Duelo. Esquela del asesinado Enrique Pagán publicada en 'El Diario de Murcia'
La Murcia que no vemos

El triste crimen 'murciano' de la madrileña calle de Hortaleza

El asesinato de Enrique Pagán en 1898 a manos de un acreedor causó gran conmoción en la ciudad

Domingo, 2 de febrero 2025, 07:36

Fue en una tarde bulliciosa de primavera. Madrid despedía el Carnaval luciendo sus trajes de temporada en Recoletos y la Castellana, alfombradas de serpentinas y ... confetis. La multitud risueña cuajó las calles con ganas de diversión hasta que el sol declinó. Por Hortaleza regresaban gran cantidad de parroquianos cuando un hombre asestó a otro varias puñaladas en el corazón. El cuerpo quedó tendido entre las vías del tranvía.

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El asesino, a quien describieron varios testigos como un joven bien vestido, dejó caer de su mano el cuchillo y se alejó corriendo. Más tarde, abriéndose paso entre una legión de comadres y curiosos, el juez y un médico dictaminaron la muerte. No fue fácil recoger pruebas. Como denunció algún diario, apenas había luz en la calle.

El periódico 'Heraldo de Madrid' resumió en una certera frase el escenario del crimen en su edición del 28 de febrero: «Víctima que no declaró; criminal que desapareció; una nube de gente que no da razón de nada, y policía que está a oscuras». Un auténtico poema.

Pronto se supo, eso sí, que el asesinado era Enrique Pagán y Ayuso, de 44 años de edad, casado y con cuatro hijos, con residencia en el murciano barrio de San Lorenzo y casa en Madrid, en la plaza del Progreso.

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Los diarios lo describían como un hombre honrado. Rara era la noche que salía de casa: estaba volcado en el cuidado de dos de sus hijas, delicadas de salud. Su principal distracción era la fotografía. «En ella llevaba gastados algunos miles de duros», publicó el 'Heraldo'.

Enrique pertenecía a una conocida familia murciana, la del marqués de Camachos, que incluso dio nombre a la localidad de Lo Pagán. Su hermano Pedro había sido alcalde de Murcia. Ambos eran miembros de la junta del Entierro de la Sardina.

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En la relación de pertenencias que guardaba en sus bolsillos cuando murió encontraron tarjetas suyas, billetes, un reloj y una medalla de la Virgen de Montserrat. El primer familiar que lo halló muerto fue su hermano, quien lo esperaba cerca del lugar para cenar juntos y pasar la velada.

El cuchillo del asesino era fino, de una sola pieza, de punta muy aguda. Fue comprado, pues aún conservaba parte del papel de seda de la envoltura, unos días antes en la misma calle de Hortaleza.

Fue cuestión de tiempo que se conociera al autor del crimen. Era Jerónimo Hilla, de unos 30 años de edad, y a quien describió la policía como «de estatura regular, pelo castaño, más bien bajo que alto; una barba rubia, en forma de abanico, tirando a roja; se peina con tufos y viste decentemente». Sin embargo, nadie lo encontraba en la ciudad.

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1. A la izquierda, el asesinado, Enrique Pagán; a la derecha, el detenido, Jerónimo Hilla. 2. Así contó 'El Diario' la llegada del cadáver de Enrique.

Jerónimo llevaba algún tiempo en Madrid, pues tenía un asunto en el Tribunal Supremo. La causa arrancó en la Audiencia Provincial de Murcia y versaba sobre un negocio de minas. No le dieron la razón.

En la capital de España se vio inmerso en un lío de abogados que, por imprudencia, no recurrieron con acierto al Supremo. Más tarde, 'El Nacional' arremetió contra «la plaga de abogados […] origen, ruina y desesperación del criminal».

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Jerónimo perdió así cualquier esperanza de ganar el proceso. Pero permaneció en Madrid, donde algunos aseguraron que en el llamado veloz Club «jugaba mucho. Y otros aseguran que desempeñaba los oficios de 'croupier'».

El asesino envió dos cartas a su víctima cuyo tono, si bien parecía suave, encerraba en el fondo una amenaza de muerte contra Pagán. En ellas reconocía haber perdido la batalla legal y lamentaba que eso le había arruinado. Por tanto, pedía alguna ayuda económica para regresar a Murcia.

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«O se hace usted cargo de lo que pasa o tomaré una resolución definitiva», amenazó Hilla. Pagán, creyendo que nada debía temer, guardó las misivas sin contestarlas. Se equivocó. Aunque un mes antes de su muerte, transmitió a las autoridades su inquietud por las amenazas.

Los interrogatorios a los testigos dieron su fruto. Un cocinero declaró que vio al asesino sobre su víctima, creyendo que iba a socorrerla. Al acercarse, descubrió que empuñaba un cuchillo ensangrentado. Un policía lo vio huir. Y otro llegó a dar el alto al asesino, pero se le escapó.

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La familia de Enrique Pagán manifestó su deseo de que, tras la autopsia, fuera enterrado en su Murcia natal. El examen del cuerpo elevó a nueve las puñaladas. La noticia de la muerte llegó a esta ciudad al día siguiente y la publicó 'El Diario de Murcia'.

El rotativo incluyó un breve que explicaba, en apenas unas líneas, lo sucedido. El director del periódico, José Martínez Tornel, destacó que un testigo escuchó cómo el asesino exclamaba en su huida: «¡Me insultó y por eso lo maté!». Es cierto que así dijo haberlo escuchado un tabernero de la calle de la Reina.

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Un hombre desesperado

'El Diario de Murcia' concluía que, si es cierto que Enrique lo insultó, «motivo le habría dado, porque don Enrique Pagán era la bondad personificada». El mismo periódico, unos días después, aclaró el origen de la tragedia.

Al parecer, Jerónimo Hilla había entregado en préstamo en 1886 al marqués de Camachos 580.000 pesetas, dando como aval las acciones de varias sociedades mineras. Lo que no sabía Jerónimo era que el marqués ya había hecho lo mismo antes, otorgando similares derechos el año anterior a Enrique Pagán y un socio. Además, se comprometió entonces a no volver a gravar las acciones.

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Pasó el tiempo. Hilla, conocedor de la venta a Pagán, le reclamó la deuda que, en su opinión, era inherente a la operación: las 580.000 pesetas. Y todos acabaron en el juzgado. El marqués declaró que solo había recibido 15.000 pesetas.

El juzgado comprobó que el préstamo de Hilla lo realizó siendo aún menor de edad como el marqués lo era, y «huérfano de padres, sin fortuna alguna personal». Jerónimo replicó, sin pruebas, que le prestaron el dinero. Antonio Martínez Jiménez, tutor de Hilla en aquel tiempo, se allanó a la demanda de nulidad de la escritura de venta que interpuso Pagán. Total: el juez quitó la razón a Hilla.

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El 8 de marzo llegó de Madrid el cadáver de Enrique, que fue velado en una habitación de un hotel murciano convertida en capilla ardiente. La repercusión social del crimen convocó, según 'El Diario', a unas dos mil personas en el recorrido que el ataúd realizó entre la estación de trenes del Carmen y el hotel.

El entierro salió de la parroquia de San Lorenzo precedido de trece estandartes y «dos interminables hileras de alumbrantes y clero». Todas las autoridades locales y las grandes familias murcianas se sumaron al cortejo. Tornel calculó que acudieron seis mil personas.

Noventa carruajes particulares recorrieron el trayecto tras la comitiva hasta la calle de San Nicolás, donde se despedía el entierro. Curiosamente, 'El Diario' consignó que Enrique Pagán fue el fallecido número 17.389 de cuantos había en el cementerio de Nuestro Padre Jesús.

El 12 de marzo de 1898 publicó 'Blanco y Negro' una fotografía de Jerónimo tras su detención. Fue condenado como autor material del crimen a catorce años de prisión. Nada se sabe, o al menos aún no he logrado averiguar, qué fue de él.

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