Una teta, tres bóvedas y el concejal Avilés
Contaban los viejos cronistas, desde Martínez Tornel a Torres Fontes, que quien a Murcia viniera debía visitar cuatro cosas: la torre de la Catedral, las ... obras de Salzillo, el Casino y, por encima de todo, la que fue Huerta de Europa y lo es menos. Con sus azahares, sus jazmines y esos atardeceres de palmeras y cipreses que el ocaso tiñe de oscuro. No andaban descaminados.
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Pero algunos de los que aquí llegaban eran más prácticos y preferían, antes de disfrutar tales maravillas, alimentarse. Es el caso del niño que amamanta la Matrona del Almudí, en la fachada del remoto pósito del grano, en el Plano de San Francisco. Ese relieve representa, desde el siglo XVI y en pleno corazón de la urbe, a la primera feminista murciana, que muestra sin complejos su pecho.
La Matrona, teta al aire, simboliza lo que es Murcia: una ciudad caritativa y acogedora. Por eso aparta su seno del hijo propio para dárselo al extraño. Pecho histórico que, en cambio, pasa desapercibido para muchos turistas. Vayan ustedes a contemplar, como millones de visitantes en chancletas, ese insulso Manneken Pis, si es que acaso logran encontrarlo tras dar muchas vueltas por Bruselas. ¿Y para qué? Para ver una anodina escultura de un niño de medio metro meando. Sí, meando.
- ¡Cuánto mejor es la teta de la Matrona nuestra!
- Legiones de turistas vendrían a admirarla si el Ayuntamiento la promocionara.
Así somos. Pese a todo, justo debajo de las faldas de tan señera escultura hay seis bóvedas donde antaño se guardaba el trigo del municipio y, por décadas, estuvieron abandonadas. Entonces el alcalde Ballesta tuvo dos aciertos, a cada cual lo suyo. El primero fue ordenar recuperar tres para exponer en ellas obras de jóvenes artistas. Y el segundo, encargar el trabajo al concejal Diego Avilés, cuya acertada gestión cultural ha dejado a más de uno con la boca abierta. No en vano nació en San Antolín, claro. Yo, como muchos de ustedes, sabemos de qué hablamos.
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En apenas unos meses, desde noviembre pasado, se cuentan por centenares los murcianos que han visitado exposiciones en ese lugar antaño oscuro que almacenaba el preciado grano de la ciudad y hoy exhibe el futuro de las artes plásticas murcianas. Y lo que es más importante: Murcia recupera un espacio que antes solo era anónimo y desangelado.
Era la calle del Almudí, hasta entonces, lugar sin gracia y de paso hacia el bar del mismo nombre, donde estuvo la antigua Puerta de la Aduana, y que regenta Javi, quien quizá despacha las mejores anchoas de la ciudad. O camino del mercado de Verónicas, donde en cada puesto resplandece nuestra huerta, campo, mar y sierra. Pero ahora, antes de disfrutar de tan bellos reclamos gastronómicos, muchos se detienen, aunque sea solo un instante, en esas bóvedas recuperadas para saborear otro aperitivo cultural. Eso no tiene precio. Pero sí mucho sabor.
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