El huertano Gambín plantó cara al Cuartel de Artillería
La Murcia que no vemos ·
La construcción del edificio hace un siglo obligó a expropiar su huerta y él pidió una desorbitada indemnizaciónEn aquella Murcia de comienzos del siglo XX solo crecían tomateras junto al río, a cuatro pasos mal contados del Ayuntamiento capitalino. Por entonces, la ... magnífica huerta que luego nos empeñamos en cargarnos, consiguiéndolo casi por completo, cercaba a la ciudad por sus cuatro costados. Y claro, el crecimiento de la ciudad iba dándole dentelladas de hormigón. Aunque no siempre aceptaron los huertanos con agrado que el Consistorio se metiera en sus asuntos. Cuando menos en sus tierras. Y eso sucedió cuando la ciudad decidió construir un cuartel en la calle de Cartagena y, de paso, reordenar el entorno. Entonces se encontró con Manuel Gambín y su coqueta huertecica.
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Sobre este cuartel del que escribo, ya que tenemos tiempo, hay que aclarar que podría haber sido el cuartel de Vistabella. Pocos murcianos saben que en 1918 se barajaron dos lugares para levantar la instalación militar. Uno, el que ocupa en la actualidad. Y otro, «situado en Vista Bella, limitado por la Ronda de Garay, el Río y la Huerta».
Así lo propusieron los miembros de una comisión formada por el alcalde y el capitán de ingenieros Enrique Vidal, quienes visitaron diversos emplazamientos. Los dos elegidos, como explicaron en un acta firmada el 20 de septiembre de aquel año, tenían «los 70.000 metros de superficie exigidas como mínimum», acequias de agua potable que podían surtir los aljibes del futuro cuartel y un fácil desagüe de los residuos al río.
Los concejales se escandalizaron de que les pidiera casi 2.000 pesetas de la época por daños y perjuicios
El Consistorio se comprometió a adquirir uno de aquellos dos solares, «el que sea más fácil en el menor plazo posible». En mayo de 1919 ya se disponía del terreno, aunque aún un año después, el 28 de mayo, desde el Gobierno Militar apremiaban al alcalde por «la necesidad de que se verifique la cesión cuanto antes». Desde Madrid el senador De la Cierva terciaba en el asunto.
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El Ayuntamiento, en el Pleno celebrado el 18 de junio de 1920, acordó nombrar una comisión para impulsar el proyecto. Estaba presidida por el alcalde José María Hilla Sala, el regidor síndico Juan José Ortega Santos y el arquitecto municipal José Antonio Rodríguez.
Fielato del Rollo
El principal objetivo de esta comisión, como certificó José Manuel de la Guardia, oficial de la secretaría consistorial, era hacer entrega «al ramo de Guerra» de los terrenos adquiridos para la construcción «de un Cuartel de Infantería». La instalación acogería en sus seis pabellones, ya acabados en 1925, al Regimiento de Infantería Sevilla número 33. Al mismo tiempo, el Consistorio acometió alguna mejora en el entorno, entre ellas la apertura de la calle que unía el edificio con El Rollo.
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Nadie imaginó que la primera batalla se libraría, no por los flamantes soldados, sino por un humilde huertano. Se llamaba Manuel Gambín Salas. Llevaba arrendado desde 1912 el huerto llamado Fielato del Rollo, por estar junto a la antigua aduana, que el Ayuntamiento quería expropiar para abrir la calle. Y no estaba dispuesto a consentirlo.
El 3 de diciembre de 1926, el huertano envió una carta al Consistorio donde advertía del «perjuicio de mucha consideración» que se le había causado cuando el dueño del huerto lo había despedido para entregar las tierras al municipio. Y por eso solicitaba, qué menos, los beneficios agrícolas tasados en el informe que adjuntaba. Esto es: exigía que el Ayuntamiento le pagara los árboles y plantas que debían arrancarse para construir la calle.
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La huertecica era de cuidado. Aseguraba el perito Manuel Sánchez que en el Fielato del Rollo había 45 durillos del Japón y 48 espireas, 6 celindos, una hierbaluisa, 12 laureles, 186 rosales trepadores y otros 36 de diversas clases, 93 melocotoneros, 10 alibustres, 164 palmeras normales y 225 latanias, una magnolia, 12 golpes de bambú y 24 de agapantos, 8 membrilleros... Y un sinfín más de especies.
De la lectura de la tasación uno concluye dos cosas. Primera, que el huerto de Gambín debía ser poco menos que el vergel del Edén, a juzgar por el interminable número de plantas que cita el perito y las 1.882,20 pesetas de la época que pedía. Y segunda, que el Ayuntamiento no estaría por la labor de darle ni un céntimo. Así fue.
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La Comisión Permanente (lo que hoy se llama Junta de Gobierno), reunida el 7 de diciembre y tras conocer la petición del huertano acordó que, «dada la cifra tan extraordinaria que se reclama por tal concepto, notoriamente injusta y abusiva, no es dable un criterio de concordia». El asunto quedó entonces, a falta de una, a cargo de otras dos comisiones: la de Policía Rural y la de Letrados.
Gambín se enteró por la prensa de esta decisión. Así lo hizo constar al solicitarle al alcalde Francisco Martínez García que lo recibiera en audiencia. Eso sucedió el 13 de diciembre. De aquella reunión surgiría el acuerdo, que se conserva en un acta municipal.
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En primer lugar, Gambín solo percibiría mil pesetas de indemnización, «cediendo el resto a beneficio del Ayuntamiento». Además, en cuanto cobrara esa cantidad quedaría la parcela a disposición municipal para acometerse las obras de la calle. El huertano renunciaba a cualquier reclamación posterior. El alcalde Martínez, que ahora va para santo, elevó entonces ese preacuerdo a la Comisión Permanente, que la aprobó el 15 de diciembre. En el acta de aquel día se justifica el acuerdo por lograr una «rebaja importante». Días más tarde, el secretario municipal Juan Guerrero trasladaba el acuerdo a la oficina de Intervención para que proveyera el gasto. Fue un 24 de diciembre y a la familia Gambín debió suponerle un auténtico regalo de Pascua, que así se llamó siempre a la Navidad en Murcia.
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