Joaquín García Cruz. M. Bueso

Fallece Joaquín García Cruz, subdirector de LA VERDAD

Con la muerte de Chimo, como era conocido por todos, el periodismo regional pierde a uno de sus referentes de las últimas tres décadas y a un gran analista político. El velatorio se encuentra instalado en el Tanatorio de Jesús, en Espinardo, donde también tendrá lugar el funeral, mañana sábado a las 10.45 horas

la verdad

Viernes, 6 de marzo 2020, 09:09

LA VERDAD y el periodismo regional están de luto. Joaquín García Cruz, subdirector del diario, falleció a primera hora de este viernes en Murcia a los 64 años tras dos años de lucha contra el cáncer. Chimo, como era conocido entre todos sus familiares, amigos y compañeros de profesión, ejerció toda su carrera en LA VERDAD -salvo un paréntesis para dirigir el semanario 'Lean'-, donde comenzó a escribir en el año 1974. El velatorio se encuentra instalado en el Tanatorio de Jesús, en Espinardo, donde también tendrá lugar el funeral, mañana sábado a las 10.45 horas.

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García Cruz nació en Puebla de Don Fadrique (Granada) en 1955 y estudió Periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Fue delegado de LA VERDAD en Elche, redactor jefe de Local en la Región de Murcia, jefe de Información y subdirector del periódico. Entre sus logros profesionales destaca la obtención del prestigioso Premio de Periodismo Ortega y Gasset, que concede el diario 'El País', por la investigación del intento de soborno de un consejero de la Comunidad de Murcia. La publicación del caso por parte de Joaquín García Cruz y de José Luis Salanova desencadenó en 1984 la dimisión del socialista Andrés Hernández Ros, primer presidente autonómico elegido democráticamente en las urnas. Tal y como destacó el jurado del premio, tanto García Cruz como Salanova «asumieron serios riesgos y dieron pruebas de una gran honestidad profesional» en este trabajo de investigación periodística. Además, García Cruz obtuvo el Premio Antena de Plata al mejor programa de TV, otorgado por la Asociación de Radio y TV de Murcia a 'El Debate', que presentó durante seis temporadas en Canal 6.

Casado con Carmen Calero y padre de dos hijos, Alejandra y Joaquín, Chimo deja un extenso legado periodístico que le granjeó siempre el respeto y reconocimiento de los compañeros de profesión, así como de la clase política, los agentes sociales y demás colectivos de la sociedad murciana a lo largo de las últimas tres décadas. Pero sobre todo, García Cruz fue un brillante analista político; sus artículos sobre esta -para él apasionante- parcela del periodismo se convirtieron de obligada lectura para entender la realidad política de la Región, profundizando y ofreciendo al lector claves que solo su instinto periodístico, su bagaje en el oficio y su capacidad de narración podían sacar a la luz.

Valentía ante la enfermedad

Cuando en la primavera del año 2018 le sobrevino la enfermedad, lejos de amedrentarse, García Cruz cogió el toro por los cuernos, se sometió a tratamiento de forma valiente y decidió contar su día a día contra el cáncer en la red social Twitter, compartiendo con sus seguidores pequeños comentarios que acompañaba con la etiqueta #milucha. En noviembre de ese mismo año se reincorporó al periódico con la misma ilusión y ganas que el primer día, hasta que en julio del año pasado sufrió una recaída.

Para los compañeros de LA VERDAD será muy difícil sobreponerse a esta dura pérdida, tanto en lo profesional como en lo personal. Chimo tenía el respeto y la admiración de todos y tiraba de todos los miembros de la Redacción desde primera hora de la mañana hasta la noche, incansablemente. Quienes hemos trabajado junto a él todos estos años queremos trasladar a su familia nuestro sentido pésame y un cariñoso abrazo.

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UN BLUSÓN PARA GRETA

Gobernantes de Murcia ya iban a su despacho en bici hace treinta años, convencidos de contribuir al desarrollo sostenible

Saltaba a la vista que aquel puñado de langostinos no se dejaría vender así como así. Qué raro hubiera resultado años atrás, cuando los langostinos del Mar Menor arropaban cualquier mesa de Navidad que se apreciara. «¡Langostinos de Vinaroz, señora, de Vinaroz!», gritaba el pescadero de Verónicas mirando de reojo al resto de las especies mostradas en el mismo tablero.

Había un corrillo de mujeres jugando a la ignorancia con la boca semitapada como dos futbolistas de élite. «Seguro que son del Mar Menor, pero no quiere decirlo, porque si lo dice, no los vende. Por la 'riá'».

La 'riá'. La DANA. Una mortandad en la orilla. El Telediario. La vergüenza nacional. De ahí viene todo el esperpento en que hemos convertido el Mar Menor en 2019, la gente ahora lo visita para ver si le han robado en su casa de veraneo o como un espectáculo más, un tétrico y lúgubre espectáculo. El Mar Menor era antes una plácida puesta de sol. Todavía recuerda Pedro Subijana que entró a Murcia por la puerta que Raimundo González le abrió en El Rincón de Pepe. Entonces los langostinos del Mar Menor constituían un manjar y Murcia era una región diminuta, pero cargada de simbolismos y de valores patrióticos, que no solo se reducían a las verduras y a La Parranda. Ahora los símbolos se le quedan en el fango.

A Reagan y Chernenko se les planteó desde el Gobierno murciano, en los años ochenta, una propuesta mundial de paz, que consistía en compartir un arroz con habichuelas y ajos tiernos a ambos lados del Muro de Berlín. Seguro que en las respectivas embajadas todavía se están riendo de aquella misiva, que firmaba un desconocido político local de blusón huertano que iba a su trabajo en bicicleta, lo que sin duda era un adelanto -y un desafío- al desarrollo sostenible de Greta Thunberg.

Murcia era en los años ochenta una península inflada de impulsos propios y empeñada en mantener su propio viaje hacia el futuro. Aún no se hablaba de AVE en la España socialista ni de soterramiento en la Murcia reivindicativa cuando los ingenieros de la Comunidad Autónoma ya negociaban en secreto con los de Talgo, S.L. para establecer una línea de tren rápida que uniera Murcia con los futuros campus universitarios y Molina de Segura. Los agrónomos de la Administración regional viajaron a la vez a las Islas Filipinas para intentar multiplicar la cosecha -habitualmente pequeña- de langostinos del Mar Menor y convertirla en acuicultura intensiva. El intento resultó fallido por la excesiva salinidad de la laguna murciana, pero el ensayo valió la pena y se guardó en los anales de una comunidad que luchaba por desperezarse para alcanzar su propia personalidad, mientras que otras regiones dormían la siesta de las subvenciones.

Si los gobernantes hubieran ido a trabajar todos en bicicleta y con blusón huertano hace treinta años, y los jerifaltes del mundo hubieran proclamado y aplicado sus propósitos de buena fe, seguro que hoy todos respiraríamos mejor aunque Greta no hiciera novillos los viernes.

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