La soledad
Las personas que se endiosan, que cruzan la frontera entre la aceptable vanidad y la detestable soberbia, acaban siempre solas, pero más cerca de los animales que de los dioses
Opinaba Ortega y Gasett que soledad es la palabra más bella del idioma español, porque expresa el estado natural en que se encuentra el hombre ... consigo mismo.
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Y Machado versificaba al hombre que habla consigo mismo, porque piensa hablar con Dios un día.
En términos generales se tiene por soledad la carencia de compañía y también como el pesar y melancolía que se padece por la ausencia, muerta o perdida de alguna persona o cosa (así en el diccionario enciclopédico de Espasa).
Bien conocida es la diferencia entre una soledad física y otra psíquica, pues mientras que la primera lleva consigo el total aislamiento de otras personas, la psíquica puede compaginarse con la compañía de uno, varios o incluso muchos congéneres. Pero ambas producen en el ser humano una sensación de tristeza, de desprotección y de aislamiento total, difícilmente compatible con el amable disfrute de una vida plena.
Siempre se asocia esa sensación con la oscuridad, con la amargura y con el sufrimiento.
Qué maravillosa es la forma en que la aborda el inmenso García Lorca en su poema de la pena negra. Los gallos están buscando la aurora, la luz que borre las tinieblas, y por el monte oscuro baja una gitana de carne cobriza y pechos ahumados, Soledad Montoya, quien al ser preguntada qué busca contesta que su alegría y su persona, porque se encuentra sola. Qué pena tan lastimosa, que la hace llorar zumo de limón, agrio de espera y de boca. No aclara el poeta si está sola o si se encuentra acompañada pero sola, pero evidentemente está entristecida, abandonada a sí misma.
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Las soledades física y psíquica producen en el ser humano una sensación de tristeza y de desprotección
Según un pensador de la antigüedad clásica, la soledad es para los dioses y para las bestias. Los primeros no necesitan a nadie, se bastan solos para existir. Las bestias no tienen sentimientos y por ello no perciben los inconvenientes de estar solas. Por eso, las personas que se endiosan, que cruzan la frontera entre la aceptable vanidad y la detestable soberbia, acaban siempre solas, pero más cerca de los animales que de los dioses. Mucho se ha escrito sobre la teoría del super hombre y de sus derivados, los egocéntricos, los yoístas, los narcisistas y los caudillos. No necesitan a nadie, pero no disfrutan de nadie.
Sin embargo, defenderé siempre que la soledad es una verdadera calamidad, no cuando se aspira a un rato, un día o una época sin compañía, sino cuando se asume morbosamente como idónea situación de la persona. Una canción latina llega a decir que un hombre, una mujer por separado son la mitad del ser, dos soledades. Aunque exagerada la expresión, algo de verdad hay en ello.
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El ser humano puede aislarse para crear, pues todas las bellas artes y los avances científicos requieren tiempo, tranquilidad y ausencia de molestias, pero, una vez conseguida una bella escultura, una gran obra literaria o una sublima partitura, o alcanzado un descubrimiento importante, el destino de todas esas obras es ser compartidas por los demás, darlas a conocer a cuanta más gente mejor. Ahí se acaba la soledad del artista o del científico, permitiendo a sus semejantes que conozcan y disfruten de su talento.
La intención de estas reflexiones no es estética, sino rematadamente social, pues lo que el solitario necesita y reclama permanentemente es compañía, de ahí que deba incidirse muy rotunda y muy permanentemente en que los servicios públicos suplan de la mejor manera posible la ausencia de familiares o la dejadez de los existentes cuando las personas, sobre todos las muy mayores, se encuentran solas, sea en su domicilio o en residencias y otros aparcamiento vitales para quienes ya nada útil pueden hacer, aunque hayan batallado mucho a lo largo de su vida en búsqueda de la felicidad de sus parientes y conocidos. Cuanto se haga en esta dirección es poco, pues ya que en la edad provecta te abandonan la menta y el cuerpo, que no haya de padecerse también el triste abandono de tus semejantes.
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Antes se decía, y normalmente era cierto, que quienes cuidan a sus hijos, serían cuidados por ellos al final de sus días. Hoy, el pragmatismo, el egoísmo y el utilitarismo de nuestra sociedad está acabando con esa tendencia, salvo honrosísimas excepciones. He llegado a oír a alguien que bastante hace con pagar la residencia en la que tiene a su madre. Quien así habla, desde luego se acerca más al mundo animal que a las deidades, pues descuida su humanidad.
Nunca olvidaré la frase que me espetó un gran amigo fallecido recientemente: 'Estoy tan solo que no tengo ni a quien contárselo'. Ojalá que ya disfrute de una vida mejor que la que tuvo entre nosotros.
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