La tribuna del cronista

El comandante Ortiz, alcazareño de adopción

El 18 de julio se entera de que la vecina base aeronaval de San Javier se ha sublevado y forma una columna militar que someterá a la base rebelde

Martes, 16 de enero 2024, 01:04

Juan Ortiz Muñoz nació en 1894, en la barcelonesa calle del Oro. A los 17 años ingresa en la Academia de Infantería de Toledo, donde ... se gradúa en 1914. En 1920 formó parte de la llamada Promoción Grande, la primera hornada de pilotos de la aviación militar española, uno de cuyos centros de formación estará en Los Alcázares.

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A inicios de los años 20 participa en la guerra de Marruecos como aviador, en labores de reconocimiento, ataque y bombardeo, que le supondrán varias condecoraciones (medalla militar individual, colectiva y Sufrimientos por la Patria). Pero también sufre un accidente que le dejará una cojera permanente. En 1925 participó en el desembarco de Alhucemas.

Tras la guerra es destinado a diversos puestos y ascendido a comandante en 1926. Republicano convencido, cuenta entre sus amistades con personalidades tan comprometidas con la llegada de la II República como Ramón Franco y Díaz Sandino. Junto a ellos participa en los sucesos revolucionarios de 1930.

Su comportamiento y el respeto a la dignidad humana le hacen merecedor de un reconocimiento

Ortiz hará gala a lo largo de su vida de un carácter, en ocasiones, difícil. Será arrestado varias veces e intuimos que su condición de homosexual pudo estar detrás de alguna de dichas reclusiones. Pero ante todo es un profesional y su pasión es volar. Adquiere una avioneta privada ('Horacio el Optimista') y crea una Escuela de aviación privada en Getafe. Un periodista escribe en 1928: «Después de los vuelos durante toda la semana, te vas los domingos temprano a ver qué ocurre en el aire. Ortiz, como sigas así, se va a acabar el aire».

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Con la llegada de la II República forma parte del comité para la reorganización de la aviación militar. Será de nuevo destinado a Los Alcázares (grupo de Hidros Nº 6 y servicios de Instrucción de la Escuela de Tiro y Bombardeo). Finalmente es nombrado jefe del aeródromo en 1936. Sus relaciones con la sociedad civil de la zona fueron muy fluidas, participando en diversas iniciativas locales.

Su papel al frente del aeródromo será decisivo. El 18 de julio se entera de que la vecina base aeronaval de San Javier se ha sublevado y forma una columna militar que someterá a la base rebelde. Cuestión nada baladí, pues ambos aeródromos acumulaban una ingente cantidad de aeronaves. Lo hará sin derramar una gota de sangre.

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En estos primeros meses, Ortiz evita la extensión del terror bajo su mando.

Mantendrá el orden y protegerá a multitud de gente de posibles paseos (Manzanares, Wandosell, Navarro y García Morillas, entre otros muchos). Además, firmará el decreto de creación del primer Ayuntamiento de Los Alcázares en septiembre de 1936.

Destinado a Francia para comprar material militar aéreo,las desavenencias con los responsables de la misión harán que se presente en Valencia ante Prieto para mostrar sus quejas. Al no ser recibido, lanzó un cuadro del ministro por la ventana. Marchó al exilio, instalándose en Bruselas, donde montará una mercería. En 1942 decide regresar a España, donde es detenido cruzando los Pirineos.

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En el juicio subsiguiente algunos de los que defendió, junto con compañeros aviadores, interceden por él. Aun así, será condenado a muerte por la toma de San Javier y por esa surrealista acusación de adhesión a la rebelión.

La pena capital es conmutada por 30 años, pero sale en 1946. Vive en Torre Pacheco y en Alicante, con visitas esporádicas a Los Alcázares, y termina sus días en un asilo en Cartagena, en 1974. Descansa en el cementerio de Portmán (La Unión), donde residía su hermano José.

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Juan Ortiz fue un hombre de personalidad compleja, con muchos problemas durante los largos años de su exilio interior. Pero su comportamiento y su capacidad para mantener sus principios y el respeto a la dignidad humana en los momentos más convulsos de la Historia de España le hacen merecedor, sin duda, de un reconocimiento.

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