Núria Espert.

Núria Espert, el rostro del teatro clásico

El Premio Princesa de Asturias de las Artes galardona a la actriz que mejor ha llevado por el mundo la gran tradición de la escena española. También ha sido empresaria y directora, y ha tenido a sus órdenes a intérpretes de la talla de Glenda Jackson

CÉSAR COCA

Jueves, 12 de mayo 2016, 01:22

La carrera de la actriz más internacional del teatro español comenzó con un fracaso. Núria Espert, que ayer recibió el Premio Princesa de Asturias de las Artes, se subió a las tablas por primera vez a los doce años, en el Romea de Barcelona. El papel no parecía difícil: tenía que hacer de gatito en una función infantil. Pero los responsables de la obra la apearon enseguida del cartel. Sin embargo, un mes después estaba de nuevo en el escenario y no ha parado desde entonces. La inolvidable protagonista de 'Yerma' y 'Medea' es algo más que el tópico de la gran dama del teatro: es quien mejor ha defendido por el mundo la tradición escénica española.

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El jurado del Princesa de Asturias, que galardona por tercera vez en su historia a una personalidad teatral -con anterioridad lo ganaron Fernando Fernán Gómez y Vittorio Gassman-, destacó en el acta que Espert ha sido fiel a «los ideales y aspiraciones del humanismo y ha estado siempre al servicio de la poesía y de la esencia de la escritura dramática». Un buen retrato para una actriz autodidacta que renunció a terminar el Bachillerato para poder cumplir con una vocación arrolladora.

Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) se encontró con uno de los papeles de su vida por casualidad. Elvira Noriega, una de las grandes del momento, enfermó a tres semanas del estreno de 'Medea' y alguien pensó que una secundaria de la compañía podía enfrentarse al personaje de Eurípides. La joven -entonces solo tenía 19 años- había sido contratada para hacer un papel pequeño pero se sabía la obra completa y lo bordó. Las críticas fueron muy elogiosas y Espert creyó que los promotores teatrales se la iban a rifar. Nada de eso pasó. Durante los meses en que nadie llamó al teléfono que su madre había instalado con el único fin de recibir ofertas, aprendió una lección: que una carrera no se sustenta sobre un gran éxito, sino sobre el trabajo constante y el riesgo.

Años después fue su marido, el también actor Armando Moreno, quien la guió por el camino adecuado. Él le propuso que crearan su propia compañía con un argumento irrebatible: era la única forma de montar las obras que deseaba hacer. Y esas piezas, el gran teatro de Shakespeare, Lope, Calderón, Sartre, Chéjov, Miller, Brecht, García Lorca, O'Neill, Genet, Valle Inclán, Espriu y los clásicos de la Antigüedad, se convirtieron en su vida. A todos ellos los ha llevado por España, pero también ha llegado a Grecia, Reino Unido, Alemania, Italia, Argentina, México y EE UU, entre otros países. En todos cosechó grandes éxitos con papeles de enorme intensidad dramática.

Conjunción de talentos

La actriz catalana ha ejercido también de directora. Lo ha hecho en un puñado de óperas y en montajes teatrales en los que ha trabajado con actrices de la talla de Glenda Jackson, otro monstruo de la escena. Fue la británica quien la reclamó para un montaje de 'La casa de Bernarda Alba'. Espert aún recuerda que, cuando se enteró, el también director Peter Brook le comentó que no sabía quién estaba más loca, si ella o Jackson. Donde algunos temían un choque de egos lo que hubo fue una maravillosa conjunción de talentos. Tanto, que recibió por ese trabajo el premio del Círculo de Críticos de Londres a la mejor dirección.

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El teatro se lo ha dado todo. Ha salido a escena enferma, sabiendo que su marido agonizaba y casi sin voz. Pero cuando la función acababa volvía al refugio de su hogar, a la vida ordenada y metódica de una profesional consciente de las exigencias de su trabajo y la necesidad de dejar a un lado los personajes para no contagiarse de sus vaivenes emocionales.

A punto de cumplir 81 años, sigue trabajando. No piensa en la retirada porque sabe que es inútil: los contratos, la salud y el público fijarán la fecha de su despedida. También es consciente de que jamás interpretará algunos papeles con los que soñaba. Ni siquiera eso consigue que mire atrás. «No veo jamás fotos antiguas ni repaso mi vida, a menos que me obliguen a ello».

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