Cuando yo era niño mi madre me llevaba de la mano por la calle Trapería de Murcia, entonces, como ahora, arteria importante y lugar casi ... obligado de paso para llegar a todas partes. Seguramente mi madre me llevaba al médico, siempre fui un niño enfermizo. Ahora soy un viejo enfermizo. Una cosa me llamaba siempre enormemente la atención cuando pasábamos junto al casino: dos señores que siempre estaban allí sentados y que yo juzgaba enormes y, desde luego, con prominente y orgullosa barriga. No hablaban entre ellos, miraban distraídamente pasar a la gente mientras fumaban sus largos puros. Bueno, lo de los puros no lo recuerdo bien, pero lo supongo porque era lo habitual en la época, como lo era que un limpiabotas, agachado, sacara brillo a sus zapatos.
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Muchos años después supe que aquellos orondos señores, como sacados de un tebeo, eran los hermanos dueños del cercano café Drexco. El Drexco antiguo, claro, no el actual que abrió muchos años más tarde del cierre del antiguo y con enorme éxito desde el primer día, tanto éxito que el Drexco es ya un pequeño Imperio, hay Drexcos por toda la ciudad. Hace mucho tiempo leí uno de los primeros libros de Juan Goytisolo, escrito en los años cincuenta, un precioso libro de viajes: 'Campos de Níjar', un viaje, claro, por la provincia de Almería, por su desiertos. El viaje de Goytisolo, posteriormente convertido en libro, arrancaba en Murcia, en la ciudad.
Cuando de joven leí ese libro lo que me produjo gran asombro fue observar que Goytisolo, en uno de los primeros párrafos, al hablar de nuestra ciudad, evoca con la misma sorpresa de aquel niño que pasaba de la mano de su madre, a unos señores muy gordos, siempre sentados junto al casino. Naturalmente, él, como yo de niño, no sabía quiénes eran aquellos barrigudos señores, puro en ristre. Me gusta evocarlos así, con puro.
Trapería eterna, antes espacio de tiendas centrales del comercio murciano, como La Alegría de la Huerta y otras más pequeñas pero sólidas, de las que pasaban de padres a hijos. Ahora el comercio es más cambiante, casi nunca tiene éxito duradero. En esta calle nunca hubo muchos bares. Ahora hay heladerías y algunos comercios de estos actuales en lo que lo mismo te ofrecen un café, una golosina o un bocata de burritos mexicanos. Pero ahí sigue la calle, medieval y moderna, como la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo, el mundo, la gente, la vida.
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