Tirando a dar

Tecnoestrés

Estamos tan pendientes de nuestras pantallas que nos olvidamos de mirar a la persona que tenemos delante

Hace unos meses eliminé de mi móvil la posibilidad de que me vieran si estaba en línea o no, porque, a veces, hablaba por teléfono ... con sobrinos que están en el extranjero a través del WhatsApp, y algunas amigas se enfadaban conmigo porque no les respondía a sus mensajes con toda la celeridad que ellas requerían, mientras pensaban que estaba en línea pero no para ellas. Y lo más simpático de todo llegó cuando sufrí un ataque cardiaco y parte de mi familia en la diáspora se enteró porque llevaba más de 48 horas sin entrar a la aplicación de WhatsApp. Esto llegó a generarme tal ansiedad que borré todo rastro de mostrar si estaba o no activa. 'Tecnoestrés', lo llaman algunos expertos, y no es algo reciente, pero sí es cada vez más evidente. Esa presión constante por estar disponibles, responder rápido y estar al día con todo lo que pasa en nuestras redes sociales genera una desazón silenciosa que muchos ya consideran normal. El problema es que, a largo plazo, normalizar esta ansiedad puede ser peligroso. Según diversos estudios, el uso excesivo del móvil está relacionado con trastornos como la ansiedad generalizada, la depresión y el insomnio.

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Hoy parece no llamarle a nadie la atención ver a un grupo de chavales reunidos y que, en lugar de estar conversando mirándose a los ojos, sean capaces de estar wuasapeando la tarde entera sin interactuar unos con otros, es más, incluso es posible que estén hablando entre ellos a través del móvil. «Es lo normal, ahora», decimos, no sé si con resignación o absolutamente convencidos. Claro, es lo normal porque es también lo que hacemos los adultos, ¡cuántas parejas están comiendo en un restaurante sin dirigirse la palabra, cada uno pendiente de su móvil!; y, si no lo hacen los mayores, es porque andan a la greña con las tecnologías del diablo que les han pillado, a los pobres, con el paso cambiado.

Tampoco es nada nuevo constatar la esclavitud que tenemos a la campanita del móvil anunciando una nueva notificación, ni es novedoso que andemos mirando la pantalla antes de quitarnos las legañas al mismo despertarnos, pero todo esto tiene una cara oculta.

El tiempo que dedicamos al móvil muchas veces, o casi todas, sustituye las interacciones reales

Muchos psicólogos coinciden en que las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea ofrecen una recompensa inmediata y adictiva: un 'me gusta' o un mensaje nuevo nos produce un pequeño subidón de dopamina, el neurotransmisor de la felicidad. Pero este subidón es pasajero, y pronto necesitamos más para mantener esa sensación de bienestar. Es un ciclo que puede volverse agotador.

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El tiempo que dedicamos al móvil muchas veces, o casi todas, sustituye las interacciones reales. Estamos tan pendientes de nuestras pantallas que nos olvidamos de mirar a la persona que tenemos delante. Hace unos días estuve a punto de mandar a... (justo donde están pensando) a una amiga a la que le comentaba un suceso importante para mí hasta que vi que ella estaba más pendiente de su teléfono que de nuestra conversación. Estábamos la una frente a la otra, pero nunca me sentí más desconectada de otra persona que en aquel momento.

¿De verdad necesitamos saber en tiempo real que alguien nos ha comentado una foto?, o ¿sería tan imposible guardar el móvil cuando estemos hablando con alguien? Ya sé que ustedes van a pensar que el resultado de este artículo es solo un pataleo para mostrar que estoy realmente fastidiada porque mi amiga no priorizó mi presencia o la escucha que yo precisaba... y puede que tengan razón. Quizá eso me hizo plantearme nuestra adición al móvil.

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Creo que hay aplicaciones que permiten medir cuánto tiempo pasamos en el móvil y en qué actividades. Esto puede ayudarnos a ser más consciente de nuestros hábitos. Obviamente, no me estoy refiriendo para quienes el móvil es su instrumento de trabajo y tienen que andar, no las doce, sino las veinticuatro horas pendientes de él, sino al resto de los mortales que hemos convertido el aparatito en nuestro becerro de oro personal. Sinceramente, creo que pocas notificaciones pueden sustituir el valor de una conversación sincera, una risa compartida, una mirada acogedora o un abrazo.

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