Hace muchos años el cantautor Patxi Andión compuso un tema en el que narraba el naufragio de un barco de pesca en el Mar Cantábrico. ... Una de las estrofas de esta canción, verdaderamente poética, decía: el piloto está borracho / y lo tienen que amarrar / y naufragaron despacio / como intentando esperar.
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Los dos últimos versos siempre me parecieron de una conmovedora belleza, pues son un compendio de desesperación, de esperanza y de tristeza, en definitiva, de resignación ante la adversidad.
La nave se está yendo a pique, pero se sumerge lentamente, por si alguien o algo consigue evitar el desastre, aplazar un poco el ya seguro y fatal desenlace.
De los treinta y siete que se hicieron a la mar una mañana de marzo poco antes de clarear, solo el piloto ha quedado para poderlo contar. Sólo él se salvó, al encontrarse flotando la madera a la que lo sujetaron sus compañeros. Por instinto natural los demás trataron de demorar el hundimiento, pero finalmente perecieron, porque los pescadores no saben nadar.
Pues bien, la actualidad de España refleja una situación parecida a aquella. La historia de un país es como la biografía de una persona, está compuesta por sucesivas caídas y posteriores levantadas, y así van pasando los años de cualquier ser humano y los siglos de cualquier colectivo al que llamamos nación.
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Y es que nuestro querido, por casi todos, país aún flota, pero los vientos lo están derribando. Como aquel barco, si nadie lo salva, acabará perdiéndose.
La Santabárbara de esta nave es la Constitución, pero ese fortín también hace agua, pues la tratan de torpedear por intereses mezquinos, partidistas e insolidarios. Basta observar cómo las tres principales patas de ese baluarte de la convivencia democrática que es la Ley Fundamental se están viendo afectadas seriamente. La democracia no puede funcionar sin separación de poderes, sin respeto entre ellos y sin la ausencia total de injerencias entre el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Esto que a estas alturas parece perogrullesco puede arruinaros a los ciudadanos, a los de todas las regiones de España, hoy llamadas comunidades autónomas.
No se puede legislar siempre desde una perspectiva ideológica y sectaria, no se puede gobernar únicamente para los miembros y los votantes de un determinado partido político, y no se puede impartir justicia si se asiste a un abordaje, un avasallamiento y un control de los órganos destinados a garantizar su absoluta independencia.
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La piedra angular de cualquier democracia, sobre todo las occidentales modernas, ha consistido esencialmente en la salvaguarda de dos cosas: elecciones y tribunales. Las primeras para asegurar que la soberanía popular sea una realidad y los segundos para garantizar el cumplimiento de las leyes y la conservación del Estado de derecho. Lo demás son flecos, por muy importante que sea la gobernanza para el bienestar de los ciudadanos.
Y sería bochornoso que un líder político quisiera salvarse él solo, contemplando pacientemente cómo aquellos palos del sombraje estatal se hunden lentamente, desmembrando y troceando el país. Si los pescadores siniestrados tenían la esperanza de que apareciera por allí algún barco, los españoles depositamos nuestra ilusión en Europa, pero no va a venir Europa a salvarnos, pues se limita a, como se decía de la reina de Inglaterra, animar, advertir y aconsejar, poca cosa para lo necesitados que estamos de que alguien ponga orden aquí. La Unión Europea legisla y juzga, pero en la práctica no gobierna. Y bien conocido es el respeto que los gobiernos de nuestros 'socios' otorgan a los jueces y tribunales españoles, llegando a acoger en sus territorios a prófugos irredentos de nuestra justicia.
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El capitán de esta nave es el Rey, pero el piloto, quien la ha de conducir a puerto, es el presidente del Gobierno. Sería catastrófico que ante la adversidad general se refugiase únicamente en los suyos, y que, como aquel pescador, se emborrachase, no de alcohol, pero sí de poder. Y, finalmente, que utilizase ese poder, que lo tiene legítimamente, en contraria dirección a lo que constituye la esencia de su cargo, favorecer y mejorar la vida de los gobernados, de todos los gobernados. Ojalá no pierda consciente o inconscientemente la visión de la realidad y, sobre todo, no siga aquietándose a las pretensiones de quienes tratan de destruir un país que desde los tiempos del visigodo Teodomiro ha buscado siempre la consolidación de un estado unitario y unido y de una sociedad en la que todos sus integrantes gocen de los mismos derechos y asuman las mismas obligaciones.
Quiero ser positivo, aunque me cuesta. Creo y deseo que la tempestad amainará, que la nave seguirá a flote y que la travesía de este gran país seguirá su rumbo en pos de la convivencia y, si se puede, de la felicidad de los españoles.
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