La revolución de la cordura
Los problemas complejos suelen demandar soluciones complejas y es imposible que todos pensemos igual en cuestiones de valores, hay que hacer concesiones
Ser moderado en política es lo auténticamente revolucionario. Ya no hay posibilidad de llegar a acuerdos sin que la cesión no se vea como una ... derrota o, peor aún, como una rendición. Hoy, o eres radical o pareces indiferente, incluso blandito. O profesas la religión del cambio climático o eres negacionista; o rechazas cualquier freno a la inmigración o no quieres que entre nadie más; o eres propalestino y antisemita, o proisraelí e islamófobo; o crees que el género es cuestión de decisión personal, o no admites más identidad que la determinada por el sexo. Por eso lo realmente vanguardista, transgresor, provocador, ¡incluso progresista y conservador! (porque pensamos que hay cosas en las que debemos cambiar y otras que merece la pena conservar) es priorizar el consenso sobre el desacuerdo, lo que derriba muros frente a lo que los construye, lo que es inclusivo frente a lo que excluye.
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El extremismo se extiende por todo el mundo y se intensifica en los últimos años. Identificar sus causas es un reto intelectual complejo. Parte de la respuesta es que las redes sociales facilitan la expresión y transmisión de las diferencias políticas y del extremismo de una forma más económica, ágil y sencilla que nunca; canalizan rápidamente las creencias más variopintas y estúpidas. Tales creencias pueden alterar los usos y costumbres políticos y sociales, haciendo saltar los consensos vigentes. Se divide la sociedad por conflictos raciales, de género, religiosos, nacionales o económicos que no encuentran respuesta en los procedimientos y los partidos que hasta este momento han articulado la representación. Y pronto aparecen quienes quieren pescar en el mar revuelto de la desconfianza, el descontento y las soluciones fáciles. Y en esa ruidosa polarización una buena parte de los ciudadanos que no son extremistas se ven arrastrados al 'conmigo o contra mí'.
Pero hay alternativas. Los ciudadanos informados y responsables no cuestionan los estudios científicos sobre el cambio climático, pero tampoco convierten en dogma lo que la propia ciencia deja abierto a matices y críticas. Ciudadanos que no demonizan a los inmigrantes, comprenden situaciones que justifican su llegada y que son fundamentales en sociedades envejecidas, pero no por ello dejan de exigir el cumplimiento de los requisitos legales para acceder al país y de las leyes cuando se está en él. Ciudadanos que priorizan la paz y el acuerdo entre naciones, pero que tampoco incurren en el infantilismo de renunciar a disponer de un ejército bien dotado. Ciudadanos que tienen convicciones muy sólidas sobre la democracia, el respeto a la ley y la defensa de las libertades y que saben que no debemos sacrificarlas para llegar a acuerdos con nadie.
En suma, unos ciudadanos que exigen ser tratados como adultos y que no van buscando chivos expiatorios a quienes culpar de todos los males.
Hay quienes califican a personas así como «moderaditos» que renuncian a la guerra cultural. Nosotros preferimos hablar de ironía liberal: una actitud que considera que las ideas compartidas y refrendadas constitucionalmente de justicia, libertad e igualdad son fundamentales y todos deben respetarlas, también aquellos que provienen de contextos culturales muy diferentes. Pero, al mismo tiempo, que no debemos tratar de imponer a los demás la peculiar manera en que las entendemos cada uno de nosotros.
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Esto también se puede expresar de forma más sencilla: se trata de la madurez de toda la vida, que exige saber que los problemas complejos suelen demandar soluciones complejas, que es imposible que todos pensemos igual en cuestiones de valores y que tenemos que hacer concesiones para garantizar la convivencia.
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