Ricardo Blázquez.

«Los divorciados vueltos a casar no están excomulgados, forman parte de la Iglesia»

Ricardo Blázquez. Presidente de la Conferencia Episcopal. Blázquez viaja a Roma, donde tendrá un papel activo en el Sínodo General de la Familia, que se inaugura el domingo

J. I. FOCES

Domingo, 27 de septiembre 2015, 00:31

Catorce días de análisis, debates, y puestas en común de un trabajo intenso de la asamblea sinodal extraordinaria de octubre del año pasado y todo un año de por medio, con aportaciones desde todo el mundo, llevarán el próximo domingo a la apertura del Sínodo General de los Obispos que convocó el Papa Francisco para que la Iglesia formule respuestas a la situación que atraviesa la familia. Ricardo Blázquez, cardenal arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, tendrá un papel activo en las reuniones de trabajo. En esta entrevista analiza los asuntos más destacados que aparecerán en las sesiones, con un convencimiento especial: «La Iglesia dará las respuestas adecuadas a la nueva situación que vive la familia».

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-¿Qué hay que esperar, en líneas generales, del Sínodo?

-El tema de la familia es fundamental y amplio. Va a ser un momento importante en la maduración de las decisiones pastorales que la Iglesia adopte en relación con la familia, que se encuentra en una situación realmente nueva, que requiere una atención particular y, también, seguramente sin prisas, pero sin pausas, una serie de medidas de orden humano, pastoral, que nos vayan aproximando a una respuesta adecuada a la situación de la familia. Fue providencial que el Papa convocara estas dos asambleas precisamente teniendo en cuenta la situación actual de la familia, que ha padecido muchas conmociones.

-En vísperas del Sínodo, el Papa ha decidido modificar los procedimientos a seguir para declarar inválido un matrimonio católico. ¿No puede parecerle a un cristiano de base una contradicción con los fines del Sínodo de la Familia? Este fue convocado precisamente, y entre otras causas, por los peligros que se ciernen sobre la familia; el de los divorcios y las separaciones lo es.

-La cuestión de la simplificación de los procesos de declaración de nulidad, y es bueno que estas palabras queden claras, declaración de nulidad, no es que la Iglesia favorezca el divorcio o cree un divorcio a su estilo, se trata de declarar que tal contrato matrimonial en el origen era inválido. Y eso a veces se tarda en descubrir. Esta cuestión de la simplificación, de agilizar los procesos, ya apareció en la asamblea anterior. Y, además, con unas intervenciones que eran convergentes. A raíz de lo que fue apareciendo en la asamblea anterior, se creó una comisión 'ad hoc', que ha asesorado debidamente al Papa, quien ha creído oportuno, para descargar también la Asamblea Sinodal de otro conjunto de cuestiones, hacer público este 'motu proprio' que acabamos de recibir. Pero se trata de agilizar los procesos de declaración de nulidad. Por ejemplo, para que no sea necesaria una doble sentencia conforme, que se llama, una sentencia en la Diócesis y una segunda sentencia en La Rota de Madrid o en el Tribunal Metropolitano. También para que no se prolongue demasiado el tiempo de espera de las personas que han recurrido. Porque hay problemas que se pueden pudrir y conviene que no se ponga a prueba la paciencia de nadie. Que se hagan las cosas con seriedad, no evidentemente de manera atropellada, pero que no se tarde indefinidamente.

-También está sobre la mesa del debate cómo quedan los niños en los casos de separación de sus padres. ¿Cómo propone la Iglesia evitar que los hijos sean víctimas de la crisis matrimonial de sus padres?

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-Todo el itinerario del niño está estrechísimamente relacionado con los padres. Un niño es deseado, esperado, no es temido. La gestación de un niño va siendo acompañada por los padres con esperanza y amor. El niño es un don de Dios al amor de los padres, que lleva consigo desvelos e inmensas satisfacciones. Los niños perciben bien cuando son amados y cuando son fácilmente orillados. En el matrimonio no solo el esposo mira a la esposa y la esposa al esposo: miran los dos en la misma dirección, que es el hijo. Y ahí es donde se concentra la atención de uno y de otro y donde tienen que sumarse los esfuerzos y los sacrificios por el hijo. A unos padres no se les puede preguntar «¿educar a tus hijos, acompañar a tu hijo en la enfermedad es muy costoso?». Siempre dirá: «Es mi hijo». Que el amor sea el fundamento de todas las relaciones con el hijo. Desde este punto de vista a mí me parece muy importante que cuando aparezcan crisis matrimoniales, que evidentemente aparecen -en todas las vocaciones tenemos momentos más oscuros y momentos más luminosos-, los padres piensen en el hijo. Estoy convencido de que el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos es el de su amor perseverantemente unidos. Y esto es lo que deseamos los hijos. Después, si ocurre la ruptura, también desde el punto de vista del derecho, del amor de los padres, quieren hacer lo posible por que la ruptura tenga el menor número de consecuencias posibles en el caso del hijo. Pero la consecuencia fundamental es la que se da con la ruptura.

-Uno de los asuntos que más repercusión mediática está teniendo es lo que vaya a determinarse con los separados, los divorciados y las nuevas uniones. ¿Cómo será tratado tras este Sínodo el espacio para los separados vueltos a casar?

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-Tienen que ser atendidos. No están excluidos. Continúan formando parte de la Iglesia, de la comunidad cristiana. Un divorciado no está excomulgado. Les pediría que continúen participando en la vida de la Iglesia. Y pediría también lo siguiente: que el criterio de la continuidad en la vida de la Iglesia no lo pongan solo en la posible comunión sacramental. Se puede participar en la Eucaristía sin comulgar. Hay muchas tareas en la vida de la Iglesia que se pueden hacer. Por ejemplo, colaborar en Cáritas, en otros servicios que una parroquia tenga, en la transmisión de la fe. No pongamos solo el criterio de la atención de la Iglesia a los divorciados vueltos a casar en si puede admitirlos a los sacramentos de la reconciliación y de la comunión sacramental.

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