Adiós verano, adiós
Lo que jamás comprenderé es que un gobierno socialista se quede sin respuesta ante un delito flagrante de enriquecimiento capitalista
Por fin está a punto de terminar este maldito verano del 21. Es el momento en el que nos viene a la memoria todo lo ... que ha pasado en estos meses, nos guste más o nos guste menos. Este año, mucho menos que más. Lo cierto y verdad es que soy incapaz de entender las causas de tanto desaguisado. A las pruebas me remito.
Este verano nos las prometíamos tan felices, iniciada la desescalada gracias a la intensa vacunación, que una mente preclara cortó de raíz. Me refiero a quien o quienes abrieron las puertas de hoteles y aviones mallorquines a los jóvenes que quisieron celebrar el fin de curso, sin pasárseles por la chola, a unos y otros, la que se podía liar. Y la liaron. Una quinta ola que, por más vacunados que haya, se ha saltado todas las previsiones. No puedo entender que el año pasado, sin vacunas, pero con precauciones, hubiera muchos menos infectados que este. No lo puedo entender.
Como tampoco puedo entender la milonga de la subida del recibo de la luz. Eso sí que es un problema en el que no se ve la solución. Comprendo que somos un país sin recursos energéticos, comprendo que el verano sea un momento perfecto para ganarse unos cuartos extra con la necesidad del aire acondicionado, comprendo que las empresas quieran beneficiarse cuanto pueden. Lo que jamás comprenderé es que un gobierno socialista se quede sin respuesta ante un delito flagrante de enriquecimiento capitalista. Y mira que lo han intentado explicar los especialistas en los medios de comunicación: es como demostrar la cuadratura del círculo. Además que, según acaban de informar, las eléctricas están cobrando de más de manera improcedente. ¿Qué pasa que no están ya en la cárcel los que cometen semejante tropelía y los que la permiten?
Tampoco han acabado los ruidos sobre las devoluciones de los jóvenes marroquíes que inundaron Ceuta en mayo pasado. Aunque a quien habría que deportar es al Gobierno de Rabat responsable de esa provocación a sus 'amigos' españoles, lo cierto y verdad es que las cosas se han hecho rematadamente mal. Las explicaciones del Ministerio del Interior son una broma. Yo comprendo que, con la patata caliente que le llegó, el presidente Vivas haya perdido los nervios. Más de mil zangolotinos paseando por Ceuta es para temblar. Pero los jueces, esta vez sí, han dicho que las cosas o se hacen bien o no se hacen.
¡Anda que lo de Afganistán! ¿Cómo es posible que veinte años de preparativos para una hipotética democracia, armando hasta los dientes al ejército gubernamental, gastándonos lo que no tenemos los países que hemos querido poner orden en un desorden natural, y que en veinte días los talibanes crucen el país hasta Kabul como cuchillo en mantequilla? Otra cosa que me la tienen que explicar. Y eso de la humillación constante a las mujeres, de la imposición del Corán como único manual en el que estudiar, de limitar las libertades públicas a extremos insospechados, todos lo sabíamos. Alguien debió proclamar que los altruistas intentos de occidentalizar aquel rincón del mundo estaban condenados al fracaso.
Y si faltaba algo a este veranico, el Mar Menor, con su abundancia de peces muertos un día sí, y otro también; noticia nacional para sonrojo de los murcianos. Y enseguida, la pelea: si son galgos o podencos. A mí que no me digan. Cuando toda la comunidad científica determinó que la entrada de nutrientes era la causa principal del problema, cuando se determinó el Plan Vertido Cero para impedir la contaminación, y cuando los políticos miraban a otro lado mientras que la agricultura invasiva seguía en las suyas, ¿cómo se puede ahora echar la culpa al otro? Aquí el problema es más sencillo. Hace cuarenta años no había cultivos al lado del mar; tampoco resorts, urbanizaciones ni emporios de veraneo construidos en ramblas o junto al agua salada. Alguien ha permitido todo eso, bajo la coartada de dar trabajo e impulsar el desarrollo a un lugar ignorado. Hoy, hay muchas edificaciones, sí; una producción agrícola de primerísima división, sí; aeropuerto y enseguida AVE por llegar, sí. Pero lo que ya no hay es Mar Menor.
No me digan que el veranico se las trae. ¡Ven, otoño romántico, con sus rebecas, castañas asadas y su Tenorio, y abandona nuevas olas de la pandemia, facturas intolerables, jóvenes marroquíes abandonados a su suerte, burka en las mujeres afganas y peces muertos en nuestras playas!
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