Adela Bernabéu: «Usamos la naturaleza como un parque para pasear, sin aprender de ella»
«Creo que hemos perdido el respeto a lo que nos rodea; consumimos demasiado y reutilizamos muy poco», denuncia la yeclana
La crisis llevó a Adela Bernabéu (Yecla, 1970) a buscar una salida en el turismo rural con la que complementar la actividad agraria de su ... finca de más de un centenar de viñedos, olivos y cereales junto al Caserio El Llano Quintanilla. La ahora presidenta de la organización agraria COAG en Yecla, es, como bien se define, «tractorista, gestora administrativa de una empresa agrícola y turística, recolectora, relaciones públicas, recepcionista, promotora turística local y de atención al visitante, y un sinfín de cargos u ocupaciones que muchas mujeres realizamos cuando somos autónomas, añadiendo por si no fuese poco el de gestora de una familia tradicional de cinco o seis miembros, depende momento».
–El turismo al que su negocio se dirige afirma que está más ligado con el agro que con el paisaje. Explíqueme la diferencia.
–No hace falta más que mirar alrededor del Caserío El Llano Quintanilla para comprenderlo. Está rodeado de viñas, al fondo, al abrigo de los montes, se ven las parcelas de olivos y de almendros, y, por supuesto en esta época primaveral del año, los verdes sembrados compiten con el azulado de las siluetas de la sierra Salinas, El Carche y El Serral. Aquí, el placer de tomar un buen vino yeclano se hace en un espacio exterior acondicionado con mobiliario de jardín justo al lado de las uvas que lo producen
–¿Le podríamos considerar algo así como conservacionista de las tradiciones agrarias?
–Por supuesto. Soy una agricultora ecológica que mantiene lo olivos centenarios, las viejas cepas que plantaron mis antecesores, aunque siempre intento modernizar mi explotación agraria. También intento conservar el antiguo caserío del Llano Quintanilla, formado por varias casas de labranza que poco a poco han ido cambiando de uso, los pajares, las cambras. En él convivimos con el turismo de nuestras casas rurales, nuestros vecinos agricultores y nuestra propia familia, con lo que hemos dado lugar a un alojamiento singular que mantiene el patrimonio etnográfico con numerosos vestigios de antaño reutilizados o expuestos, y que ayuda a conocer la identidad agraria yeclana.
–¿Cuánto de cuidado también del medio ambiente tienen esas tradiciones agrarias?
–Cultivamos plantas que dan cobijo, alimentos (a veces demasiado, porque se reproducen fácilmente) a una fauna que crea su propio ecosistema, insectos, reptiles, roedores, conejos, liebres, jabalíes, zorras, aves como la avutarda, sisones, chorlitos, mochuelos... Nos gusta nuestro entorno e intentamos mantenerlo limpio, nuestros campos arados (aunque siempre te encuentras alguno yermo), conservados los lindes donde florecen los hinojos, las malvas, alicornios, gramíneas, etc.
«No me interesa el modelo de agricultura que pretende obtener productos perfectos»
–¿Estamos perdiendo el equilibrio que nuestros abuelos mantenían con la naturaleza?
–Sí, vivimos en una sociedad vertiginosa, donde prima el aquí y ahora. Y hemos perdido el respeto a lo que nos rodea; consumimos demasiado y reutilizamos muy poco. Utilizamos la naturaleza como un parque donde pasear, tirar basura y no para observarla y aprender de ella. Yo siempre digo que una cosa es el uso y otra el abuso.
–¿La situación es reversible? ¿Qué deberíamos hacer?
–Todo es susceptible de cambio y mejora, pero hemos tenido mucho tiempo para equilibrar muchísimo más de lo que hemos hecho nuestra convivencia con la naturaleza. Hemos abusado de ella, y como creo que su poder es infinitamente más sabio y cambiante, pienso que ha llegado el momento en el que no vamos a poder decidir lo que deberíamos hacer, sino que nos vamos a reconducir al camino que ella misma nos va a ir marcando.
–Usted explota en su finca de Yecla cultivos tradicionales en la zona, como viñedos, olivos y cereales. En vista de las dificultades de estas actividades, ¿no se ha planteado practicar una agricultura más intensiva como la que está proliferando desde hace unos años cerca de su finca?
–Realmente no me interesa ese tipo de agricultura, se necesita una gran inversión para ponerla en marcha. Es un modelo demasiado sistemático, e industrializado, que pretende obtener productos perfectos (color, sabor, tamaño, en temporadas distintas de lo que la naturaleza recomienda), para una venta competitiva, que al final desperdicia producto y recursos, y, en definitiva, que exprime y deteriora nuestro territorio. Prefiero pensar que alguna vez se contará con nosotros los agricultores genuinos (denominación utilizada para la nueva PAC que a me recuerda a un anuncio que había de cigarrillos Marlboro cuando era pequeña) como gestores de nuestra tierra para tomar decisiones por nosotros, que recompense al que medioambientalmente lo haga bien, y castigue al que despilfarre esos recursos que cada vez son más escasos. Eso sí, este tipo de agricultores somos una especie en extinción, porque una uva de secano o las olivas producidas en viejos olivos no deben ser vendidas a los precios irrisorios que manda el mercado, basados en la máxima productividad. Así que, o buscamos nuevos canales de venta o producimos nuestros propios productos artesanos o, como es mi caso, apostamos por el patrimonio rural, reconvertimos pajares, corrales, casas de labranza en alojamientos turísticos y damos a conocer nuestro estilo de vida con experiencias campestres, que es lo que me ayuda a mantener estos cultivos y el caserío donde he nacido.
–¿Qué paisaje de la Región de Murcia es su preferido?
–Tirando para casa, por supuesto, el monte Arabí y sus mágicas formas, declarado monumento natural, y la zona de sierra Salinas, con su riqueza y diversidad en flora y fauna por sus condiciones topográficas. Pero otra zona que me encanta siempre ha sido Moratalla, por los gratos recuerdos de mis primeras excursiones entre amigos, el sonido del agua, las pozas, las montañas. Yo soy más de montaña que de playa.
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