Tirando a dar

Escribir... ¿para quién?

Sábado, 26 de abril 2025, 07:50

Siempre me he preguntado si en días como el de hoy, de pura fiesta y despepite local, hay alguien que lea el periódico. Quiero imaginar ... que sí, en el resto de lugares de la Región o algún asiduo lector para quien el periódico y el café de la mañana sean insustituibles por nada ni por nadie.

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Así que, cuando me he sentado a escribir esta columna he pensado en ellos, en esos lectores para quienes las palabras son los buenos días del día, el primer chute de la mañana, no siempre placentero. A veces los miro de reojo cuando leen el periódico en el bar, mientras maldicen a tal o cual político o jugador de fútbol porque no han realizado determinado discurso o faena, y pienso que somos palabras, que estamos hechos de palabras, que lo somos incluso antes de nacer: nos eligen nombres, profesiones, sueños... Somos palabras y, con el tiempo, nos convertimos en frases, y con un poco de suerte en historias, y algunos hasta en literatura.

¿Para quién escribimos, entonces, quienes nos dedicamos a esto de juntar palabras y pensamientos en columnas periodísticas? A veces me lo pregunto más de lo que confieso. Escribimos para el lector de siempre, claro, ese que abre el diario con la misma ceremonia cada mañana, con la confianza de quien abre una carta que espera. Escribimos también para el lector casual, el que se encuentra con nuestras palabras como quien tropieza con una piedra en la acera y, de repente, se detiene. A veces seguimos escribiendo para alguien que ya no está, pero cuya mirada nos acompaña mientras pulsamos las teclas. O escribimos, simplemente, para no olvidarnos de quiénes somos cuando todo lo demás parece desdibujarse.

También hay días en que escribimos para nosotros mismos. No por vanidad, sino por necesidad. Porque ordenar el pensamiento, ponerlo en palabras, nos ayuda a entender el mundo, o al menos a entender qué sentimos frente a él. Porque escribir es, en muchos casos, una forma de resistir. A la prisa, a la desmemoria, al ruido. Una forma de poner pausa donde todo corre, una coma donde todo grita punto final.

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Escribimos para quienes no están de acuerdo, para provocar una reflexión, una discusión, un silencio incómodo. Y también para quienes sí lo están, para que se sientan acompañados. Escribimos para los que dudan, para los que creen, para los que ríen y para los que, sin saber bien por qué, sienten una punzada al leer algo que ni siquiera sabían que necesitaban leer.

A veces, en medio de la rutina, olvidamos el peso que tienen las palabras. Pero luego llega un mensaje, una carta, una mirada cómplice en la calle, y recordamos que no escribimos en el vacío. Que hay alguien al otro lado. Que, aunque sea uno solo, hay quien escucha. Y eso basta.

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Porque una columna es una conversación en voz baja en medio del bullicio. Un lugar íntimo en el espacio público. Un respiro. A veces es un espejo y otras un faro. A veces no es ni una cosa ni la otra, pero tiene la capacidad de quedarse rondando en la cabeza de alguien durante todo el día. Y eso, créanme, es un pequeño milagro.

Así que hoy, en este día de fiesta, en el que los fuegos artificiales, y naturales, compiten con las noticias y las risas en la calle acallan cualquier editorial, yo sigo escribiendo. Porque quizás haya alguien que, en medio del alboroto, busque justamente eso: una pausa, un respiro, una palabra que lo conecte con algo más profundo que la inmediatez del momento.

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Para ti escribo, lector desconocido pero presente. Para ti que abres el periódico como quien abre una ventana. Para ti que subrayas mentalmente una frase que te hizo cosquillas o te removió. Para ti que, aunque no lo sepas, formas parte de esta conversación silenciosa.

Y si hoy no has llegado hasta aquí, si te ganó la fiesta o la cerveza fría, no pasa nada. Yo te espero, como siempre, en el mismo rincón de papel. Porque al final, todos necesitamos un lugar donde nos digan, aunque sea en palabras prestadas, buenos días.

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