El vino en el folclore
JOSÉ SÁNCHEZ CONESA
Miércoles, 29 de junio 2011, 13:10
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Este año el Festival de Folclore que organiza el Grupo Folclórico Ciudad de Cartagena de La Palma se dedica al vino del terreno. Otros años se hizo lo propio con otros elementos de nuestro patrimonio cultural como son los molinos de viento, la arquitectura popular, veredas y cañadas, juegos tradicionales, ritos funerarios, la mujer en el medio rural o la gastronomía. Divulgación y reivindicación en justa proporción.
Desde el año 2003 nuestras 88 hectáreas de viñedos cuentan con la Indicación Geográfica Vinos de la Tierra Campo de Cartagena. Esta normativa autoriza otras variedades además de las autóctonas y recomendadas como meseguera, moscatel o monastrell. En tintos se amplía la autorización a merlot, cabernet sauvignon, syrah o tempranillo y en blancos a chardonnay, malvasía, moravia dulce, etcétera.
Buen ejemplo de ampliación del cultivo de nuevas variedades, procedentes del centro de Europa, y de innovación tecnológica para adaptarse a los nuevos paladares es la empresa familiar Bodegas Serrano, de Pozo Estrecho. Cuentan además con el único cava de la región. Pero nuestra Universidad Politécnica no anda a la zaga en interés vinícola con su viñedo en la Estación Experimental de la finca Tomás Ferro de La Palma, donde se convoca el Festival. Además con uva meseguera y monastrell aportada por viticultores elaboran unos excelentes caldos que comercializan, formándose así los futuros viticultores y enólogos.
Uno ha tenido la suerte de entrevistar a mayores que te contaban que la posesión de una viña, por menguada en extensión que fuese, era un orgullo para su propietario hace unos ochenta o noventa años. Suponía entonces lo que después fue el chalet en la playa, un Mercedes o un BMV molón. No es de extrañar que en Pozo Estrecho, Miranda o La Palma existieran en una misma calle hasta cuatro o cinco bodegas, predominado la orientación al consumo familiar, pero destinando a la venta lo sobrante. Se hace verdad el refrán: «Para tu comer y tu beber, una viña debes tener».
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El caldo 'ojo de perdiz'
En el año 1929 la producción vinícola de la zona alcanzó el millón de hectolitros, entre tinto y blanco, aunque éste último fuese el más cotizado, caldo dorado llamado 'ojo de perdiz', como bien dice José Pascual Alonso, de la enoteca El Zamorano. Pero los años de la gran expansión vinícola en la Región de Murcia y en la comarca fueron los comprendidos entre 1870 y 1900 debido al auge exportador a Francia, ya que sus viñedos se vieron muy pronto afectados por la filoxera. Se trata de un minúsculo insecto que, procedente del continente americano, llegaría a arrasar las vides europeas.
Nuestra comarca se vería finalmente afectada por tan destructiva plaga en el verano de 1894, por lo que tuvieron que arrancarse las cepas infectadas y plantarse las llamadas de pie americano y algunas de Villafranca del Penedés. Un viticultor palmesano llegó a plantar 35.000 nuevas cepas de viña americana, otros propietarios pasaron a cultivar otros productos como el pimiento de bola.
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Los ancianos del lugar te contaban historias de bodegas como cuando una mujer tenía la regla no se la dejaba entrar porque se creía que avinagraba el contenido de los toneles. La cosa viene de atrás pues Plinio el Viejo, en su 'Historia Natural', escribía que en esa situación provocaba además el aborto a los animales con los que mantuviese cercanía, volvía estériles los campos o nublaba el cielo.
Es en La Biblia se valora el vino de manera positiva como expresión de los dones de Dios (Génesis, 27,28), bebida de Dios (Dt.32, 37-38), alimento y medicina. Jesucristo realizó su primer milagro en las bodas de Caná, convirtiendo el agua en vino (Juan, 2). Y para los cristianos es la propia sangre de Cristo.
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Muchas culturas se han servido de esta bebida para provocar alteraciones de la conciencia, facilitando el acceso a lo trascendente. Lo mismo ha ocurrido con la danza o el sonido de los tambores. Los fenicios santificaban la tumba con baño de vino, como elevando al alma para el Gran Viaje y ofrecían vino-miel a los novios como ritual de fertilidad.
El poeta Ibn Arabí, musulmán cartagenero, alabó los valores espirituales del vino y los antiguos egipcios creían que las divinidades del mundo subterráneo lo ofrecían a los difuntos buenos para facilitarles la resurrección. Los huertanos de Murcia, hasta fechas cercanas, y aún hoy en día, tras dejar el cuerpo del finado en el camposanto celebraban el 'alboroque' de ventorrillo en ventorrillo. Brindaban por la suerte del familiar o amigo muerto y porque la propia muerte tardara en llegar. Había quien vertía al suelo unas gotas del vaso diciendo: «Unas lagrimicas por el muerto».
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En ritos funerarios de incineración los íberos asperjaban las cenizas del difunto con vino, como si la vida en el Más Allá dependiera de la generosa ingesta de tan excelente líquido.
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