Los peores de entre nosotros
Galería T20 ·
Debiéramos valorar nuestra imperfecta democracia como lo que nos salva de aquellos personajes sombríos que llenaron de tinieblas el sangriento siglo XXPasados los 40 todos tenemos un grado de neurosis. Unos mayor, otros imperceptible, pero la vida se ha llevado gran parte de la inocencia y ha inoculado un virus de descreimiento y paranoia. Conforme nos hacemos viejos somos más neuróticos por lo general y en esa condición que asumimos luchan dos partes de nosotros mismos: el excesivo afecto y el excesivo odio.
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Suelo identificar el excesivo afecto con la ideología de cada uno. Hace muchos años me desprendí de la mía porque ya no podía asumirla, me salía demasiado cara en lo que a principios se refiere. Asumir una ideología es tragarse, con excesivo afecto, la doctrina de otro ejercida por otros sobre muchos que asienten a todo. Es evidente que tengo simpatías, no hay que ser demasiado listo para darse cuenta, pero no puedo hacer mío todo lo que dice otra persona, ni siquiera la mayoría de un ideario ajeno. Los años me han hecho, tal y como decía, razonablemente neurótico, pero también ferozmente independiente. La independencia, por volver a términos mercantiles, también sale muy cara en todos los órdenes de la vida, así que hay que lucirla como otros lucen un Ferrari. El pensamiento hoy es un valor en alza, máxime cuando demasiada gente adormece el suyo y lo cede a quien controla una ideología puesta al servicio de otros. Muchos, en vez de cederlo a las ideologías lo ceden a Tele 5, allá cada cual con lo que pasa, o debería pasar, en su cabeza acompañando a su neurosis.
Ese excesivo afecto de la ideología lleva a la entronización del líder idealizado, es algo consustancial al siglo XX de Hitler, Stalin, Mussolini, Franco y los carniceros latinoamericanos. En el siglo XXI debiéramos haber aprendido esto, máxime cuando nunca hemos tenido más información ni educación. Debiéramos valorar nuestra imperfecta democracia como lo que nos salva de aquellos personajes sombríos que llenaron de tinieblas el sangriento siglo XX, pero no. En Estados Unidos han elegido a Donald Trump, un creacionista insensato de limitadísima inteligencia, defensor de las armas, racista y glotón. Trump queda muy lejos pero esta semana el parlament catalán ha elegido a Quim Torra, un señor que piensa que soy menos listo que él por haber nacido en Murcia, un tipo tan analfabeto que cree que existe una raza catalana, uno de esos fascistas que piensa que no lo es mientras en las enciclopedias debería aparecer su cara junto a la definición de fascista.
El triunfo de las ideologías ha hecho que nos gobiernen con demasiada frecuencia los peores de entre nosotros. El excesivo afecto que profesamos por nuestros líderes propicia el excesivo odio que estas mentes limitadas expulsan cuando hablan. Este señor ha recuperado el esquema mental de Trump y considera que los del sur somos mala gente. Le gente del siglo XXI, hiperinformada, está colocando en el poder a un tío que piensa que soy tonto y malo por haber nacido en Murcia y a otro que pensaría lo mismo si hubiese nacido en México. Lo de los racistas siempre me ha parecido espantoso, pero la proliferación de estos personajes es triste y debería hacer repensar lo que cada uno hace de su ideología porque además los administradores de esta -en forma de votos- luego comercian con ella de una manera bastante obscena: Torra, un ultracatólico de derechas, gobierna gracias a la abstención de la CUP, ultraizquierdistas ateos. Disfruten todas las partes de lo votado, es para estar orgulloso.
Tengo una secreta pasión: Andrés Hernández Ros, primer presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia entre 1982 y 1984. Hay mucho que reprocharle, empezando por su triste final político, pero le tengo una simpatía que parte del hecho de considerarlo una buena persona y un idealista. Creo honestamente que lo fue y lo demuestran sus proyectos utópicos: convertir el Mar Menor en un criadero de gambas filipinas, el monorraíl que uniría los pueblos de la Región por vía aérea y, sobre todo, pretender financiar el final de la Guerra Fría. Su idea era enternecedoramente brillante y en cierta forma se adelantó en unos años a lo que ocurrió finalmente. Propuso derribar un trozo del Muro de Berlín (con una cuadrilla murciana, imagino) y servir un caldero en el hueco dejado para Gorbachov y Reagan. Qué belleza, Dios mío. Este mundo necesita idealistas como él, gente capaz de irse a Chile o a África a montar empresas y vivir construyendo.
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A la manera de Hernández Ros reto desde aquí a Donald Trump y Quim Torra a una partida de Trivial Pursuit. Que ellos me digan donde se juega, me pago mi propio viaje y llevo mi juego. Podemos invitar a otros protofascistas como Netanyahu, Nigel Farage o al corrupto declarado Umberto Bossi, mentor de la Lega Nord, otros que también piensan que por ser del norte son más listos. Pues bien, jugaré contra todos ellos si aceptan el reto y lo haré en inglés e italiano. Incluso haré el esfuerzo de entender en catalán, que no hablo. Esta gente va a dominar un mundo que ha tomado la deriva del totalitarismo, el etnicismo, el fascismo en definitiva, pero no me van a ganar al Trivial Pursuit. Serán poderosos, han logrado el poder pero son poco inteligentes, lo cual no deja de ser una desgracia para nosotros.
Solo nos queda la inteligencia, abracémonos a ella como haría el náufrago a la tabla.
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