaria, estén repartiéndose el poder futuro con el aval del éxito en la Comunidad de Madrid y el pillaje en la de Murcia. Como no espabilen, dejen de esconderse detrás de Díaz Ayuso y organicen un programa serio y contundente que comprar, la izquierda resultona y ociosa y sus redes sociales les van a birlar el pastel. De momento tienen inflación para ir tirando.
En fin, que este año que empieza nos dé alguna satisfacción y motivo para ser algo más optimistas. Cuídense y cuiden de los suyos.
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