Tirando a dar

Mujeres del mundo

En Afganistán, las mujeres son las principales víctimas del terremoto: pierden sus casas y familias, y las leyes las convierten en prisioneras bajo los escombros

Sábado, 13 de septiembre 2025, 08:47

Hace un par de semanas, un terremoto de magnitud 6.0 sacudió Afganistán. La tierra se abrió con furia y miles de familias quedaron sin ... hogar. Pero la verdadera tragedia no está solo en la destrucción material ni en las muertes. La mayor tragedia, la más inhumana, es la de ser mujer en ese país.

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Allí, las mujeres son las principales víctimas de esta catástrofe no solo porque pierden sus casas o a sus familias, sino porque las leyes talibanas las convierten en prisioneras bajo los escombros puesto que la normativa dicta que solo los familiares directos pueden tocarlas. Eso significa que si una niña o una mujer queda atrapada entre las ruinas, no puede ser rescatada por un hombre, aunque sea su vecino. Aunque la vida se les escape entre polvo y ladrillos, rescatarlas constituiría, según ellos, «una violación flagrante de la política talibana». Y lo más doloroso: como no tienen derecho a hablar en público, ni siquiera pueden gritar pidiendo auxilio. Quedan allí, sepultadas, no solo bajo piedras, sino bajo un silencio impuesto que las mata dos veces.

Y si, por azar o por milagro, logran ser rescatadas por algún miembro de su familia, en los hospitales, el panorama es igual de macabro. Apenas hay personal sanitario femenino y la ley prohíbe que un médico varón las atienda. Así que la posibilidad de sobrevivir se reduce todavía más. Los números hablan con brutal claridad: la tasa de hospitalización y tratamiento es un sesenta por ciento menor en mujeres que en hombres. No porque sean menos las heridas, sino porque se les niega la asistencia médica.

Que esto esté ocurriendo en pleno siglo XXI, en la misma tierra donde hablamos de derechos humanos, igualdad y feminismo, es un insulto a la dignidad humana. Y lo más doloroso es que ese mundo parece acostumbrado a mirar hacia otro lado. Aquí, en España, sin ir más lejos, somos capaces de llenar plazas, de organizar manifestaciones inmensas cada ocho de marzo. ¿Para qué? Porque frente a la barbarie talibana, frente a las mujeres afganas condenadas a la invisibilidad, al silencio y a la muerte, no hemos sacudido el planeta hasta hacer caer de él a esos monstruos.

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Hace unas semanas leí el XLSemanal que tras la Primera Guerra Mundial, en un pequeño pueblo de Hungría llamado Nagyrév, los hombres regresaron rotos, alcohólicos y violentos. Descargaban sus frustraciones golpeando y violando a sus esposas, hasta llevarlas a desear la muerte. Allí, una matrona misericordiosa empezó a repartir un brebaje letal que las mujeres disolvían en el alcohol que bebían los maridos. Así, poco a poco, aquellos verdugos se iban a cenar con Satanás. Era un acto desesperado, brutal, pero también un grito de defensa propia.

Y yo me pregunto, con impotencia: ¿no hay una matrona misericordiosa en Afganistán que despierte la conciencia de esas mujeres, que les recuerde su valor, que las impulse a rebelarse? ¿No hay manos dispuestas a hacer desaparecer esa forma inhumana de tortura a las pobres mujeres afganas o a retorcer el cuello a esos 'dulces infantes' antes de despegarlos de los muslos sangrientos de sus madres y evitar que crezcan esclavizando a las mujeres?

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Y no, no se trataría de violencia gratuita. No sería ¿volatilizar? por volatilizar. Sería defensa propia, resistencia pura frente a un sistema que aniquila a la mitad de la población por el simple hecho de nacer mujer.

¿En qué lugar del corazón de esos bárbaros habitan las mujeres que los parieron? ¿Y cómo pueden las mujeres aceptar que sus hijos crezcan siendo verdugos de sus hermanas, de sus propias madres? ¿Qué clase de fractura en el alma permite criar al enemigo dentro de la propia casa?

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Y más aún, ¿dónde estamos nosotras, las mujeres del mundo? ¿Dónde está nuestra furia, nuestro clamor colectivo, nuestra capacidad de parar esta sangría? Seguimos permitiendo que se perpetúe la esclavitud sistemática de nuestra especie a manos de machos malvados y asesinos. Nosotras, que alzamos la voz por tantas causas, innecesarias a veces, hemos dejado que las mujeres afganas se ahoguen en un silencio impuesto. Y mientras ellas mueran en los escombros o en la cama de un hospital que les niega auxilio, moriremos todas un poco más.

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