El sexo sale del armario
Una exposición repasa en Londres, a través de 200 objetos, las maneras de entender nuestro deseo. Incluye una réplica del artilugio que inspiró el 'orgasmatrón' de Woody Allen
CARLOS BENITO
Martes, 2 de diciembre 2014, 12:00
La estrella de la exposición es una especie de armario. Y tiene su mérito, dado que a su alrededor se acumulan los objetos de evidente naturaleza sexual: abundan particularmente los falos desproporcionados, que siempre llaman mucho la atención, pero es ese mueble discreto lo que está acaparando el protagonismo desde el jueves pasado, cuando se abrió al público la muestra 'The Institute Of Sexology'. Con ella, la Wellcome Collection -el museo londinense que aspira a convertirse en «el destino para los curiosos incurables»- repasa nuestras maneras de entender el sexo a través de doscientos objetos, vinculados de alguna manera con las personalidades que han ayudado a desentrañar los engranajes y los compartimentos secretos de nuestro deseo.
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El armario no es un simple armario. O, por lo menos, no lo era para el hombre que lo diseñó, el controvertido psicoanalista austriaco Wilhelm Reich, que lo bautizó como 'acumulador de orgón'. Reich estaba convencido de haber descubierto una fuerza vital, una energía omnipresente que daba aliento al universo, y le puso ese nombre de resonancia futurista: orgón. En 1940 construyó en el sótano de su casa su primer acumulador, una caja fabricada con múltiples capas de diversos materiales en la que había que permanecer sentado y desnudo, de manera que el cuerpo pudiese recargar sus baterías de este fluido sutil. Según afirmaba, con su uso regular no solo se prevenían enfermedades y desarreglos, sino que además la libido recuperaba la pujanza perdida. Lo cierto es que la carrera de Reich, que se había establecido en Estados Unidos para escapar del nazismo, tuvo un tramo final muy cuestionable: los acumuladores de orgón dieron paso al 'cloudbuster', una máquina para provocar la lluvia basada en los mismos conceptos, y de ahí saltó a la «batalla interplanetaria a gran escala» contra los ovnis con forma de puro que, según él, estaban invadiendo la Tierra.
Los comisarios de la exposición han instalado en una de las salas la recreación de un acumulador de orgón, aunque la prensa se empeña en seguir llamándolo 'orgasmatrón', ya que el peculiar gabinete del doctor Reich sirvió de punto de partida para el artilugio de ficción creado por Woody Allen. Los que han pasado un ratito dentro, contemplando el mundo a través del ventanuco de la puerta, no parecen haber notado mayores cambios en su empuje sexual, aunque también es verdad que las normas del museo no permiten despelotarse para exponer plenamente el cuerpo a la sobreabundancia orgonal. En cualquier caso, la estancia resulta agradable: «Hay un sentimiento de maravillosa independencia, de desvincularte del mundo cotidiano», ha descrito el cronista del 'Guardian'.
El señor con tutú
Las exposiciones de la Wellcome se plantean siempre como un estimulante combinado, en el que la seriedad académica se alía con el arte y con los objetos más extravagantes de la historia de la medicina. Ya han aplicado la fórmula a asuntos como la locura o la muerte, y en el caso del sexo han aprovechado una feliz circunstancia: «Los sexólogos de la muestra son todos, en el fondo, coleccionistas, sea de libros, de testimonios, de objetos eróticos o de estadísticas», argumentan. Un tipo como Richard von Krafft-Ebing, autor del fascinante catálogo de prácticas heterodoxas 'Psychopathia Sexualis', atesoraba postales sugerentes que figuran en la exposición: por ejemplo, una foto coloreada de finales del siglo XIX en la que enseña muslamen un señor con antifaz, tiara y tutú rosa. Alfred Kinsey, cuyo informe sobre hábitos carnales marcó la sexología de mediados del siglo XX, era más aficionado a la alfarería erótica peruana, especialmente si representaba escenas de sexo anal.
En la exposición pueden verse películas antiguas de animales copulando, vibradores que más parecen viejas batidoras, fotos de ciudadanos que se han construido sus propias máquinas sexuales, siniestros artilugios para disuadir de la masturbación masculina... Y, a la vez, se va recorriendo la historia de la sexología a través de personajes como Sigmund Freud, Marie Stopes, Margaret Mead o Virginia Johnson. Los comisarios han contado con una ventaja de partida: ese Wellcome que da nombre a la institución es Henry Solomon Wellcome, un empresario farmacéutico estadounidense, fallecido en 1936, que acumuló una colección de más de un millón de piezas, muchas de ellas relacionadas con la historia de la medicina. Wellcome tenía rastreadores repartidos por todo el mundo y estaba particularmente interesado en el material de contenido erótico, sobre todo si le servía para sustentar su teoría de un culto primordial al falo: suyos eran muchos de esos hermosos penes de la muestra, con pinta de estar bien cargados de orgón.
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