Unai posa en el Great Sand Dunes National Park, en Colorado. Abajo, con su hermana Amaia en Dakota del Sur.

Viviendo con lobos

A los cinco años, Unai salía de casa, cogía un sendero y enfilaba la montaña. Por detrás, ocultos entre los árboles, sigilosos, sus padres vigilaban de puntillas el paseo del niño. Pronto dejaron de hacerlo. Confiaron en él. Llevaba un 'walkie-talkie', conocía el camino perfectamente y no había precipicios ni grandes riesgos a su alrededor.

FERNANDO MIÑANA

Viernes, 17 de junio 2016, 10:06

El fotógrafo Andoni Canela recorre el mundo retratando animales salvajes junto a su pareja y sus hijos de 10 y 3 años. El mayor, Unai, es un niño explorador

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A los cinco años, Unai salía de casa, cogía un sendero y enfilaba la montaña. Por detrás, ocultos entre los árboles, sigilosos, sus padres vigilaban de puntillas el paseo del niño. Pronto dejaron de hacerlo. Confiaron en él. Llevaba un 'walkie-talkie', conocía el camino perfectamente y no había precipicios ni grandes riesgos a su alrededor. «Mucho más peligro hay en la ciudad», dice su padre, Andoni Canela, el culpable de que el primogénito se haya convertido en todo un niño explorador. Unai ya tiene diez años y aquella vereda de Castellar de n'Hug, en el Pirineo catalán, se le ha quedado chica. Hoy está en Cooktown, en la punta más remota de la remota Australia, por donde ha pasado un ciclón y donde su padre sigue progresando en 'Looking for the wild' (Buscando lo salvaje), un proyecto apasionante en el que pretende retratar a un animal representativo de cada uno de los siete continentes.

Andoni Canela es un fotógrafo especializado en la naturaleza que esta vez, durante 15 meses, ha embarcado a toda la familia -su compañera, la periodista y escritora Meritxell Margarit; su hijo Unai y la pequeña Amaia, de tres y medio- para dar la vuelta al mundo. La ruta comenzó en el norte de España. El lobo, un viejo conocido del reportero, era el primer objetivo. Después saltaron a las grandes llanuras de Dakota del Sur para perseguir al bisonte. Luego bajaron a la Patagonia en busca del puma, y Andoni, con la ayuda logística de la empresa de expediciones Oceanwide Expeditions y Bru&Bru, cruzó el cabo de Hornos hasta alcanzar la Antártida para encontrarse con el pingüino papua. Ahora es el turno del cocodrilo marino en Australia y, a finales de mayo o principios de junio, enfocará con su objetivo el cálao bicorne, un ave exótica de las selvas tropicales del sudeste asiático. El viaje concluirá en la sabana africana con el elefante.

Canela nació en Tudela (Navarra) y antes que a las fotos, los viajes y la vida salvaje, se entregó a la misión de seminarista sin demasiada convicción. «Estudié en un seminario, pero creo que la fe no me entró nunca. Me gustaba mucho cuando venía un misionero y nos contaba historias del Amazonas, de las anacondas y otros animales...». Pero un año antes de acabar su formación, lo dejó y se marchó a Estados Unidos para saciar sus ansias de aventuras y animales durante nueve meses orgiásticos.

En ese tiempo decidió lo que pretendía hacer con su futuro. Andoni tenía claro que quería viajar y relacionarse con la naturaleza. El periodismo iba a ser el camino. Y luego un post-grado de fotoperiodismo en Londres. Su bautizo fue con un reportaje sobre la trashumancia y para ello acompañó a los pastores hasta los valles pirenaicos. Los primeros animales que capturó su cámara estaban alrededor de casa: zorros, garzas, grullas, buitres...

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Hasta que desplegó sus propias alas y se fue en busca de lémures a Madagascar, de un estilo de trabajo que le apasiona: el que mezcla la naturaleza con un componente humano, como el que hizo con los pescadores de Malaui, con quienes salía a pescar a diario. Antes había abordado otros temas, como un reportaje sobre paisajes de fútbol en lugares recónditos que se vendió a varios países y otro sobre la cárcel de Santa Elena, la última isla-prisión donde los reclusos salían a cazar en la selva tropical.

El primer aullido

Ahora está absorto en un proyecto que empezó en España, en los Picos de Europa y en la sierra de la Culebra, en Galicia. Andoni deseaba fotografiar al lobo en estado salvaje y siguió su rastro con Unai, con quien durmió al raso varias noches. El niño no conoce el miedo y en el blog que escribe para Aulas Creativas relata su experiencia, como ese día que, en plena excursión, fue el primero en oír al lobo. «Yo había avisado a todos y, juntos, estuvimos cinco minutos seguidos escuchando ese sonido maravilloso». O aquel instante en el que contempló por primera vez al depredador. «¡Hoy por fin he visto lobos de cerca y durante un buen rato! Mi padre y yo hemos salido muy pronto, antes de las seis. Hemos localizado una manada entera: el macho alfa, la hembra y cuatro lobatos. Estaban a 500 metros de distancia, pero con el telescopio se veían perfectamente. ¡No olvidaré nunca este día! Ha merecido la pena madrugar».

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De la educación de Unai se encargan sus padres, que además lo llevan al colegio del lugar donde acampan durante la vuelta al mundo. Estos días aprende y juega con los niños aborígenes. También comparte su particular vida en 'Learning in the Wild', un proyecto de educación ambiental en el que participan varios colegios. Y hay un seguimiento por internet. La tecnología ayuda y cuando hay buena conexión, los chavales hablan por skype con los abuelos.

Sus padres no son unos inconscientes, pero hubo un día en el que Andoni tragó saliva. Fue siguiendo al puma. Iban padre e hijo con un guarda del parque en la Patagonia. El niño se separó dos o tres metros. Fue un momento. «Con los prismáticos observamos que el puma se giró y vio a Unai, que tiene el tamaño y el color del forro polar de los guanacos que devora el felino. Le dije: 'Ven aquí'. Nos volvimos a juntar los tres y retrocedimos. Ahí se quedó el susto». El fotógrafo lleva dos décadas mezclándose con las bestias y ha aprendido que la prudencia es imprescindible en su oficio para evitar sobresaltos. Como en aquella otra jornada de trabajo en África, que tuvo que salir corriendo hacia lo alto de una colina porque no le cayó simpático a un rinoceronte.

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La experiencia le ha enseñado que más vale una buena posición que exponerse más de la cuenta. «Yo utilizo la técnica de espera. Rastreas para saber más o menos por dónde andan los animales, pero no los sigo. Siempre busco un lugar elevado con buenas vistas para trabajar». Y desde allí, armado con el teleobjetivo 600 mm F4 -cuesta cerca de 12.000 euros-, espera horas y horas hasta que aparece la pieza.

El primero fue el lobo, que dará pie a un libro -un compendio de fotos e historias de los años que ha convivido con el ejemplar ibérico- que intenta financiar con microdonaciones en Verkami. Con el lobo, cuando lo sentía, de noche, en la soledad de la montaña, aprendió «lo insignificante que es el hombre». En 'Looking for the wild' sí cuenta con más apoyo gracias al respaldo de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, la Fundación Biodiversidad y el Instituto Jane Goodall. El resto de la financiación llegará con la venta de este trabajo por esos siete rincones del planeta. Después, cuando los quince meses de aventura queden atrás, los niños tendrán que volver a la realidad de una vida relativamente más cotidiana.

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-Pero Andoni, a ver quién le dice a Unai después de esta experiencia que tiene que volver a casa y al colegio...

-Si lo piensas, quitando los meses de verano, pierde nueve de clase. Ya veremos cuando llegue el momento, pero es lo que toca y no hay otra.

Seguro que esos no son los planes de Unai, el niño explorador que está dando la vuelta al globo.

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