Cuando el artista es mala persona

Afortunadamente la vida, como el arte, no es tan aburridamente sencilla. No iba a serlo Picasso

Sábado, 5 de noviembre 2022, 12:22

Nuestra cultura necesita dos cosas: un buen evento lleno de fuegos artificiales y poder juzgar a alguien. Si no conmemoramos algo no encontramos la forma ... de celebrar la cultura, que es atemporal, paradójicamente. A eso hay que añadir que los historiadores del arte necesitamos fechas y estilos para que todo esté bien encajonado, si no podemos rotular algo no lo entendemos, nos da hasta cierto miedo lo inclasificable. Tenemos bibliotecas perfectamente ordenadas por autores y estilos, si algo cambia de sitio se pierde provocándonos desconsuelo y ansiedad. Siendo así las cosas, este año celebramos el 50 aniversario de la muerte de Picasso, el (ponga usted la etiqueta que más le guste) del siglo XX, el hombre que cambió el arte tantas veces como quiso y que murió rico en Francia después de haberse acostado con más mujeres de las que podemos llegar a contar. Hace mucho entendí que era más fácil seguir los cambios estilísticos del malagueño por las mujeres con las que convivía, de manera que el tiempo de 'Las señoritas de Avignon' es Fernande Olivier; el retorno al clasicismo es Olga Koklova; el 'Guernica', Dora Mar; la madurez, Jaqueline, y todas las fases intermedias las muchas otras, como Marie Therese Walter, tan joven, menor de edad. Casi una niña. Eso me trae a la memoria que hace unos días abandonó el edificio Jerry Lee Lewis, autor de una de mis canciones favoritas, ese cañonazo que es 'Great Balls of Fire' y que se casó con su prima de 13 años. Eso tiene nombre. Y lo de Picasso también.

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El concepto actual sobre el genio ha ido virando desde el asombro en lo artístico a lo condenatorio en lo personal y hay un juicio casi unánime que lo considera machista, infiel, maltratador y mal marido. Pensar eso de un español nacido en el siglo XIX no es muy expeditivo, ya que la cultura reaccionariamente masculina de entonces propiciaba esos comportamientos. En 900 palabras no puedo desarrollar una tesis que determine si Picasso era buena o mala persona, pero sí simplificar la cuestión con algunos detalles incontrovertibles. Pollock era un borracho que ensombreció e hizo infeliz a Lee Krassner, una excelente pintora que se limitó casi siempre a pequeños formatos porque él ocupaba el piso bajo de la casa-estudio y a ella le tocó el primer piso, donde no cabían los enormes formatos del marido. Cuando Gericault pintó 'La balsa del Medusa', uno de los cuadros más célebres de la historia, estaba denunciando valerosamente la corrupción del Estado francés que puso el barco en manos de un monárquico arribista, un estómago agradecido sin experiencia ni capacidad que lanzó a una muerte espantosa a buena parte de la tripulación, abandonada por los que se salvaron en botes. Es muy loable, pero en esos días el pintor ocultaba algo que no hemos sabido hasta hace poco, y es que tuvo un bebé con la joven esposa de su tío. Para evitar el escándalo abandonaron a la criatura, sin siquiera ponerle nombre, en un orfanato y el moralista pintor se calló para siempre semejante cobardía. Consejos vendo, que pa mí no tengo. Cuando Ricardo de Orueta, el gran historiador del arte español del regeneracionismo, redescubrió a Pedro de Mena transcribió parte de su testamento. Un hombre para el que el ser humano y su dignidad eran lo primero, como Orueta, no pudo evitar publicar el trato que Mena dio a sus esclavos en el testamento, indigno hasta para la época. A la hora de juzgar todo esto, porque lo que nos gusta de verdad es juzgar sin necesidad de pruebas, habría que decidir en qué manera, cuando vayamos al Louvre, cambiará nuestra percepción del formidable cuadro de Gericault o en Valladolid si la 'Magdalena' de Mena es peor. El lector habrá notado que no he mencionado a Caravaggio, asesino, bronquista, sodomita... como sodomita fue Benvenuto Cellini, el más exquisito orfebre en un tiempo en que la sodomía podía acarrear la horca. Hoy la sodomía solo está condenada penalmente en los países criminalmente integristas, como Irán, donde la homosexualidad conlleva la muerte. El presentismo es una lacra del pensamiento.

Podemos ser menos inteligentes aún si ampliamos el círculo de nuestros complejos con una lista de los artistas que colaboraron con la inquisición, como Salzillo, con regímenes dictatoriales, como Zuloaga con Franco o Malevich con Stalin. Incluso podemos poner una cruz a los que tenían mal carácter o fueron soberbios, lo cual descalificaría de salida a Ramón Gaya o al melancólico y suicida Rothko. Cuando este último se pegó un tiro, el estudio se llenó de sangre. Su cuerpo yacía en medio de ella como una de las manchas longitudinales que dividen las masas de color en sus cuadros insuperablemente bellos. La muerte como obra de arte última.

Yo mismo, para mis amigos debo ser buenísimo y para mis enemigos malísimo aunque probablemente todo sea más sencillo y no sea ni una cosa ni otra, o más complicado, porque la vida suele ser muy complicada aunque queramos juzgarla con la superficialidad de un tuitero. Tal vez a muchos les vendría mejor una biblioteca de psicología que una de arte, aunque es cierto que las anteriores son verdaderas tragedias que no pueden no mediatizar nuestra percepción. Afortunadamente la vida, como el arte, no es tan aburridamente sencilla. No iba a serlo Picasso.

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