Alineamiento y alienamiento

No se aliena el que duda, quien cambia de opinión y quien reconoce algún mérito al contrario, sino el que férrea e indefinidamente predica lo mismo

Miércoles, 4 de junio 2025, 00:04

En nuestro idioma la palabra alineamiento significa la acción de alinearse y este término, a su vez, expresa la vinculación a una tendencia ideológica, política ... o de otra índole. El alienamiento, sin embargo, afecta a la alienación, proceso mediante el que el hombre (y la mujer) o una colectividad se separa de su propia esencia.

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Partiendo de que el ser humano se diferencia de las demás criaturas de la Naturaleza en que tiene la capacidad de pensar, solo él puede alinearse, lo que determina la voluntaria adscripción a una determinada línea de pensamiento.

Pues bien, traigo esto a colación del fenómeno social al que hoy se asiste en nuestro país, el que mediáticamente es denominado como polarización. Los ciudadanos sostienen distintas posiciones ideológicas y políticas, pero, curiosamente, las enfocan primera y fundamentalmente a exhibir su oposición radical a la contraria. O se es de un lado o del otro, lo que significa que siempre se está frente a alguien. Así, quien es de derechas o de izquierdas bien se ocupa de que nadie dude de su tendencia. Si tiene la hoy muy escasa afición de leer la prensa, cuando llega a un sitio ya se conoce esa tendencia, pues ostenta el periódico afín a lo que él piensa y lo sostiene y hasta esgrime como signo de identificación. Y si comenta una noticia escuchada en la radio, por supuesto es predecible, y siempre se confirma, que la emisora que le ha informado es la suya, esto es, la proclive al partido político al que él vota incondicionalmente. Y qué decir de la televisión, pues cada cual ve sistemáticamente empobrecida su cabeza por varias horas de propaganda del canal afín a cada grupo político, sobre todo a los dos mayoritarios.

Es esta actitud la que a mi entender produce lentamente la pérdida de la sustancia que distingue a los humanos, la capacidad de valorar, distinguir y opinar, pues de estas tres actividades sólo se practica la tercera, por supuesto dirigida a bendecir y proclamar lo que otros han pensado y le han inculcado en su cabeza. La persona cae así en una degeneración lamentable, pues desplaza lo que debería caracterizarla, la capacidad de pensar, hacia sus jefes políticos, a sus ideólogos y los que ejecutan esas ideas.

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Las opiniones se convierten en irrefutables, en inalterables, y, al final, en irracionales

Y así, las opiniones se convierten en irrefutables, en inalterables, y al final, en irracionales, algo parecido a lo que ocurre en el ámbito del fútbol, donde continuamente se exalta a un equipo al ser el mejor porque es el mío, argumento apodíctico y, por tanto, de estrecho recorrido.

Esa innegable realidad social instala la confrontación como piedra angular de la convivencia, siendo muy inhabitual que alguien sostenga hoy que un partido ha adoptado una decisión aplaudible y al día siguiente o a la semana defienda que quien ha aceptado en otra decisión es el otro partido. Qué vergüenza para los suyos caer en ese desafuero.

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Si las dictaduras son repugnantes porque consideran y tratan a las personas como súbditos y no como ciudadanos, al no permitirles intervenir en los mecanismos del poder, las democracias que alcanzan la situación aquí descrita son igualmente deleznables, pero además, con el añadido del cinismo que representa asumir cuanto ordenan los dirigentes de cada formación política, aunque sea una infamia, como directamente dimanado del voto popular. El borreguismo queda así directamente servido, aunque no se imponga coactivamente como en aquellos regímenes autárticos.

Pocos españoles se distancian de esa actual tendencia a que otros piensen por ellos y, efectivamente, la esencia de la democracia como gobierno del Pueblo se ve negativa y desfavorablemente afectada. Y es que, independientemente de como cada uno piense, la propia ciencia estadística detecta y destaca que es imposible que siempre acierten los mismos, algo que evitaría, si se contemplase, ese talibanismo ideológico hoy imperante. Pero para qué vamos a hablar de estadísticas, si también se manipulan por el poder grostescamente.

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No se aliena el que duda, quien cambia de opinión y quien reconoce algún mérito al contrario, sino el que férrea e indefinidamente predica lo mismo, la mayoría de las veces lo que sus mandos le han sugerido. Pero es que claro, si a ese que diverge de mi posición le considero siempre contrario, difícilmente puedo reconocerle algo. Ya se ha dicho, como en el irracional mundo del fútbol.

No se me escapa que este fenómeno es común a las más avanzadas democracias del mundo, pero a mí me preocupa lo que pasa en España, que es donde he nacido y vivo.

En una reunión de amigos, alguien afeó a uno de los presentes el haber cambiado en su vida varias veces de camisa, a lo que el afectado contestó que lo reconocía, pero que siempre había llevado limpia la camisa que tocase.

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Se alineó muchas veces, pero jamás estuvo alienado.

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