Las lecciones de El Ejido: «No entiendo que haya podido pasar otra vez»
LA VERDAD se desplaza a la localidad almeriense, donde testigos y víctimas de los ataques xenófobos de hace 25 años miran con preocupación a Torre Pacheco: «Aquí todo se metió bajo la alfombra»
Entre los invernaderos que dibujan el espeso manto de plástico blanco que rodea a El Ejido se abre paso la pedanía de Las Norias de Daza, escenario clave de uno de los episodios de violencia xenófoba más extremos de la historia de España, removido ahora a raíz de los enfrentamientos de Torre Pacheco.
«Es ahí -indica desde la puerta del estanco María del Mar Espinosa, que regenta el establecimiento-, debajo de ese bloque de pisos amarillo. Lola sigue allí. Ella te puede contar lo que pasó».
Aunque 'lo que pasó' no lo ha olvidado nadie que estuviera en El Ejido hace 25 años, cuando el asesinato de tres personas de origen español a manos de dos inmigrantes marroquíes desató una ola de ataques indiscriminados contra los extranjeros sin precedentes. El primer suceso que precedió a aquella explosión de agresiones fue el 22 de enero: un trabajador de los invernaderos mató a golpes a un agricultor que intentó detenerle cuando apaleaba a un perro y degolló a otro que acudió en su ayuda. Solo días después, el sábado 5 de febrero, otro marroquí que padecía esquizofrenia paranoide acabó con la vida de una vecina del barrio de Santa María del Águila, la joven Encarnación López, de 26 años, a la que apuñaló tras fracasar en el intento de robarle el bolso en el mercadillo local. Esa misma noche se convocaron multitudinarias protestas de repulsa en El Ejido, que en la madrugada se convirtieron en una brutal 'cacería' de extranjeros que dejó decenas de linchamientos y destrozos en viviendas y negocios. La cicatriz sigue doliendo y parece más fresca tras los altercados de Torre Pacheco.
El antecedente de 'la caza'
El lugar que María del Mar señala al equipo de LA VERDAD que se ha desplazado a El Ejido es el Café Bar Sevillano, que aquella madrugada se situó en el punto de mira de los exaltados y sufrió uno de los ataques que más cerca estuvo de sumar nuevas muertes.
Lola Losada, que entonces tenía 28 años y estaba recién casada con Mustafa, de origen marroquí, estaba al frente del restaurante que esa noche sirvió de refugio para decenas de personas que huían de un ejército de vecinos lanzado a la 'caza del moro' con barras de hierro y piedras, el mismo mantra escuchado estos días en Torre Pacheco. «No puedo entender que haya pasado otra vez -asegura ella, ya con 54 años y seis hijos en común con Mustafa, todavía detrás de la barra del mismo local-. No puedo entender que después de 25 años la mentalidad de algunas personas no haya cambiado».
Por eso, estas semanas le ha sido inevitable volver a aquella noche de sábado en que unos amigos de Santa María del Águila, a unos 6 kilómetros de distancia, la avisaron de lo que venía. «Me dijeron que cerráramos el bar, que la cosa estaba muy caliente y que estaban pegando palos, pero nunca pensamos que fueran a llegar aquí». Poco después, la marea violenta estaba en su puerta. «Una pedrada fue al cuadro de luces y nos quedamos a oscuras. Algunos clientes se escondieron en el cuarto de baño, y la Guardia Civil metió a un chaval al que le habían rajado el cuello en mi cocina. Yo ni siquiera sabía dónde estaba mi marido, que salió corriendo», recuerda angustiada. Justo enfrente de su negocio, la turba le prendió fuego a la tienda y la vivienda de otro vecino marroquí. «Estaba toda la familia dentro».
En el bar, «reventaron los congeladores, la cocina, el televisor, se llevaron los equipos de música, robaron las máquinas tragaperras, todo», dice Lola. De aquel remolino de furia, un cuarto de siglo después, solo queda en el local el testimonio que guarda el suelo blanco, desportillado y lleno de grietas por los golpes de aquel día.
En el centro de El Ejido, los disturbios se concentraron en la avenida Bulevar y las calles aledañas, donde los vecinos volcaron e incendiaron coches y arrasaron numerosos comercios. A solo unos minutos de allí, en el número 62 de la calle Abrucena, los exaltados asaltaron la sede de la ONG Almería Acoge, a la que culpaban de proteger a los inmigrantes.
Abdelaziz Charba, un mediador cultural que trabajaba en la entidad y fue testigo de los destrozos al regresar de trabajar en Níjar, reconoce haber llorado viendo los sucesos de Torre Pacheco. «Se me saltaron las lágrimas porque lo pasamos muy mal. Recuerdo la puerta destrozada, las ventanas, todo un desastre». Los asaltantes habían prendido fuego a los archivos de la ONG y los habían desparramado en la calle. «Después nadie quería venir a hacer los arreglos. No se atrevían. Tuvimos que recurrir a una empresa de fuera».
Después de las ocho
No contribuyó a calmar los ánimos el alcalde ejidense de entonces, Juan Enciso, que gobernaba por el PP y que se situó al frente de las protestas. Es muy recordada una frase suya en aquellos momentos, cuando trazó una línea entre la necesidad de temporeros que exigía la boyante economía del municipio y su presencia en el pueblo: «A las ocho de la mañana -los inmigrantes- son pocos, después de las ocho de la tarde, sobran todos».
Hoy en El Ejido, los mensajes que azuzan el rechazo al extranjero llegan de otras coordenadas. Esta semana, la polémica gira en torno a la instalación por parte de Vox de dos carteles en los que aparece una mujer con burka junto a las siglas del PP y el PSOE, y otra con la cara destapada junto a su logotipo verde y una pregunta: '¿Qué Almería quieres?'. El partido ha tratado de capitalizar el espíritu de aquellos disturbios desde sus inicios en la localidad. En 2019, situó como candidato a la Alcaldía al hijo del agricultor degollado en el año 2000, Juan José Bonilla, que acabó protagonizando sonadas discrepancias con el partido. Pero el PP ha seguido al frente del Ayuntamiento, con el único paréntesis del paso de Enciso por el Partido por Almería (PAL), con el que fue alcalde entre 2007 y 2011, tras ser expulsado de la formación popular por su implicación en un caso de corrupción por el que fue condenado en 2023.
En el Bulevar, a Agustín Bravo, un pensionista canario de 75 años que llegó a El Ejido para trabajar en los invernaderos, las propuestas de Abascal, como la deportación masiva, le suenan bien. «Que por donde vienen, se vayan a la mierda», dice antes de enarbolar un discurso que mezcla okupación, inseguridad, ayudas a la población extranjera y saturación de los servicios públicos. «Si yo soy el 5 en el médico y están ellos, soy el 35, ¿me entiendes?».
-¿Recuerda usted los disturbios?
-Claro, yo iba con ellos.
A pocos metros, Lahcen Mouhoub, conductor marroquí de camiones para transporte internacional, asegura no haber sufrido discriminación en el municipio. «Racismo hay en Alemania. Yo aquí no he tenido problemas». Empezó en la agricultura en 2002 y fue progresando. Los cinco primeros años los pasó durmiendo en un cortijo ruinoso del dueño de las tierras, una de esas infraviviendas que siguen escondidas en algunos rincones del mar de plástico para alojar a temporeros irregulares. «Es lo que toca si no puedes pagar un alquiler».
¿Se ha hecho lo suficiente desde aquellos altercados para prevenir que vuelva a pasar? Para Mariano Ripoll, coordinador de la Fundación Cepaim en El Ejido, «ha faltado valentía política». «Aquí, la Administración nunca ha hecho un reconocimiento público de lo que pasó. Ha faltado una reflexión sobre lo sucedido y cómo repararlo. Es cierto que ha habido muchas medidas técnicas, pero ha faltado impulso y continuidad para afrontar el problema y prevenirlo. En lugar de eso, se metió todo debajo de una alfombra». La otra cara de la moneda, señala, ha sido el papel de las «personas que han luchado por la convivencia» y que han empedrado un camino más amable, como «el agricultor que pagó de su bolsillo la reparación de la mezquita reventada en los ataques».
Para María del Mar Espinosa, que ha crecido viendo llegar a Las Norias a gente de todas partes en busca de trabajo -primero de La Alpujarra granadina, luego del Magreb y ahora del Sahel-, la diferencia respecto a aquellos días es una población más entretejida. «Muchos extranjeros que llegaron solos tienen hoy sus familias, sus hijos han nacido aquí, algunos van a la universidad. Mi hijo va al cole con ellos y para él son todos lo mismo. Ha crecido con eso». Abdelaziz, por su parte, pide más esfuerzo a la Administración: «Más apoyo a la educación, a la vivienda, a todo lo necesario para el desarrollo de un ser humano. Esa es la clave para evitar cosas así. También para Torre Pacheco».
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