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Rosell Meseguer.

«Mi muerte no me da miedo»

Rosell Meseguer. Artista visual. Vinculada a la Región tras pasar su infancia en Cartagena, la ciudad que más le ha marcado, expone en el Centro Párraga 'Lo invisible'

Antonio Arco

Martes, 17 de enero 2017, 12:52

Le gusta esta pregunta que Platón lanza en 'La República': «¿Crees que puedan ver otra cosa, de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que el fuego proyecta enfrente de ellos en el fondo de la caverna?». Mirar con astucia: lo visible y lo invisible. Intuir, investigar, dejarse sorprender. Eso le gusta hacer a Rosell Meseguer (Orihuela, 1976), cuya infancia feliz transcurrió en Cartagena. La artista visual, autora de piezas exquisitas como 'Materia oscura' o 'Agujero negro' -fotografías a color sobre papel de algodón-, que la galería Juan Silió mostró en ARCO 2016, trabaja en proyectos artísticos que se asientan sobre la curiosidad, la paciencia y la factura impecable. Hasta el 29 de enero, en el Espacio 5 del Centro Párraga de Murcia, puede visitarse su exposición 'Lo invisible', una continuación de la que pudo verse, en octubre de 2015, en La Fragua de Tabacalera, en Madrid. Materiales documentales, relieves, objetos y espejos integran esta muestra de Rosell, que habla a través de su trabajo de los mecanismos de coacción del poder y de los mercados, de la fragilidad de la mirada, la importancia de alimentar una conciencia crítica, y el valor del arte y de la cultura en general como alimento frente al gregarismo, la sinrazón y el encanallamiento de la existencia.

  • Título

  • 'Lo invisible'.

  • Artista

  • Rosell Meseguer.

  • Dónde

  • Espacio 5 del Centro Párraga (Consejería de Cultura). Murcia.

  • Visitas

  • Hasta el 29 de enero.

-¿Qué se ha preguntado muchas veces?

-Me concedieron una beca para preparar parte de mi tesis doctoral en el MoMA. Tenía que estar en Nueva York el 1 de septiembre de 2001, pero pospuse mi llegada al día 13. Me he preguntado muchas veces cómo habría sido vivir aquel horror.

Rosell Meseguer investiga y crea a partir de proyectos que la embarcan en largos viajes geográficos, emocionales, artísticos, cognitivos... En su proyecto 'Tránsitos del Mediterráneo al Pacífico', por ejemplo, realizó un hermoso y extraño trabajo sobre la industria ballenera y su decadencia, y abordó también el presente fantasmagórico de ciudades abandonadas que en su día florecieron con la industria del salitre, así como la actual situación de la industria salinera mediterránea y boliviana.

Siente curiosidad por todo, por los conocimientos de los alquimistas medievales, la astronomía, los átomos, la sal fotosensible con la que Joseph-Nicéphore Niépce realizó sus primeras huellas fotográficas o por los curiosos nombres que tenían las minas de la sierra de Cartagena-La Unión: Válgame Dios, Siete Dolores, El Tío Canillitas, Cristóbal Colón...

Acumula experiencias vitales y creativas con el entusiasmo de una coleccionista de exóticas conchas marinas. La habitan un millón de recuerdos, con sus vientos, las altas o heladas temperaturas, la soledad del olvido y el abandono, y las heridas sangrantes que acompañan a tanta pobreza ajena... Hay lugares concretos que permanecen intactos en su memoria. Es el caso de 'La montaña que come hombres vivos', que es como llaman las gentes del lugar a Cerro Rico, en Potosí (Bolivia). Siente atracción por las explotaciones mineras, incluidas las murcianas, que conoce muy bien. «Desde la alquimia hasta nuestra actual ciencia, nos hemos convertido en cirujanos de la tierra», indica la artista. Le atrae con fuerza la visión de todo esos «paisajes artificiales nacidos de los tijeretazos de la ciencia, la industria y la tecnología». Los ha buscado, han inspirado parte de su obra y la han conducido a lugares mágicos, como la chilena Atacama, que recorrió conduciendo una camioneta granate con la que se encaminó a la salitrera Victoria.

Procura bucear, sin prejuicios y expectante, en la Historia, la Economía, el espionaje, la enloquecida carrera armamentística, los mecanismos de poder que mantienen controlados a los ciudadanos, los desgarros que sigue provocando el capitalismo feroz, «el voraz consumismo en el que caemos», los pequeños detalles que encierran una gran humanidad y los objetos con alma. Un día, en Santiago de Chile, en un mercadillo conocido como 'mercado persa', estaba comprando fotografías antiguas. De pronto, se fijó en una en la que se veía «un carro para transportar carbón y minerales». El vendedor le dijo: «Esta foto está rota, se la regalo». Ella le respondió «gracias»... y pensó: «Es la que más me gusta de todas las que he visto y comprado hasta ahora».

-¿Se siente realmente libre?

-Ejerzo con responsabilidad mi capacidad de decisión en todo, incluido el terreno del consumo, pero es cierto que el sistema es tan invasivo que pasan cosas así: yo compro un Mac, pero sé que parte de sus piezas se siguen fabricando en ciertos países donde los sistemas de producción no son precisamente muy justos. ¿Qué hacer? Es complicado, porque yo necesito un ordenador para trabajar, eso está claro. Al final, terminas consumiendo cosas que están fuera de la propia ética que defiendes. Pero si te pones en plan extremo, no creo que haya otra posibilidad que no sea la de irte a una cueva a vivir.

-¿Qué no le gusta?

-Que me vinculen a ningún partido político, ni a ninguna ideología en particular. Me gusta ser lo más independiente posible, y defender con todas mis fuerzas la capacidad que tiene la cultura de educarnos para la vida y de abrirnos la mente. Sin duda, ayuda a que podamos desarrollar una mayor conciencia crítica. Sin ella estamos perdidos.

-¿Qué tiene muy claro?

-Lo mismo que tuve muy claro desde muy niña: quiero ser artista. Con seis años, tuve la suerte de tener una profesora maravillosa, en el casco antiguo de Cartagena, que me daba clases de pintura. Se llama Concha Garrote [es la madre del batería de Vetusta Morla, David García 'El Indio']. Creo que ella es la persona con la que yo más me he entusiasmado. Yo tenía 6 años. Esperaba toda la semana que llegase el viernes por la tarde para dar clase de pintura. Hoy, el arte me sigue entusiasmando y motivando.

Dunas en La Manga

Dice Rosell Meseguer: «Mi muerte no me da miedo».

-¿Por qué no?

-Porque no creo que la muerte sea el final. Creo en un proceso de transformación, venimos varias veces a este mundo. Temo al sufrimiento y a no poder valerme por mí misma, pero no a la muerte, sobre la que en cuarto de carrera empecé a desarrollar un proyecto en el que planteo la idea de tumba como la última casa que habitamos.

A Rosell Meseguer, cuya voz parece brotar de las orillas soleadas de un lago aún no descubierto, hay algo que le ayuda mucho en los malos momentos: «Recurro a los recuerdos de mis días de playa en la infancia. En esa Manga de maravillosas dunas que conocí, o en el Portús o en Cala Cortina. Me calma mucho recordarme de niña junto al mar. ¡Feliz, protegida, rodeada de belleza!».

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