Polémica faena de Manzanares
Un imponente quinto toro de El Pilar y un trabajo desigual pero más intenso que tenso del torero de Alicante y una oreja discutida
BARQUERITO
Viernes, 22 de mayo 2015, 23:05
Embistieron cuatro toros: tres de la corrida titular de El Pilar -los dos del lote de Padilla y el segundo del de Manzanares- y un sobrero de Charro de Llen, segundo bis, que cayó en manos de Manzanares también. Ninguno de los tres de El Pilar se empleó con el estilo rampante tan propio del hierro y del encaste. El toro que parece ir calentándose y templándose de viaje en viaje. El viento, más traicionero que desatado, tuvo en eso mucho que ver, pues ninguno de los toros de Padilla fue de los de hacerse solos -de bondad algo apagada el primero, llegó planear el cuarto, que tuvo algún viaje incierto- y solo el quinto, un auténtico galán, el más toro de todos, sacó el fondo temperamental de la bravura. Y la entrega belicosa.
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El sobrero de Charro -procedencia Daniel Ruiz- , cinqueño como todos los de El Pilar salvo el sexto, se estiró con ganas y fue toro muy vibrante. En el reparto salió perjudicado Perera, pues ni el tercero, el más endeble e incierto de todos, ni el sexto que se encogía al salir de muletazo y ni siquiera fue de los de ir y venir, dieron motivo de apenas nada. Al tercero le acabó sacando Perera a sangre y fuego una tanda ayudada, ligada y enroscada con la zurda tan al ralentí que pareció un milagro porque el toro, muy frágil, se puso por eso pegajoso. Y fue, además, muy mirón.
El quinto, el galán, un Guajiro de reata contrastada -más o menos infalible-, rompió con el tópico que atribuye al toro tipo de Moisés Fraile una frialdad engañosa. Justo lo contrario: limpio y descolgado el primer viaje -Manzanares lo esperó a pies juntos pegado a tablas de sol-, muy claros los siguientes y seguidos, entre rayas, y entonces pretendió Manzanares torear de capa en lances rehilados tomados al calco de su repertorio de muleta. Una insólita proposición, y el toro consintió pero no del todo. Una revolera de recurso y alivio fue como un armisticio.
Los dos toros de Manzanares, o los tres si se cuenta el devuelto por flojear, fueron lidiados con raro criterio, sin lógica: capotazos y capotazos sin cuento. El propio Manzanares, que se ha ido afinando en una verónica encajada, revolada y corta de trazo, emparentada con la de Morante, abusó de los lances de brega con el toro devuelto, y en los preparativos de varas y en los interludios. Como el viento no dejó torear fuera de las rayas, no hubo quites. Una ráfaga furibunda llegó a arrancarle a Padilla el capote de las manos y a llevárselo en vuelo como si fuera de papel.
Curro Javier puso al toro Guajiro dos pares de poder a poder de mayúsculo compromiso, se calentó el ambiente y Manzanares se echó adelante en la que iba a ser la faena de mayor tensión de toda la tarde. Padilla no pudo ocultar su desconfianza en ninguna de sus dos bazas porque estuvo a punto de ser cogido en las dos. Ni una broma. Antonio Montoliu le pegó al primero la vara más dura y sangrada de toda la feria; en otras circunstancias Padilla habría sabido sujetar al cuarto, que claudicaba al menor tirón.
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El propio Manzanares, sorprendido por varios golpes de viento, no llegó a encontrar ni el sitio ni el cómo del sobrero de Charro: muchos muletazos de conducción pero demasiados inacabados, desiguales las tandas, largas transiciones y, en fin, nada nuevo: gritos desde las trincheras enemigas que lo estuvieron friendo. Fuego graneado. Una confusa faena rematada de pinchazo en suerte contraria y un inesperado espadazo en los blandos.
Era, a todo esto, la única tarde de Manzanares en la feria y no quedó otra que arriesgar con el segundo y último del curso en Madrid. Y de eso se trató antes que nada. De buscar el ajuste en las reuniones, de no dejarse sorprender por la carga tan de dinamita del toro, de sofocar y someter, de acoplarse a un volumen -600 kilos- de complicado gobierno. Manzanares salió desplazado dos o tres veces al intentar rematar muletazos. Hasta que dio con la idea de abrir al toro para desahogarlo.
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Tandas cortas, rehiladas o no, y un remate cambiado sacado por el hombro contrario que gustó a la mayoría pero no a la minoría intransigente. El contraste de opiniones fue sonoro. Con sus logros en el toreo de mano baja y embraguetado con la diestra, sus carencias y sus baches -a veces desarbolado el toreo con la izquierda-, la faena tuvo intensidad pese a sus intermitencias y la virtud de provocar. Y el toro, su emoción segura, fortísima. Sin viento, la cosa habría sido de otra manera. Una estocada de excelente ejecución pero trasera, un aviso, muerte lenta y oreja de petición mayoritaria pero ruidosamente protestada. No hubo unanimidad.
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