Abejas: de C a C

ISAGOGE DE MELA ·

La cuestión es que dos tercios de los micronutrientes de nuestra alimentación provienen de plantas polinizadas y las abejas son el 90% de los polinizadores

Un transeúnte neoyorquino pasea entre la multitud. Con porte gallardo, escudriña mirando concienzudamente cada detalle de los edificios, de las avenidas, de los parques y ... de la gente. Cual cronopio idealista, tan diferente de los 'famas' pretenciosos o de los ignorantes 'esperanzas' de Julio Cortazar, desde el fondo de su alma, piensa sintiente que en esta ciudad las personas nacen, viven y mueren como el eco cambiante de lo que son, de lo que deben ser o de lo que serán. Y, entretanto, existen y sobreviven en las brescas de las colmenas que brillan con el reflejo de luces diversas. No tanto de la natural luz solar desde el amanecer al poniente, sino de las luces artificiales de veleidosos colores, cual psicodelia. Una psicodelia que, aunque evoque imágenes oníricas, expresa la ausencia de manifestación de almas genuinas, esas que se emparejan como zombies al ritmo mudable de fragancias que atormentan.

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Prosigue el paseo en ambientes que mudan de bloque en bloque, asemejando la Babel-colmena de Víctor Hugo. Colmenas urbanas asincrónicas donde pernoctan tantas almas. Colmenas hartamente variopintas, cada cual hija de su época, pero con semejante estructura panelar interna: algunas de ladrillos rojos, otras de cemento y las más modernas de cristal y acero. Muchas fabuladas por escritores, poetas y arquitectos, como el gran Le Corbusier para el que Nueva York era «como una tormenta, como un tornado o cataclismo, sin armonía; una catástrofe, pero una hermosa catástrofe».

Pensar en colmenas hace reflexionar al transeúnte que, a pesar de haber pisado el cuidado césped de los parques que oxigenan el asfalto, no se ha apercibido de la presencia de abejas, ni tan siquiera durante el esplendor de la primavera. Y recuerda haber escuchado que la población mundial de abejas ha disminuido en todo el planeta, sobre todo en los países más industrializados.

Se deberían plantar más flores en todos los espacios: en los parques y jardines de las ciudades, en los balcones y en las terrazas

Las abejas son insectos ovíparos que forman una sociedad disciplinada y, además de favorecer nuestra existencia, nos ofrecen lecciones de vida, de generosidad y de altruismo. Las abejas no son únicamente fabricantes de dulce miel y constructoras de panales de blanca cera, que se amarillea al depositar el polen. Como sabiamente advirtiera Albert Einstein, las abejas son mucho más. Más allá de toda relatividad, las abejas son una ficha de dominó imprescindible en nuestras vidas. Sin abejas perderemos la miel, la jalea real y el polen, que no pensemos que son producidos para nosotros. Sin abejas se pondrá en entredicho la seguridad nutritiva y la perpetuidad de los bosques, pulmones del planeta que favorecen la reserva hídrica: aire y agua. El cambio climático, los monocultivos, los parásitos como el ácaro varroa destructor, la contaminación y el uso indiscriminado de pesticidas e insecticidas neonicotinoides ponen en peligro la existencia de las abejas, ya que cuando recogen el néctar y el polen de las flores, incorporan los insecticidas a sus patas e involuntariamente intoxican a las larvas provocando su autoexterminio.

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La cuestión es que dos tercios de los micronutrientes de nuestra alimentación actual proviene de plantas polinizadas y las abejas son el 90% de los polinizadores. Por ello, al margen de la polinización del trigo, del maíz o del arroz, que la hace el viento, un 25% de alimentos de nuestra subsistencia, como frutas, hortalizas y frutos secos, dependen de las abejas. En su producción, las flores de las plantas son el aparato reproductor, pero precisan de polinizadores para su correcta fecundación. Las abejas serían 'las celestinas' que transfieren los granos de polen (gránulos que contienen los gametos masculinos) desde el estambre (parte masculina de la planta) al pistilo (parte femenina de las flores). Ahí germinan y producen las semillas que formarán frutas y vegetales y, merced a los polinizadores, en una pseudosimbiosis, se asegura la diversidad genética.

¿Y si los habitantes de las colmenas humanas, además de gregarios, fueran modelos de compromiso social? El transeúnte recuerda las historias de la abeja Maya, ejemplos de solidaridad sin ambages: para cada abeja solo es útil lo que es útil para su colmena, el bien común. Trabajan para la comunidad con tareas cambiantes según las circunstancias, arquetipos de resiliencia práctica. Y el transeúnte, radiante de optimismo, piensa que las echa en falta. Y que se deberían plantar más flores en todos los espacios: en los parques y jardines de las ciudades, en los balcones y en las terrazas. Plantas autóctonas, ornamentales y olorosas, que sobrevivan según las latitudes. Plantar brezo, girasoles, jaras, lavanda, lirios, margaritas, romero, tomillo, zamarrilla ... que quizá atraigan a las abejas, porque sin ellas, nuestras ciudades, con sus variopintos habitantes, serán nada si seguimos tratando a las celestinas como cenicientas.

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