Arturo no es un hombre rico, pero sí billetoso, es decir, que no le falta de nada y puede permitirse cualquier capricho. El año pasado ... por Navidad conoció los belenes tradicionales de Murcia y quedó impresionado por la calidad y meticulosidad con que los artesanos de la Huerta los confeccionan por estas fechas para deleite de las familias y sobre todo de los niños. Esas figurillas de ángeles, pastores, soldados, diferentes animales y especialmente la forma de concebir el nacimiento, siempre al estilo napolitano, con ropajes adecuados y con un colorido verdaderamente propio de aquella época, le impactaron tanto que decidió adquirir varios de ellos y regalarle uno a cada amigo para que lo disfrutasen sus hijos.
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Compró seis, más uno para su casa, y les pidió a todos las direcciones para que se los enviaran, todos, por supuesto, del mayor tamaño que existía. Además, convocó una comida para comentar con los amigos cómo habían recibido sus pequeños aquel regalo. Y fue en ese almuerzo cuando surgió la sorpresa. Les dijo que el único del grupo que faltaba allí era Mariano, con quien estaba enfadado por unas diferencias mantenidas con él hacía unas semanas. Estaba ofendido y lo excluyó del agasajo, pese a saber perfectamente que aquel tenía tres hijos de poca edad. Después preguntó si los belenes estaban completos, contestándole todos que sí. Sin embargo, al mío, les dijo, le faltan algunas figuras esenciales y contiene otras irregularidades que lo desmerecen enormemente.
Sorprendidos, le pidieron que detallase esos defectos y les explicó que uno de los ángeles del portal tenía una sola ala, que allí estaba solo el buey, pero no la vaca, que el río que pasaba cerca no llevaba agua y que los árboles del entorno estaban completamente secos y el castillo de Herodes más parecía un mesón que una fortaleza, con solo un centinela en la puerta. Y la estrella no brillaba. Sólo dos reyes magos se veían a lo lejos acercarse y, lo que es imperdonable en un belén, faltaba el típico caganer. El hombre estaba molesto al ser él quien los pagó todos y ser precisamente él quien recibió la joya artesana llena de defectos.
Con sonrisa de dolor los amigos le contaron que sus belenes estaban completos y que los niños habían quedado maravillados, lo que agrandó su malestar. En ese momento Paco tuvo una idea feliz, consistente en comer juntos otro día, esta vez a escote y no a estoque, y, por supuesto, que al restaurante elegido acudiese Mariano, pues todos deseaban que se arreglaran las cosas entre dos viejos amigos. A la semana siguiente consiguieron que al calor de las copas Arturo y Mariano resolvieran sus problemas y acabasen dándose un fraternal abrazo. Nadie nombró los belenes y, sin embargo, casualmente Mariano nos sugirió que unos días antes de Nochebuena acudiésemos todas las familias a visitar un enorme belén que plantan en una cercana pedanía de la Huerta de Murcia. Todos los hijos se conocerían de ese modo y quizás entre algunos de ellos surgiese una intensa amistad, como la de los padres.
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Y la segunda sorpresa saltó al día siguiente, pues Arturo nos fue llamando uno a uno y, exultante de felicidad, nos comunicó que al llegar a su casa sus hijos lo recibieron entusiasmados, haciéndole pasar a la habitación donde había colocado tan imperfecto belén.
Pues bien, el ángel antes mutilado lucía dos hermosas alas, una vaca enorme acompañaba a la sagrada familia, el riachuelo se mostraba caudaloso y los árboles frondosos. Herodes asomaba desde la balconada de un lujoso palacio, los reyes eran tres, con sus pajes, y en un lugar alto y apartado aparecía un caganer contemplando la escena. Y, lo que es más interesante, el Niño Jesús aparecía sonriendo en presencia de María y José, que lo adoraban admirados.
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Durante la visita a aquel pueblo tuvimos la ocasión de hablar sobre el fenómeno, pues realmente era sorprendente que el belén defectuoso a los pocos días apareciese completo y resplandeciente. Y Mariano, ya integrado al grupo y unido también al amigo que nos obsequió a todos, nos comunicó que había recibido su regalo. Después él mismo despejó la incógnita que nos tenía confusos y extrañados. Nos explicó que el nacimiento de Cristo supuso un histórico acontecimiento para la Humanidad y que si hay que destacar algo en ese evento es que vino a traer a quienes en él creyesen humildad y bondad, virtudes absolutamente incompatibles con el rencor.
El Niño Jesús le hizo ver al billetoso que una amistad no puede terminar para siempre por un leve incidente entre dos personas.
Arturo, que no era muy religioso, comprendió y asumió entonces que los milagros son muy escasos, pero a veces se producen.
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Y los niños, a disfrutar.
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