Quiero unir unas cuantas reflexiones a las muchas que se están exponiendo estos días tanto en las diversas cadenas televisivas y de radio como en ... los periódicos nacionales y regionales. Y, como es lógico, debo comenzar mostrando mi más sentido pésame y el mayor respeto posible para los miles de ciudadanos que han sido víctimas de la furia desatada de las aguas hace unos días, tanto en los pueblos de la Comunidad Valenciana, como en los de Albacete y Andalucía igualmente afectados por la catástrofe.
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Asumo, comprendo y comparto el malestar, la desesperación y la angustia de quienes han perdido a familiares o se han quedado literalmente sin nada y en la calle, en unas calles intransitables y ocupadas precisamente por los vehículos y los enseres de las casas y negocios inundados, todo ello rodeado de fango y de suciedad. Las quejas de estas personas deben ser y son inmensas y, como tales, han de entenderse por quienes contemplamos diariamente las imágenes del espectáculo dantesco que esos pueblos presentan.
Ciertamente, la Naturaleza siempre ha provocado periódicas catástrofes, con cientos de fallecidos y lesionados y con la ruina para muchísimos vecinos de las zonas afectadas. Son muchos y conocidos los supuestos en lo que va transcurrido del siglo XXI y en nuestro país.
Qué pensarán de los españoles los europeos que contemplen los incidentes en Paiporta
Pero, a diferencia de lo que ocurría en anteriores centurias, cuando todos asumían que esos fenómenos eran producto precisamente de los caprichos de la Naturaleza, sin buscar responsables directos del fenómeno, en la actualidad existe una especie de síndrome de culpabilidad, pues, casi en tiempo real, cuando el fuego avanza sin control o las aguas anegan ciudades y campos, ya se están pidiendo responsabilidades a todo tipo de autoridades, a las que se les considera de inmediato casi artífices del desastre. Y no debe ser así, por muy poco idónea que haya sido la gestión de estos gobernantes en cuestiones de prevención, evitación o disminución de los efectos de cada evento.
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Debo conectar este proceder ciudadano con el tratamiento que al mismo otorga la clase política, también desde el minuto uno. Produce desasosiego y tristeza que al tiempo de prestar las ayudas convenientes se produzcan ya acusaciones de unos a otros, algo que es verdaderamente miserable, pues esto sólo persigue acaparar, ante la agitación de las víctimas y los damnificados, unos cuantos cientos de votos.
Me produjo vergüenza y bochorno el episodio de violencia acaecido hace unos días en la localidad de Paiporta, una de las más castigadas por la pasada DANA, como ahora se llama a estos fenómenos atmosféricos que provocan enormes lluvias y las consecuentes corrientes por ríos, ramblas, barrancos y demás cauces naturales.
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Me consta que se está investigando si los agresores actuaron por un mero y colectivo impulso o encimados por algunos grupos políticos, pero eso no es lo importante. Lo desgraciadamente detestable es que se llegó a lanzar barro a la cara de los Reyes y de los presidentes de los Gobiernos nacional y comunitario. Qué pensarán de los españoles los ciudadanos de la civilizada Europa que contemplen lo allí sucedido, aun compartiendo también el dolor y la desesperación de sus protagonistas.
Y es que cuando alguien sufre la embestida de los elementos naturales pretende que en ese mismo momento le asista un policía, un sanitario, un psicólogo y hasta un actuario de seguros, todos dedicados a paliar 'in situ' la desgracia padecida. Y esto sencillamente no puede producirse, pues la ayuda, palabra clave en cualquiera de estas crisis, ha de materializarse en un tiempo adecuado, prestándose cuanto antes mejor, pero dentro de las posibilidades y de los medios con que se cuente en cada supuesto.
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Cuando Lorca fue azotada por los terremotos en junio de 2011 me trasladé a mi ciudad y pude observar directamente el enorme despliegue de medios asistenciales que hubo nada más temblar la tierra. Caravanas de vehículos militares y policiales, bomberos y personal de Protección Civil llegaban al día siguiente y se distribuían ordenadamente por los lugares más dañados en búsqueda de posibles fallecidos y de cualquier persona golpeada por los seísmos. La labor de la UME fue auténticamente soberbia, inolvidable, anunciando y cumpliendo que las fuerzas asistenciales estarían allí el tiempo que fuese necesario. Y en el caso que analizamos, pienso que se está actuando también de esa manera, pero las cosas requieren su tiempo y hasta la muy alabable contribución de los voluntarios ha de vehiculizarse ordenadamente, como parece ser que se está haciendo.
Les pediría, en definitiva, a los dirigentes políticos que aplacen un poco sus atribuciones de responsabilidad, que las dejasen para cuando el tema llegue al Congreso de los Diputados, una vez resuelta en la medida de lo posible la catástrofe. Allí podrán acusarse e insultarse a satisfacción, que es a lo que dedican la mayor parte de su tiempo.
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