El alcalde Ballesta, una tragedia y una ciudad de luto
Qué lejos ha quedado de responder a las expectativas que generaba su nombre la discoteca Fonda Milagros, ojalá no hubiese sido necesario tener que nombrarla. ... A la que sí atribuyen milagros es a Santa Rosa de Lima, ¡menuda responsabilidad!, la patrona del pueblo nicaraguense llamado, allá lejísimos, Santa Rosa de Lima. Qué casualidad, fue fundado por colonos españoles animados por la búsqueda de minas de oro cuando transcurría 1700. Allí viven ahora como pueden once mil habitantes, envueltos casi en el olvido por un clima tropical seco y con unas temperaturas que suelen encontrarse en su salsa cuando alcanzan los 38 grados. Lo que no ha podido evitar la patrona es que los incendios de sus bosques hayan achicado sus recursos naturales.
De allí se vino a España, no en busca de oro pero sí de una vida mejor, Orfilia Blandón, que hasta que fue devorada por las llamas, hace justo una semana, tenía 27 años, tres menos que su novio, Eric, también aniquilado sin piedad. Ambos se encontraban celebrando el cumpleaños de él en esa discoteca que no debería haber estado abierta, sobre la que pendía una orden de cierre municipal que, ni se ejecutó, ni se vigiló por parte de las autoridades municipales que tal orden se cumpliera. El peligro era real, ya lo ven. El riesgo llevaba escrito la posibilidad de una tragedia que llegó como un mazazo sobre una ciudad que amaneció de luto.
Orfilia y Eric no estaba solos, Marta Alejandra, la madre del novio, los acompañaba, al igual que su otro hijo, Sergio. La señora, que tenía 62 años construidos sobre una existencia nada privilegiada hasta el final, también llegó a Murcia desde Nicaragua, hace 15 años, persiguiendo un lugar próspero donde criar a sus hijos. Trabajó sin descanso, pero no logró descansar en paz con una muerte más tranquila, más amable y menos criminal. A ella le quedan dos hijas vivas, las dos hermanas de Eric y de Sergio que jamás pudieron imaginar que un día tendrían que venir a Murcia para hacerse cargo de los cuerpos de los suyos. Nadie está preparado para enfrentarse a algo tan difícil de olvidar ya para siempre.
La pareja formada por Seiby y Rafael tuvo un final distinto, porque ella sí pudo salvarse del infierno del que él no pudo librarse; el colombiano Yossie también podría haber sobrevivido, porque abandonó la maldita fiesta para llevar de regreso a un primo suyo a su casa, pero se equivocó sin posibilidad de enmienda regresando justo a tiempo de perecer. Su madre, Dubi Reyes, llevó algunos objetos personales suyos a la Polícia para que, al menos, pudiese ser reconocido su cadáver.
Se pidió a los familiares de las víctimas cuyos cuerpos quedaron casi literalmente convertido en polvo que proporcionasen objetos de su muertos: maquinillas de afeitar, cepillos de dientes, peines...; el ADN sobrevive a todos los espantos y su examen permite que puedan ser enterrados por su nombre y apellidos y por quienes ya no cesarán en el empeño de echarles de menos.
Han sido en total trece los fallecidos, las muertes que nos podríamos haber ahorrado, el horror que asoló tantas historias familiares porque hubo quien actuó irresponsablemente, y hubo quien no cumplió con su trabajo, y porque quienes deberían velar por la seguridad de todos a veces se distraen con tonterías. Y la apatía, la indiferencia, la torpeza al no priorizar bien lo que de verdad es importante, queda demostrado que son alimento fácil para que el fuego vuelva a zarandear conciencias, pulverizar sueños y dejarnos desnudos de banalidades por unos días. Luego, olvidamos.
No creo que olvide estas muertes gratuitas el alcalde José Ballesta, que lo es de todos, también de los llegados a su ciudad aunque sea desde el confín de mundo. Respiramos todos el mismo aire y también todos estamos expuestos a las negligencias. Incluso podemos ser nosotros cualquier día los negligentes. Miro una foto suya, del primer edil convertido en ese momento en todos los maridos, padre de familia, hermanos, hijos, vecinos, amigos... tomada poco después del desastre.
Cabizbajo
Está solo, cabizbajo, y no ante al criminal Frank Miller, sino frente a las discotecas Teatre y la otra ya citada casi aún echando humo. Reciente la tragedia, todavía en activo los interrogantes sobre cuántas muertes se habrá cobrado la velada. Supongo que también le asaltaría el recuerdo del joven que un día fue, y el futuro que se imagina envejeciendo lo más en armonía posible; veo al médico conmovido que también es, y la lucha del político de éxito, que ha obtenido mayoría absoluta, en lucha interior contra un golpe tan bestial.
¿En qué estaría pensando?, ¿cuántas veces tragaría saliva?, ¿cuánta indignación tuvo que mantener a raya?, ¿qué justificación le vendría a la cabeza para que el Ayuntamiento que preside no hubiese actuado con la solvencia que le corresponde? ¿Qué diría en su fuero interno de sus técnicos e inspectores?, ¿qué responsabilidad personal se atribuiría a sí mismo? ¿Pensaría acaso el alcalde Ballesta que una ciudad es, sobre todo, las buenas causas que defiende con valentía y la garantía que se da por sentada de que se hace cumplir la ley, «caiga quien caiga»? Se llamaban Seiby, Yossie, Dubi, Eric...
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