Frente al volcán, el ceheginero Juan Antonio González y el yeclano Daniel Casas, en el municipio palmero de El Paso. CEDIDA

Murcianos contra el monstruo de lava de La Palma

Tres voluntarios de Cruz Roja de la Región intervienen en las zonas más afectadas por la erupción del volcán de Cumbre Vieja participando en operativos de rescate de personas, acompañando a los desalojados de sus viviendas y ayudando en tareas de limpieza de ceniza

Domingo, 7 de noviembre 2021, 01:28

El ceheginero Juan Antonio González recibió esta semana una llamada telefónica de un vecino de la isla canaria de La Palma. Desde Las Manchas, en la localidad de El Paso, el hombre le contó con voz ahogada que una de las coladas del volcán de Cumbre Vieja se había desbordado hacia la zona sur y amenazaba con sepultar el cementerio de la localidad. «El palmero me dijo llorando que si el río de lava continuaba en esa dirección, en poco tiempo llegaría al camposanto y perdería por segunda vez a sus familiares que estaban allí enterrados. Pero esta vez sería peor y para siempre, porque ya no podría ir a llorarles a su tumba. Es algo terrible», lamenta.

Publicidad

Juan Antonio es uno de los tres murcianos, miembros del grupo de rescate en montaña del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias (Erie) de la Cruz Roja de la Región, que viajaron el pasado mes de octubre hasta la isla bonita. Allí, formaron parte del dispositivo nacional de emergencia que se puso en marcha desde que comenzó la erupción del volcán.

Este domingo se cumplen 50 días desde que el monstruo despertó y quebró la vida de los habitantes de La Palma. El volcán de Cumbre Vieja, ubicado en la zona de Cabeza de Vaca, en el municipio de El Paso, entró en erupción a las 15.13 horas del pasado 19 de septiembre. Ese día también era domingo y solo hubo tiempo para correr. Los vecinos dejaron lo que en ese momento estaban haciendo y salieron de sus viviendas con lo puesto.

Los voluntarios de Cruz Roja dedicaron parte de su labor a retirar residuos del volcán de los tejados de las viviendas para evitar que se hundieran. CEDIDA

«Entramos en casas desalojadas en las que aún había platos de comida encima de la mesa», recuerda Daniel Casas, rescatador de Cruz Roja de Yecla que ha formado parte de los equipos multidisciplinares integrados por voluntarios de todo el país.

Hace un mes y medio, Cruz Roja sacó una convocatoria a nivel nacional para realizar operativos de una semana en La Palma, tanto para los efectivos de la unidad psicosocial como los de los Erie. Su cometido principal es apoyar a los efectivos de emergencias locales. Daniel Casas viajó dos veces a la zona de la catástrofe. Una, como miembro de un grupo de rescate, y la segunda como jefe de uno de esos equipos. La primera vez que pisó La Palma fue la noche del jueves 7 de octubre, junto con su compañero del Erie de Yecla Jesús Díaz. «Veíamos que nuestra gente llevaba un mes cubriendo la zona del desastre y necesitaban ayuda y relevo. Jesús y yo estábamos de vacaciones y no lo pensamos dos veces. Echamos la solicitud, la aceptaron y nos fuimos para allá», recuerda.

Publicidad

Ambos tienen una dilatada experiencia en rescates en catástrofes, como terremotos e inundaciones. Eso, y la vocación por ayudar a quienes lo están pasando mal, empujó a los dos murcianos hasta el acuartelamiento de El Fuerte, en la parte este de la isla, donde se alojaron. «Antes de tocar tierra, subimos a la cubierta del ferry en el que viajamos. Allí sentimos la ceniza caer sobre nosotros y el olor a humo y a azufre. Así nos recibió el volcán, ese monstruo aterradoramente hermoso», describe Jesús Díaz.

La labor principal de los voluntarios se centró en acompañar a los vecinos hasta sus casas, en las localidades que se encuentran en mitad del camino que las coladas están siguiendo hasta su desembocadura en la costa oeste. «Estuvimos en las poblaciones que ahora mismo se encuentran más afectadas por la erupción, que son Las Manchas, La Laguna y Tazacorte, ya que el municipio de Todoque no existe, lo sepultó la lava», lamenta Daniel, quien recuerda el momento en el que un joven le señaló hacía un páramo y le dijo: «¿Ves lo que hay allí? Pues debajo está mi pueblo».

Publicidad

CEDIDAS

A esas zonas de exclusión, los residentes solo pueden entrar acompañados por militares, bomberos o miembros de los Erie de Cruz Roja, dado el peligro que hay por la proximidad al foco eruptivo. «Las viviendas que siguen en pie están bajo un manto de ceniza. Es algo impresionante, porque es como una enorme nevada de color negro», asegura Jesús Díaz.

«Si no fuera por el daño inmenso que está causando, diría que el Cumbre Vieja es lo más bello que he visto en mi vida, porque es la fuerza misma de la naturaleza en todo su esplendor. Ha oscurecido el día con las nubes de ceniza y humo; ha transformado la tierra vomitando ríos de lava, y lo hace mientras se retuerce entre rugidos y explosiones que hace temblar la tierra. Podrías quedarte horas mirándolo, no hay nada parecido a aquello», sentencia Daniel.

Publicidad

Pueblos fantasma bajo ceniza

El volcán ha dejado hasta ahora centenares de hectáreas arrasadas, viviendas sepultadas por la lava y más de 7.000 evacuados. Los habitantes de las zonas desalojadas acuden a sus viviendas para recoger enseres y limpiar. Para llegar hasta ellas existen dos accesos: la lanzadera de la zona norte, por donde se accede a las localidades de La Laguna y Tazacorte a través de Los Llanos; y la de la parte sur, a la que se entra desde el punto de control de El Charco hacia las poblaciones de Las Manchas y Puerto de Naos.

«Entramos con los vecinos a sus barrios, que son como pueblos fantasma bajo la ceniza, a bordo de todoterrenos preparados con todo el material para atender cualquier emergencia sanitaria o de rescate. Durante el tiempo del acompañamiento estamos en contacto por radio con el puesto de mando, desde donde velan por nuestra seguridad. Si en algún momento detectan un atisbo de peligro, como el movimiento de la colada o un cambio en la dirección del viento que nos pudiera exponer a los gases, ellos están preparados para sacarnos de la zona de exclusión de inmediato», indica Daniel.

Publicidad

Cedida

Los vecinos tienen 40 minutos de tiempo para sacar lo que necesiten de sus casas. Los voluntarios Cruz Roja les ayudan a cargar enseres, a dar de comer a los animales, a regar cultivos, a buscar medicamentos o documentos. «Y si no necesitaban nada de eso, limpiamos y retiramos ceniza de las calles, de los accesos a los inmuebles y, sobre todo, de los tejados, porque la acumulación del residuo puede provocar que las estructuras colapsen. Esto le pasó a una chica que estaba en un techado cubierto por montones de polvo y cedió por el peso. La joven se coló dentro de la vivienda y tuvimos que entrar a rescatarla», indica Daniel.

Además de las labores de salvamento y apoyo a los damnificados, los voluntarios de Yecla colaboraron en la evacuación de los vecinos del municipio de La Laguna, que fueron desalojados ante el avance de la colada y su cercanía a la zona fronteriza del perímetro de seguridad.

Noticia Patrocinada

«Cuando regresé a la Región, me traje de la isla algo que no se me olvidará nunca, y es la increíble calidad humana que tienen los palmeros. Son gente que está hecha de una pasta especial. En lugar de derrumbarse, todos arriman el hombro a quienes lo necesitan. Allí había personas que lo habían perdido todo: su casa, sus plataneras, su vida. Pero, en lugar de lamentarse, ayudaban a quienes todavía tenían sus propiedades en pie. Esa entereza y solidaridad impresiona», manifiesta Díaz.

Una muerte a cuchilladas

Ese fue, precisamente, el motivo por el cual Daniel regresó a La Palma una semana después de marcharse, el 22 de octubre. «Volví porque tenía la impresión de que podía haber hecho algo más por los afectados y por el sentimiento de que no había podido ayudar a todos ellos», rememora.

Publicidad

Cedida

En su segundo viaje le acompañó el ceheginero Juan Antonio González, miembro del Erie de búsqueda y rescate en montaña de Cruz Roja en Caravaca de la Cruz. En ese periplo, del que regresaron el pasado 29 de octubre, ambos percibieron un mayor desgaste psicológico en los isleños. «Había vecinos a los que teníamos que escoltar hasta sus casas bajo la supervisión de miembros de los equipos psicosociales, porque se derrumbaban al ver sus casas enterradas en ceniza. A las personas mayores la catástrofe les está afectando mucho más, porque dicen que ya no les queda tiempo para recuperarse del golpe», recuerda Juan Antonio, quien reconoce que en ocasiones lloró con ellos. Por su parte, Daniel relata el recuerdo que tiene de una mujer a la que acompañaron a su domicilio para recoger unos papeles. «Cuando nos marchábamos, la vimos hablando con su casa. Nos dijo que era la tercera vez que se despedía de ella, que no lo soportaba más, y que si tenía que acabar sepultada, que pasase ya».

Al voluntario murciano le llamó la atención la angustia que padecen quienes aún mantienen sus propiedades, porque la esperanza se ha vuelto un arma de doble filo. «Las personas que lo han perdido todo están más serenas, como en una fase de asimilación de lo que les ha pasado. Sin embargo, los vecinos que aún tienen sus viviendas y cultivos amenazados por la lava sufren por no saber si al día siguiente seguirán allí. Describen ese suplicio como una muerte a cuchilladas», clarifica Casas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis

Publicidad