En Murcia lo que faltan son fuentes
Los ciudadanos necesitan estar hidratados para combatir las altas temperaturas veraniegas
A la ciudad de Murcia le faltan algunas cosas, menos rotondas con esculturas mamarracho, que abundan más que el ácido vinagrillo en primavera. Las esculturas ... mamarracho, para quien no lo sepa, son una variedad artística exclusiva de esta urbe: son piezas más feas que pegarle a un padre, cuyo único valor reside en cuanto valga el quilo de hierro o bronce utilizados en confeccionarlas. De hecho, más de una ha sido robada por el tío del carrito, que ya explicaré quién es.
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Aunque hoy les contaré otra pepla. Sobre todo, por padecer esta inaudita calorina de junio, más propia de julio, cuando nos asfixiará como nos sofoca cada año desde que el mundo es mundo y al morcón le llamamos obispo, pues ambos de negro visten. Si algo necesita en este tiempo Murcia, esa que los moros cimentaron hace 1200 años en un auténtico pozo de calcinación, son simples y modestas fuentes.
-¿Dice usted fuentes que manen Estrella de Levante?
- Ya les gustaría a muchos, ya.
Me refiero a surtidores públicos, que en español se escribe 'gratis et amore' y en murciano se lee «a pajera abierta». Ahora que el alcalde Ballesta impulsa una cruzada para beber agua del grifo, no estaría de más recuperar aquellas fuentes antiguas que refrescaban al personal en muchas plazas. Cualquier político, pongo por caso al concejal Guillén al frente del ramo, me comprará la idea. Y también el relato. Que eso de «comprar el relato» no se le cae de la boca a algunos (y algunas) que van por ahí presumiendo de expertos en comunicación política cuando hace dos días bebían agua de los charcos. Otra fantástica expresión murciana en desuso.
Fuentes de agua cristalina, cantarina y fresca que, sin duda, evitarán no pocos paparajotes en esos turistas que, ataviados con bermudas indescriptibles y chanclas sudadas, recorren la urbe a las dos de la tarde intentando entrar a la Catedral, cuando la Catedral está cerrada a esas y otras muchas horas turísticas. No vaya a disfrutar algún visitante.
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Agua fresca que al oriundo y castizo parroquiano de San Antolín le sabrá a gloria bendita tras cruzar la ciudad cada jueves en dirección al mercado de La Fama, donde a los mercateros tampoco les vendrá mal un buchito refrescante. ¿No colocó el alcalde Cámara una espléndida obra de Agustín Ibarrola allí cerca, frente al centro de mayores, vulgo centro de viejos de toda la vida? Pues eso. Con más razón instalaría yo una fuentecilla que, de paso, aliviará la papalina no buscada de cuantos pasean por el barrio bajo el aroma penetrante de las maticas de marihuana que crecen en algunos pisos.
Agua fresca en La Glorieta, donde antaño la hubo. O en Santo Domingo, indispensable para adentrarse por Trapería, donde hogaño no veo tantos toldos, camino de Belluga. Y en la plaza de Santa Eulalia, al pie del monumento a Salzillo, que está hecho un asco. Justo a los pies de esa escultura manaban tres o cuatros chorros que surtían a los vecinos del común del preciado elemento.
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Agua fresca también en las pedanías, pongo por caso las del Campo de Murcia, pues hasta la rambla de El Albujón de Murcia lo es, y que aliviaría a no pocos del sestero de estos insufribles días infernales. O en tantos jardines de otros lugares donde hoy campea el calor, a veces justo al lado de esos aparatitos de gimnasia que, llegado junio, son muy útiles para ejercitarse. Porque, miren ustedes, basta tocarlos para salir corriendo un kilómetro soplándose las manos abrasadas.
Pues eso. Murcia siempre fue una ciudad de fuentes, cual corresponde al inmenso sopor que nos atenaza cada verano. Incluso el canto del agua refresca el ambiente. Es el caso del recogido, umbrío y fresco jardín del Pintor Falgas, en Santa Eulalia, cuajado de árboles autóctonos y no de esos asquerosos brachichitos (o como leches se escriba) que afean muchos jardines y hasta la mismísima Gran Vía.
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Allí, en el parque que levantaron donde antaño nació Falgas y su familia regentó una pastelería, se mantiene en funcionamiento (algo increíble, por cierto) una preciosa cascada de agua. Con solo oírla, uno siente que se reducen varios grados el calor corporal. Pues eso. En lo tocante al agua en los espacios públicos, como diría Unamuno pero al revés «¡qué [no] inventen ellos!». Porque aquí, señores concejales, todo está inventado desde antiguo.
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